Aquel 22 de septiembre de 1995 quedó grabado en tu memoria como un tatuaje neuronal. Se trata de la fecha en que la empresa en la que has trabajado durante treinta y dos años, se declara en suspensión de pagos e inicia el expediente de regulación de empleo (ERE), que es la antesala del cierre definitivo.
Efectivamente, casi cuatro meses más tarde -11 de enero de 1996-, llega la rescisión del contrato laboral por quiebra y el tan temido cierre. Es el final de una empresa que, con muchos años de historia y reconocido prestigio, nacional e internacional, deja en la calle a 130 trabajadores que, ante una situación desconocida para ellos, se encuentran desorientados y sin saber muy bien qué hacer.
A partir de ese momento, y a instancia de los sindicatos correspondientes, se inicia una larga serie de asambleas, con el fin de buscar un empresario que esté dispuesto a hacerse cargo de la empresa y de la totalidad de la plantilla...
Dos largos e interminables años de gestiones con empresarios y con las administraciones públicas –sin obtener resultado positivo alguno-, unidos al cansancio, la desesperación y el desánimo, fraguaron las discrepancias, las sospechas y las acusaciones -más o menos fundadas- que, lamentablemente, acabaron en una escisión en la plantilla y el posterior abandono de una parte de los trabajadores...
Pasaste a formar parte de los que claudicaron y te enfrentaste a una nueva situación, tan desconocida o más que la anterior, pero en solitario. Te sentías abandonado… ¿Dónde estaban los que te llamaban por teléfono para pedirte favores relacionados con la empresa o a título particular? ¿Dónde estaban los antiguos compañeros de trabajo con los que siempre has tenido una fluida relación telefónica o epistolar, y que ocupaban cargos importantes en otras empresas? ¡Dónde estaban…!
"Amigos verdaderos son los que vienen a compartir nuestra felicidad cuando se les ruega, y nuestra desgracia sin ser llamados". (Demetrio de Falerea)
¡Qué soledad…! ¡Qué tristeza…! Pero te quedaba lo más importante: tu esposa y tus hijos. También un par de buenos amigos. No necesitabas más.
Ante esta nueva etapa de tu vida, y con un horizonte que no te permitía ser optimista, preparas tu currículo y lo envías a todas las empresas en las que consideras que pueden interesar tus servicios y, al mismo tiempo, insertas un anuncio en un diario de ámbito comarcal que, amablemente y de forma gratuita, publican durante un año.
El tiempo va transcurriendo y, salvo encargos esporádicos, las ofertas de trabajo no llegan. Pero, un buen día, te llama una ex compañera de trabajo –también en paro, como tú-, y te facilita el teléfono de una empresa local, que necesita un profesional de tu especialidad. Tenían buenas referencias de tu profesionalidad; incluso la edad no suponía ningún inconveniente. Pero sí era condición indispensable acreditar el dominio de un programa informático que, lamentablemente, tú desconocías. No estabas preparado. No pudo ser.
De nuevo la autoestima por los suelos y el hundimiento moral, te conducen a recluirte en casa y salir lo mínimo indispensable, aunque te mostrabas siempre -o casi siempre- con buen semblante, sin dejar traslucir tu bajo estado de ánimo.
Pasaron los meses -también los años-, y llega el mes de agosto de 1999 en el que, a través de un conocido, contactas con una pequeña empresa familiar y comienza una nueva etapa de tu vida profesional, que te permite desarrollar tu actividad en casa, aunque, eso sí, con una frecuencia intermitente.
Cumples los 60 años -¡caray, qué mayor eres!-, te jubilas anticipadamente -con la repercusión económica que ello conlleva- y, aunque no te consideras ni te sientes mayor, pasas automáticamente a la categoría social de "pensionista". ¡Menuda faena!
Sigue transcurriendo el tiempo, implacablemente, y hoy cumples 65 años -¡qué ya son años!-, pero continúas con ganas de hacer cosas y mantienes el espíritu joven que, a estas alturas de la vida y a pesar de las adversas circunstancias vividas, es todo un triunfo y también, por qué no decirlo, una gran satisfacción.
Han transcurrido ya 13 años desde aquella regulación de empleo y, exceptuando los dos años siguientes de gestiones infructuosas, no has vuelto a acercarte por la empresa que, actualmente en manos de nuevos propietarios, funciona a pleno rendimiento. Sin embargo -y esto es lo triste-, todavía sueñas con ella casi a diario -no en vano has pasado allí más de 30 años de tu vida-, pero, curiosamente, en esos sueños sólo aparecen las situaciones complicadas, en las que los problemas profesionales te desbordaban y vivías en un permanente estado de tensión. Vuelven los fantasmas del pasado. No son simples sueños, son verdaderas pesadillas.
Todos esos años de frenética y desbordante actividad, te han permitido crecer profesionalmente. Has tenido la fortuna de trabajar con excelentes profesionales, además de buenos compañeros y mejores personas -aunque, tristemente, siempre hay la excepción que confirma la regla-, que te han transmitido conocimientos que hoy forman parte de tu bagaje profesional.
Has viajado, por Europa, y ello te ha permitido visitar nuevas empresas y contactar con técnicos de gran valía que, sin duda alguna, contribuyeron a mejorar tu formación como profesional y, también, como persona.
Toda esa experiencia acumulada no has tenido la oportunidad de demostrarla plenamente. ¡Ya es usted muy mayor, te decían! No obstante, todos los conocimientos adquiridos a lo largo de tu vida profesional -y muchos más que irás adquiriendo, estoy seguro-, tendrás ocasión de transmitirlos cada día en tus relaciones personales y profesionales, que ayudarán a los que estén realmente interesados y, al mismo tiempo, seguirán dando sentido a tu vida y te proporcionarán una gran satisfacción personal. ¡Buena suerte!
"Si te sientas en el camino, ponte de frente a lo que aún has de andar y de espaldas a lo ya andado". (Proverbio chino)
30 noviembre 2008