Por Ricardo E. Brizuela – ricardobrizuela@yahoo.es
El “otro Borges” fue un caudillo. Se llamó Juan Francisco Borges, nació en 1766, y perteneció a una familia de abolengo que lo envió a Madrid para que lo educaran.
Estaba en su tierra, Santiago del Estero, cuando sucedió lo de 1810. Entonces fue cuando sublevó a las milicias de la provincia para apoyar la revolución.
Con su tropa participó de la campaña al Alto Perú e intervino brillantemente en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma. Luchó a las órdenes del general Manuel Belgrano.
Tuvo algunos problemas personales, y se granjeó la enemistad de Juan José Castelli y de González Balcarce. Entonces no dudó mucho en ensillar y pegar la vuelta.
El 4 de setiembre de 1816 nuevamente se puso al frente de las fuerzas santiagueñas: esta vez contra el gobierno criollo, disgustado por la actitud pasiva que permitió luego la ocupación de la Banda Oriental por los portugueses.
Mientras el gobernador de Tucumán Bernabé Aráoz – pariente suyo – galopaba con su tropa para sofocar la rebelión, el coronel Borges declaró a Santiago del Estero “Pueblo Libre”. Estaba en sintonía con la estrategia de Gervasio Artigas.
La intentona no duró más de cuatro días: Aráoz no cabalgó kilómetros y kilómetros para abrazarlo precisamente, y el caudillo debió huir hacia la campaña.
Para él sin embargo no estaba todo dicho.
Reagrupó sus fuerzas y el 10 de diciembre se presentó nuevamente ante el pueblo de Santiago y lo ocupó. Esta vez la excusa fue una resolución del Congreso de Tucumán, que quitaba participación a los municipios. Entonces fue que Belgrano dedujo que Borges lo estaba traicionando.
Mandó a La Madrid para reprimirlo y el 26 de diciembre se entabló el combate de Pitambalá: allí – nuevamente - la suerte le dio la espalda al coronel; y esta vez no hubo desquite.
Nadie escribió nunca, sobre en qué cosas pensaba el caudillo cuando los primeros rayos de sol lo acariciaron, aquel lº de enero de 1817.
Frente a él, una línea de soldados respondió disciplinadamente a las órdenes de fusilamiento y las balas lo atravesaron.
Antes tal vez dijo algo, pero nada trascendió: "el otro Borges" fue tan real que se desvaneció con la muerte.
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