Por Ricardo E. Brizuela – ricardobrizuela@yahoo.es
Tal vez mucho tiempo después que el olvido haya borrado los nombres de nuestros historiadores, en los centros universitarios del mundo se seguirán discutiendo las obras de Borges. Y lo interesante de ellas es precisamente que, en gran parte, se nutren de hechos reales.
Nadie, ningún escritor de ficción argentino, contribuyó como él a la difusión de nuestro pasado. Por supuesto, sin rigor y sin objetividad, pero logrando que personajes y costumbres criollas despertaran el interés de compatriotas y extranjeros.
Por esa innata preocupación de aquellos que pertenecen a una clase social definida como la del patriciado, los Borges fomentaron en el pequeño Georgie el conocimiento - y en algunos casos también el olvido - de sus ancestros.
Así fue enhebrando a su propio pasado la vida de legendarios guerreros de la independencia, agregándole el condimento de la noble sangre inglesa, respecto de la cual confiesa que le dijo su abuela Fanny Haslam: "Yo le pregunté si tenía sangre escocesa. Ella me contestó: Gracias a Dios (¡thank goodness!), no tengo ni una gota de sangre escocesa, irlandesa o galesa".
Por ese lado don Georgie podía quedarse tranquilo: era químicamente puro.
Con el tiempo aceptó sin embargo que le gustaría tener sangre judía: una posibilidad que sus antepasados, los Suarez, provinieran de los "marranos" portugueses Soares.
Se imaginó partícipe de grandes batallas, poniéndose en la piel de sus antepasado Manuel Isidoro Suarez, en la batalla de Junín; del coronel Francisco Borges integrando el ejército de 9.000 hombres - que al mando de Bartolomé Mitre fue derrotado por 800 milicianos de los pagos de Lobos en el entrevero de La Verde, el 26 de noviembre de 1874; o - siglos antes - cabalgando las aguas marrones en barquitos que vinieron a fundar Buenos Aires.
No pudo pasar por alto la muerte de Francisco de Laprida - otro patriarca que contabilizó entre sus ancestros - con el grave y terrible "Poema Conjetural", pero tampoco se resistió a relatar cómo Facundo Quiroga entraba al reino de la muerte, escoltado por seis degollados en Barranca Yaco. Especuló también con la puñalada asesina de "Juan Manuel" (Rosas).
Nunca mencionó, sin embargo, al "otro Borges" - para utilizar una irresistible paráfrasis - que murió fusilado el 1 de enero de 1817 acusado de traicionar al general Manuel Belgrano. Aunque héroe de Vilcapugio y Ayohuma, este coronel Juan Francisco Borges no alcanzaba la estatura de mito para insertarlo en el parnaso borgiano.
Con la misma obsesión de ese olvido de nombres, machacó contra el "monstruo" que redujo su carrera burocrática a la estatura de los gallineros: Juan Domingo Perón – de él se trata - no fue más contemplativo, y aportó sus propias historias para fustigar a "intelectuales elitistas".
Perón murió – sin embargo - sin imaginar el daño que le hizo a Borges. Al nombrarlo inspector municipal lo apartó de los viejos libros de los cuales abrevaba – sediento – las historias mas dispares para transformarlas en casi galimatías para iniciados.
Pero Georgie ya había archivado en su memoria, mediante su trabajo como bibliotecario, las mejores secuencias de la literatura universal.
Y en este punto coincidió entusiastamente con Frederich Nietzsche que dijo: "El historiador no tiene que ocuparse de los acontecimientos tales como han ocurrido en la realidad, sino simplemente tales cómo él los supone ocurridos".
A esto él le sumó la desmesura de su genio y su inmensa disciplina, comprendiendo además que la historia no significa nada por lo que es, sino por cómo se la cuenta.
Desde esta óptica, Borges, mas que de poeta asumió un rol de historiador, aunque - como a Madonna, Maradona, Pelé y otros - el marketing globalizado debe agradecerle que le proveyera de otro ícono vendible.
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