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El afán de notoriedad de la jerarquía eclesiástica no tiene límites.
Y no me refiero únicamente a la actual campaña de la Conferencia
Episcopal Española en contra del aborto, que puede tener sus matices,
sino a todo lo relacionado con la ciencia médica. Y digo esto, porque,
en cierto modo, así empezó la Inquisición, oponiéndose a cualquier
descubrimiento científico, juzgando con excesiva severidad a sus
protagonistas, que, finalmente, eran condenados a morir en la hoguera.
Algo parecido está ocurriendo con la Conferencia Episcopal -salvando
las distancias, naturalmente-, que creyendo estar por encima del bien
y del mal, y considerándose en posesión de la verdad, ¡su verdad!,
arremete contra todo lo que suponga un avance para paliar los
devastadores efectos de ciertas enfermedades; y se opone, sistemática
y enérgicamente, a la manipulación genética orientada a erradicar la
transmisión de enfermedades hereditarias. Avances, todos ellos, fruto
de arduas investigaciones que pretenden, única y exclusivamente,
mejorar la calidad de vida de las personas, evitando sufrimientos
innecesarios.
Sin ir más lejos, por poner un ejemplo reciente, la manipulación
genética de células embrionarias posibilitó el nacimiento de un niño
sano, con cuyo cordón umbilical se consiguió salvar la vida de su
hermano gravemente enfermo. Y esto debe de ser considerado y
reconocido, por parte de la jerarquía eclesiástica, como una apuesta,
valiente y decidida, a favor de la vida.
Así las cosas, por si no fuera suficiente, ahora el Papa, con motivo
de su primer viaje al continente africano, declara que “el uso del
preservativo no soluciona el problema del sida, sino que lo agrava”.
Efectivamente, el preservativo no es la panacea, pero contribuye, en
gran medida, a evitar nuevos contagios directos. Y también indirectos,
a través del embarazo. Me niego a admitir que el uso del condón vaya
a agravar esta devastadora pandemia, y considero que el Pontífice, con
todo el respeto que merece, ha hecho unas declaraciones muy
desafortunadas, y debería rectificar y pedir perdón a los más de
cinco millones de sudafricanos afectados por el virus.
A la vista de ésta y otras declaraciones de la Iglesia Católica -todas
ellas relacionadas con la sexualidad-, deduzco que las enfermedades de
transmisión sexual no le preocupan especialmente. Lo que realmente
inquieta a sus dignatarios, es la práctica de las relaciones sexuales.
Están obsesionados con el sexo. ¿Por qué será?
19 marzo del 2009
Robert NewPort (newport43@gmail.com)
www.robertnewport.blogspot.com
Enviado el 20 de marzo del 2009
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