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Todavía resuenan los ecos del debate sobre el estado de la nación, en
el que los actores -los señores Zapatero y Rajoy- han vuelto a dar el
mismo espectáculo de acusaciones y reproches. Los mismos gestos a los
que nos tienen acostumbrados, y que han convertido en el pertinaz y
recurrente argumento de los últimos cinco años. Sin embargo, si uno
se ciñe a lo que dicen los medios de comunicación, lo realmente importante
en este tipo de confrontaciones, lamentablemente, es discernir quién
resulta ganador. Todo lo demás: las propuestas, las medidas adoptadas,
o por adoptar, y los datos preocupantes sobre la crisis global que nos
está asfixiando, pasa a un segundo plano. ¡Qué estupidez!
En los enfrentamientos retóricos entre líderes políticos, los únicos
que ganan o pierden son los ciudadanos. El futuro de la ciudadanía
depende, en gran medida, del comportamiento, a veces cuestionable, de
los políticos. Y, naturalmente, de sus decisiones, no siempre
afortunadas. Al final, la sociedad siempre acaba pagando los platos
rotos. O, tal vez, la vajilla completa.
A grandes rasgos, yo definiría el debate como un cuerpo a cuerpo
dialéctico, en el que el señor Rajoy hizo gala de su gran elocuencia,
pero sin aportar absolutamente nada. Y, por su parte, el señor
Zapatero, a pesar de sus limitadas cualidades oratorias -que son más
que evidentes-, hizo una amplia exposición de medidas orientadas a
paliar la crisis económica, concretó propuestas de índole diversa
-aunque algunas estaban, claramente, cogidas con alfileres; ni
siquiera hilvanadas- y, también, aportó datos y porcentajes que no
alcanzamos a comprender la gran mayoría de los ciudadanos. Es decir,
más de lo mismo.
Como es comprensible, las medidas y propuestas del Gobierno no tendrán
resultados inmediatos. Habrá que esperar.
20 mayo 2009
Robert NewPort (newport43@gmail.com)
www.robertnewport.blogspot.com
Enviado el 25 de mayo del 2009
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