Cada cierto tiempo (especialmente en verano, cuando el material informativo escasea) salta a los medios de comunicación una noticia en la que se da la voz de alarma sobre la subida del nivel del mar. Normalmente se acompaña con informaciones sobre el aumento de temperaturas y prevé grandes catástrofes inmediatas entre las cuales está la desaparición de las ciudades costeras. La guinda a estas informaciones es un montaje fotográfico en el que aparece la estatua de La Libertad sumergida hasta el cuello.
Aunque se trata de dos cuestiones distintas, están íntimamente relacionadas; el calentamiento global del planeta y el derretimiento de los hielos antárticos son las dos caras de la misma moneda pero aquí sólo vamos a hablar sobre la Antártida.
Durante los últimos años se han publicado numerosos trabajos rigurosamente científicos sobre el derretimiento del hielo antártico inducido por el calentamiento global del planeta. Esto ha generado una corriente social en contra de una de sus posibles causas, los gases de combustión que inducen el efecto invernadero, corriente que no afecta al cafre que los ciudadanos del imperio han elegido como presidente, el Sr. Bush (¿o será al presidente que han elegido los cafres del imperio?).
Antes de entrar en harina hay que entender que los hielos antárticos están divididos en dos clases: las barreras occidentales, que es una enorme plataforma de hielo llegada durante miles de años de los glaciares y que ocupa el propio mar; y los hielos orientales, apoyados sobre tierra firme.
En 1978 John Mercer ya intuyó que la desintegración de las barreras de hielo flotante, las orientales, sería un evidente signo de que un peligroso calentamiento comienza en la Antártida. Ni él mismo seguramente imaginaría que sus previsiones se iban a cumplir en menos de 15 años. En 1991 se produjo el desprendimiento de la primera de estas barreras, la de Wordie, situada a 68 grados de latitud sur. La idea de Mercer era bastante simple: la pervivencia de las barreras de hielo dependía de que se mantuviesen al sur de la isoterma de los cero grados. Si esta isoterma se desplazaba hacia la Antártida, los hielos se replegarían hasta alcanzar una nueva posición de equilibrio. En un escenario de catástrofe, con un calentamiento del planeta de hasta 8 grados, la isoterma de los cero grados se desplazaría hasta alcanzar casi todas las barreras de hielo flotante, las cuales se separarían del continente y empezarían a flotar libremente en el océano. Estas barreras tienen la importante misión de retener el flujo de hielo llegado desde los glaciares por lo que su desaparición implicaría la llegada de inmensas cantidades de hielo al mar. Si la desaparición de las barreras apenas implica subida del nivel del mar de menos de cinco metros porque ya están en el mar, la llegada del hielo continental sí que aceleraría esta subida.
La inestabilidad del mar de hielo occidental es una cuestión conocida desde hace décadas pero en 1998 se llegó a la conclusión de que se produce anualmente un retroceso de 1200 metros en la línea en que las barreras de hielo dejan de estar apoyadas en los fondos marinos y flotan en el mar.
Por otro lado, el aumento global de la temperatura se traduce en una mayor capacidad de la atmósfera para retener humedad y, por tanto, en un aumento de las precipitaciones de nieve, lo que ha dado lugar a un aumento del grosor de los hielos orientales apoyados sobre tierra firme.
Una vez conocidos los hechos, no es difícil prever que antes o después los hielos antárticos acabarán por derretirse, lo que provoca pánico en las naciones eminentemente costeras. Por ejemplo, los 50 millones de habitantes de Bangla Desh verían cómo su país desaparece casi íntegro bajo las aguas. Pero la gran pregunta es ¿cuándo?.
Existen muy diversas opiniones entre la comunidad científica, pero la más extendida opina que el hielo antártico desaparecerá no antes de 500/700 años. Estas previsiones se hacen en base al actual crecimiento del nivel del mar en 1,3(+-3)mm. al año y se apoyan en el hecho de que los hielos orientales están situados sobre tierra firme y en zonas cuyas temperaturas medias rondan los 30 grados bajo cero por lo que sería necesario un aumento brutal de las temperaturas para derretirlos.
Otro factor que ha de tenerse en cuenta es el comportamiento cíclico del clima terrestre. En toda la era cuaternaria se han sucedido periodos de glaciación de 75.000 años con un ciclo de interglaciación de 25.000 años y ya hace casi 20.000 desde que el último período alcanzó su punto de máximo frío. Estamos, por tanto y en teoría, más cerca de una época fría que de una cálida, aunque los hechos parezcan inducirnos a pensar lo contrario. Nadie ha sido capaz tampoco de medir con exactitud el efecto invernadero inducido por el hombre para determinar hasta qué punto estamos influyendo en el clima terrestre.
A modo de conclusión, lo único que quedan son preguntas:
¿Se cumplirán las previsiones pesimistas de Merecer y en 150 años habrán desaparecido las barreras occidentales?
¿El aumento de las temperaturas provocará el aumento de las precipitaciones de nieve y, por tanto, del grosor de los hielos continentales de la Antártida?
¿Serán todos estos procesos absorbidos por los cambios mucho mayores que conllevan los ciclos de glaciación terrestre?
Mauricio Luque
www.lukor.com
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