La lujosa oficina mostraba a los dos hombres solamente separados por el estrecho pero bello escritorio. Acababan de encontrarse hacía solo unos instantes y se preparaban para una larga entrevista. Básicamente se trataba de una operación de negocios donde de un lado estaba un potencial comprador y del otro un consumado vendedor. El hombre que se hallaba del lado donde se encontraba el sillón mas cómodo y moderno era un alto ejecutivo de ventas de “Micro-Robótica & Co.”, empresa especialmente dedicada al reemplazo del hombre por unidades cibernéticas autónomas que triplicaban la producción bajando diametralmente los costos. Frente a sí tenía a un colega, también perteneciente a una empresa líder, pero perteneciente a la sección Compras de su empleador, que lo había enviado para enterarse de los servicios que Micro-Robótica ofrecía. O eso se creía. Es que las tres primeras décadas del tercer milenio no mostraban mucha diferencia con los últimos años del Siglo XX.
Transcurridos ya tres años del año 2030 la miseria y la desocupación a manos de ingenios automáticos se había profundizado agudamente.
Para agravar lo ya expuesto, superado el año 2000, la especulación financiera y los mercados de valores dejaron al mundo en manos de tres o cuatro pequeños grupos económicos voraces e inescrupulosos que sembraron la desolación allá donde pusieron sus manos.
El control de la economía mundial estaba entonces determinada por unos pocos cerebros tecnocráticos que poco o nada les importaba las verdaderas necesidades de aquellos a quienes doblegaban. Sus mentes gobernadas por los números solo sabían de negocios.
Esto, por supuesto, no podía redundar en nada beneficioso para nadie en el largo plazo pero no obstante esto a nadie parecía importarle mucho o, por lo menos, a aquellos que amasaban fortunas a merced de la miseria mundial. El hombre ubicado en el sillón más cómodo sonrió ampliamente.
- Sr. Frenzi, no pudo elegir usted mejor, pues dentro del mercado somos los que mejor automatización estamos ofreciendo. Nuestros sistemas robotizados son los mejores del mercado y dentro de muy poco... –
- No se gaste en ceremonias conmigo, Sr. Quegn, solo soy la máxima autoridad en compras dentro de la empresa y para nada ocupo un cargo directivo dentro de la misma.
Solo fui enviado aquí para chequear vuestras prestaciones y compararlas con otras ya visitadas. –
- Pues para mi el caso es el mismo.- dijo el aparatoso ejecutivo con un dejo de decepción a partir de los dichos del otro.- Me empeñaré con usted de la misma manera que si fuera el principal accionista de su empresa para mostrarle las virtudes de los sistemas que diseñamos. –
- Virtudes que para mí en lo particular no lo son tanto, Sr. Quegn. No se si le interesará pero mi filosofía de pensamiento en cuanto al reemplazo del hombre por la máquina no son precisamente favorables. – El ejecutivo quedó totalmente perplejo.
- No...No lo entiendo. –
- Pues por poco que piense lo entenderá. Imagine usted un hombre que durante años se desempeña en una tarea simple o compleja en un determinado ámbito. De pronto le dicen que tiene que irse, que su actividad será cubierta por una máquina o robot o lo que cuernos sea. Este hombre cargará a sus espaldas no solo la frustración de ser desalojado de su labor por una masa metálica sino que deberá pensar en una reinserción en otro ámbito para poder ganar su sustento, empresa harto difícil en estos tiempos en que la ofertas de seres humanos es tan vasta. Si por unos de esos milagros logrará su propósito deberá tener en cuenta que quizá su situación de alivio solo durará hasta que alguna otra máquina lo reemplace. Si esto sucediese el ciclo volverá a repetirse con el agravante de la carga de años adicional transcurrida desde su primer despido. De esta manera, ahora más viejo, su reinserción en el campo laboral será infinitamente más difícil y así seguirá hasta que la posibilidad quede reducida a cero. Comprenderá usted entonces que el destino de este hombre y su posible familia es el hambre o al menos, la marginalidad y la miseria. –
- Permítame decirle, caballero, que sus dichos son innecesariamente dramáticos y que tiene usted una visión bastante acotada de el tremendo bien que las computadoras vienen haciendo al mundo desde hace ya casi mas de un siglo. Las máquinas solo dicen: “Denme a mi el trabajo pesado. Ustedes solo piensen y disfruten”. –
- ¿Quiere usted hacerme ver que las personas que no pueden ganarse el sustento disfrutan como locos de su situación? –
- ¡Pero Sr. Frenzi! .En todos los procesos revolucionarios hubo siempre quienes quedaron al margen. Las personas que no están aunque mas no sea mínimamente relacionadas con la cibernética o la informática poco tienen que hacer en la sociedad de hoy. –
- El problema es que la exclusión que usted hace abarca a la gran mayoría de la población mundial... Son millones. –
- Los grandes cambios siempre acarrean grandes masas de gente sacrificada, pero son cambios que benefician a la humanidad como un todo de cara al futuro. – - Usted es un encumbrado ejecutivo de una multinacional monstruosa con una gran preparación y un altísimo grado de educación pero... ¿Cuantos años tiene usted, Sr. Quegn?. –
- Tengo veinticinco años.- contestó orgulloso el aludido.- Y hace cinco que estoy en la empresa. Fue mi primer y único trabajo. –
- Aja...Lo felicito por su meteórica carrera. Y dígame: ¿Cuanto cree usted que su empresa tarde en diseñar una máquina que desempeñe su trabajo igual o mejor que usted? –
Quegn sonrió con suficiencia. Hizo una significativa pausa para meterle un tinte despectivo a lo planteado por Frenzi.
- Estimado caballero, las tareas para las cuales están destinados los robots son aquellas cuya repetitividad y rutina las hacen odiosas, tediosas, inaceptables a estas alturas para un ser humano, cuya mente diversificada debe ser destinada a labores intelectuales de tenor más elevado, como por ejemplo mi labor. En mi campo la presencia, la dicción, la creatividad, el ingenio, en fin, podría citarle un serie interminable de parámetros, hacen de esta tarea algo imposible de ejecutar por una máquina por más sofisticada que esta sea. –
- ¿Y que hacemos, entonces, con aquellas personas cuyo intelecto no se adapta a tareas tan…finas… como la suya? . – El joven comenzaba a mostrar incipientes trazas de fastidio.
- No se, Sr. Frenzi, no soy sociólogo, pero le aseguro que sería de su mayor desagrado que en lugar mío estuviera usted hablando con un ente niquelado de luces parpadeantes. –
- No tenga usted la menor duda pero déjeme mostrarle algo. –
Frenzi busco en su portafolio y saco un folleto a todo color y abundante en detalles. Lo tiró sobre el escritorio. Su portada lo decía todo:
“TENGA SU PROPIO SISTEMA EJECUTIVO Y AHORRE ALTOS SALARIOS.”
El otro miró el boletín con ojos intrigados pero aún poco interesado. Dio vuelta la portada y la primer hoja mostraba la imagen de dos personas jóvenes de distintos sexos y muy atractivos sonriendo tras un moderno y funcional escritorio inscripto en un entorno mobiliario de última generación. Al pie de las fotos versaba:
“AUNQUE NO LO CREA ESTAS DOS PERSONAS SON ROBOTS. LO ÚLTIMO EN SIMULACIÓN HUMANA. RESPIRAN, SUDAN, LLORAN, RIEN Y POSEEN TODAS LAS FUNCIONES DE INTERRELACIÓN COMO DOS VERDADERAS PERSONAS. NUNCA NADIE NOTARÁ LA DIFERENCIA. LO QUE USTED NECESITA PARA LA ATENCIÓN DE SUS CLIENTES. VENTAS, COMPRAS, FUNCIONES DIPLOMÁTICAS Y OTRAS CIEN FORMAS DE PROGRAMACIÓN…
Ahora la cara del joven se encontraba descompuesta. Su aire de suficiencia se había ido al demonio. Frenzi tomó la palabra.
- Es de la compañía que más compite con ustedes. Me asombra que no esté usted al tanto. Quizá sus superiores no estén muy interesados en que se entere y, en realidad, estando tantas horas dedicado a su labor y con su computadora posiblemente intervenida no creo que haya tenido demasiadas oportunidades de informarse. Probablemente con los sofisticados sistemas de espionaje industrial (cibernéticos de hecho) ya esté desarrollando aquí un sistema similar por lo que, en ese caso, su situación dentro de la empresa sea por demás precaria. –
El joven leía el folleto con una palidez mortal en la cara e imposibilitado de apartar sus ojos del boletín que tenía entre manos.
- Si le sirve de consuelo- continuó Frenzi - un sistema que me reemplace ya está totalmente implementado en la empresa donde trabajo. Lo espero en el futuro, Sr. Quegn. –
Dicho esto el hombre tendió inútilmente la mano al abatido joven que tenía enfrente que solo atinó a mirarlo con ojos de pescado muerto y el labio inferior colgando lamentablemente hacia abajo.
“Quizá un pequeño infarto se le esté formando en algún lugar...” pensó Frenzi.
Acto seguido se encaminó a la puerta y se marchó razonablemente complacido.
A Olmos se le borró la sonrisa de la boca.
Ernesto Rosa
Enviado el 17 de marzo del 2012