Por Ricardo E. Brizuela – ricardobrizuela@yahoo.es
Hace ocho años atrás Hernán Rivera Letelier vivía otra
realidad: tenía hambre de éxito literario.
Entonces - 1997 - presentó en Buenos Aires (ver nota
El escritor que llegó del salitral) su primera novela:
"La reina Isabel cantaba rancheras".
Las decenas de asistentes al acto de la Feria del
Libro de Buenos Aires nos distribuímos cómodos en una
de las salas auxiliares de la muestra argentina y le
escuchamos un discurso nuevo, fresco e inteligente. La
mayoría quedamos fascinados. Habíamos escuchado a un
joven autodidacto que se abría paso a fuerza de pala,
tratando de instalarse en la fila de intelectuales
taquilleros en el negocio editorial. Y no dudamos en
augurarle un brillante futuro, porque intuímos que
sabría vender bien su talento.
Han pasado ocho años y volvemos a escucharle en la
presentación de otro libro suyo:"Romance del duende
que me escribe las novelas". Debe ser el octavo de su
prolífico trabajo después de la "Reina Isabel cantaba
rancheras". Sin embargo, las circunstancias son
distintas y muchas cosas han cambiado.
Hernan ya no es el joven prometedor - ya no es joven
incluso - sino un escritor respaldado por una de las
principales editoriales que viaja alrededor del mundo
promocionando sus libros. Tampoco presenta ya su
trabajo en salas auxiliares: ahora lo hace en lugares
con nombre como "Sala de las Artes", ante un público
que se cuenta por centenares e iluminado por un juego
de luces que no conoció la primera vez en Buenos
Aires. De su primer libro se hicieron 18 ediciones y
fué traducido a seis idiomas. Sostiene satisfecho que
con su nombre ya han bautizado lugares público en su
país, Chile. Se jacta de no conocer los precios de los
pasajes aéreos internacionales, ni el costo de una
habitación en un hotel cinco estrellas ni una comida
en un buen restaurant de París, ni el valor de un buen
vino, porque "la editorial me paga todos mis gastos".
A Hernán Rivera Letelier se le vé satisfecho. Conserva
aún el desenfado para encarar a su público. Pero,
escuchándole ahora, a este periodista le hizo acordar
el cuento del uruguayo Horacio Quiroga "El potro
joven". Aquél en el que se cuenta cómo un potro
comenzó a correr porque le gustaba nomás; luego le
dieron de premio un poco de alfalfa y corrió con mas
ganas. Cuando quiso pidió un saco de avena. Finalmente
descubrió que ya no corría por placer: ahora lo
motivaban los sacos ganados; y no se sentía felíz.
En la Fería del Libro de Santiago, Hernán Rivera
presentó su "Romance del duende que me escribe las
novelas" y fue recibido en la sala con un gran
aplauso. Medio en broma, medio en serio dijo: "Voten
por mí". La gente se rió tímidamente. Avanzó la
presentación con muy poco de literatura y mucho
material autoreferente. Ahora Rivera Letelier no
cuenta sus libros: explica como los escribe, como si
ya empezara a preparar sus memorias. Como García
Márquez, pero un poco mas al sur. Cuando promediaba la
exposición sonó su celular. Se disculpó y atendió el
llamado ante el público, en voz alta, y cortó. "Era
Michelle Bachelet" (candidata a presidente de Chile en
las elecciones de este año 2005), aclaró a su público.
Muchos comprendieron finalmente: estaban siendo
partícipes de un acto político en lugar de presenciar
un acto cultural, porque el escritor ahora trabaja en
su candidatura de diputado. Antes de finalizar esa
hora de "confidencias", Rivera empujó otra vez a su
presentador para que le preguntara sobre política, y
nuevamente recurrió a su histrionismo para contar un
chascarrillo sobre el "sindrome de los políticos", de
un gusto muy próximo a los sketch de los cómicos de la
televisión de trasnoche.
Precisamente sobre temas políticos habíamos conversado
ambos, un par de horas antes de este acto, y este
periodista no pudo descubrir la profundidad de sus
convicciones en este campo. Las aspiraciones de Rivera
Letelier en esta nueva etapa son legítimas, pero las
matemáticas no lo acompañan: en realidad no está
probado que un libro vendido sea igual a un voto.
Cuando me retiraba, en el hall del Centro Cultural
Mapocho sentí - desde los afiches - las miradas de
todos los escritores que habían recibido el Premio
Cervantes. No eran ojos alegres. Yo también estaba
triste.
Santiago de Chile, octubre 31 de 2005
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