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En el suplemento dominical 'XLSemanal', de hoy domingo 15 de junio, he
leído "La carta de la semana", enviada por Dulcina Fonseca García
-Pola de Siero (Asturias)-, médico cooperante, que me hizo sentir una
profunda admiración hacia ella; y lástima hacia los parientes que no
saben valorar la dedicación y el sacrificio que suponen ejercer una
profesión como la de Dulcina, en unas condiciones de absoluta
precariedad, que se ha convertido en una vocación de entrega a los
demás. Esta carta decía textualmente:
"Después de 11 años trabajando como médico en uno de los países que
hemos bautizado como 'Tercer Mundo', debí volver a mi casa por asuntos
personales. En una cena familiar, un pariente cercano me preguntó que
para qué había estudiado Medicina si estaba malviviendo en una zona
perdida de la selva. Sin siquiera darme tiempo a responder,
justificaba socarronamente su duda afirmando que, para vivir así,
mejor me hubiera hecho misionera y no habría tenido que ¿malgastar?
los mejores años de mi juventud estudiando. Lo realmente curiosos es
que casi todos los allí presentes le daban la razón haciéndome sentir
un animal raro. Quizá yo pensaría como ellos si me faltase la
experiencia de estos años: muchos pacientes han llegado a ofrecerme un
plátano como agradecimiento por haber ayudado en un parto o haber
aliviado un dolor innecesario de una enfermedad incurable. Un simple
plátano, qué miseria para nuestros estómagos saciados, ¿verdad? Lo
que muchos no saben es que dos plátanos son la cena –incluso la
comida de un día completo- de un matrimonio con tres niños. Sin
embargo, en una acción de máxima gratitud (eso que a los occidentales
nos falta) han reconocido mi modesto trabajo compartiendo conmigo lo
máximo que tienen. ¿Puede un profesional sentir mayor satisfacción?"
Este relato no necesita comentario alguno, pues, en sí mismo, deja al
descubierto las pocas virtudes y los muchos defectos que tenemos los
seres humanos, acostumbrados a disfrutar de unos derechos y
comodidades que a otros le son negados.
La carta que he reproducido, me trae a la memoria una conversación
–que no pude evitar oír, en la cola de la ventanilla de una entidad
bancaria-, entre una farmacéutica y el que, supongo, era el padre de
un joven a punto de iniciar sus estudios universitarios. En el
transcurso de la conversación, el supuesto padre del joven le
comentaba a su interlocutora que el "chico" había obtenido una alta
calificación en las pruebas de Selectividad y su intención era entrar
en la facultad de farmacia; pero, debido a la limitación de plazas, no
tenía opción a estudiar esa carrera, que era la ilusión de su vida.
Sin embargo, aunque no le gustaba, sí podía estudiar óptica porque
había plazas suficientes. La farmacéutica, en un alarde de agilidad
mental mercantilista, le dijo entusiasmada al padre del chico:
¡Genial! La óptica tiene unos márgenes comerciales muy altos y se
obtienen grandes beneficios. Al oír esto, aunque no iba nada conmigo,
sentí una gran decepción por la fijación que tienen algunas personas
en anteponer siempre el interés crematístico al interés profesional.
Es decir, lo que menos importa es que te guste la profesión elegida.
Lo verdaderamente significativo es ganar mucho dinero, cuanto más
mejor. La satisfacción del trabajo bien hecho, ejerciendo una
profesión con la que te identificas –y que te permita vivir,
naturalmente-, parece ser que ya no se valora y pasa a un segundo
plano. Ser buen o mal profesional, para esta gente, no tiene
relevancia.
Sentí cierta lástima por este chico, que iba a estudiar una carrera
que no le gustaba y, si la terminaba, la ejercería sin interés
profesional alguno. Pero hoy, probablemente, ya se habrá establecido
como óptico, tendrá unos ingresos que le permitirán llevar un nivel de
vida que pocos pueden alcanzar, y disfrutará de una posición social
que, seguramente, nunca hubiera imaginado. Entonces, él será quien
sienta lástima, o tal vez desprecio, por aquellos profesionales que,
como yo, no han sabido salir de la mediocridad y serán toda su vida
unos fracasados y unos perdedores.
Siempre recordaré lo que un primo mío, ante una situación que no
alcanzábamos a comprender, porque se alejaba mucho de lo que nosotros
considerábamos como ética profesional, me decía con cierta ironía:
"Esto es… una cosa, como si fuera, sin ser, siendo; que es y no lo
parece, con vistas a la marina, pero pintada de verde". Pues ¡qué
bien!
15 junio 2008
Robert NewPort (newport43@gmail.com)
www.robertnewport.blogspot.com
Enviado el 19 de enero del 2009
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