Don Marcial, acérquese, siéntese aquí contemplando la tarde que va pasando, cuénteme alguna de esas historias que cuenta a sus nietos, esas historias que relata en alguna de sus dos lenguas maternas.
Bien, le cuento una que sucedió a mi abuela hace años atrás.
Resulta que estaba el padre de mi abuela regañando a uno de sus hijos, el padre era un hombre de campo y poda, de huerta y cosecha; de paseo, labor y algo de siesta.
Lo llamó porque el muchacho, que con el tiempo sería mi tío abuelo; pues como le decía, lo llamó porque estaba incordiando con no se sabe bien qué; lo llamó para regañarlo; el muchacho se acercó al padre, un hombre delgado y agilidad buena; y lo agarró por el brazo con la intención de atizarle tal y como se hacía en aquella época.
Mi bisabuelo llamó a mi abuela, una muchacha joven que andaba por ahí sin saber muy bien dónde colocarse; y le pidió con voz de mando y autoridad que le acercara una varilla que había sobre una mesa.
Esa varilla era para atizar y castigar al muchacho por su comportamiento.
Mi abuela con toda la ignorancia y temor cogió la varilla y se la entregó a su padre. Y este, efectivamente, atizó al muchacho, hasta hacerlo llorar…
Acto seguido lo soltó y pidió a mi abuela que se acercara, así hizo ella, y recibió unos azotes.
El bisabuelo le espetó: “Esto te pasa por darme una vara para que pegue a tu hermano.”