Siempre pasa cuando uno se aferra a algo con una pasión rayana en la obsesión. Normalmente esto denota falencias en alguna o algunas facetas de la personalidad del sujeto involucrado. Sobre todo cuando la razón de la obsesión es el trabajo. Este síndrome acompañó por siglos a la humanidad y convirtió a hombres de gran capacidad de trabajo e intelecto en esclavos voluntarios de una compañía o empresa. Se manifestaba de distintas maneras pero el síntoma principal era la vinculación permanente a su labor durante las veinticuatro horas del día. Hablar del trabajo en su hogar como tema excluyente de conversación, condicionar la vida cotidiana al trabajo, hacer compras privadas orientadas al cargo ocupado, preparar a la familia para convivir con modismos y horarios relacionados con el trabajo... . Soñar inclusive con el trabajo y discutir el sueño en el desayuno. Estos hombres no tenían vida sino en función de su trabajo. Todo lo demás era accesorio u ornamental. Pero... ¿que pasaba cuando este individuo era desvinculado de su cargo sea compulsiva o amablemente? . Depresión, si es que no la había contraído antes. De una forma o de otra su personalidad se veía profundamente afectada. Su vida se vaciaba de contenido rápidamente y se encontraba solo y perdido sin la rutina habitual que lo hacía sentirse algo. De pronto se daba cuenta que se había apegado tanto a su labor que sin ella no podía vivir. Comenzaba a darse cuenta de quienes eran los integrantes de su familia y a encontrarles numerosos defectos que antes habían pasado desapercibidos. Ya no se encuentra entre sus amigos muchos de los cuales aun conservan su trabajo y que, siendo como él, conversan animadamente de esto dejando al sujeto en cuestión sin tema de aporte. Se aburre y camina largamente sin rumbo fijo pensando en la gran estupidez cometida. Se amarga cavilando acerca de la importancia que el creyó haber tenido en la empresa y en lo indispensable que pensó que resultaba su labor. Que idiotez tan grande. Lo desecharon como un cacharro viejo con una suma de dinero, una pensión y un reloj barato con el logo de la compañía. El suicidio era una idea que le rondaba permanentemente por la cabeza sin llegar a asentarse por completo. En algunos casos este acto se manifestaba con un tiro en la cabeza y en otros sencillamente como una anulación mental. Lo definitivo era que este tipo de personas rara vez superaba con bien el trance.
Estas mismas nubes negras se estaban por abatir ahora sobre Marcos Glen. De cincuenta y cinco años recién cumplidos Marcos veía venir desde hacía ya tiempo el desenlace que le tocaba ahora vivir. “Súper Numeraria de Sistemas & Co.” había venido creciendo a un ritmo vertiginoso durante los últimos diez años ampliando su plana tecnológica y productiva mediante la incorporación de brillantes políticas de automatización y robótica que había dejado a Marcos al nivel temporal de un “Tiranosaurio Rex”. Los últimos nueve meses habían infringido al hombre en su puesto de trabajo una dolorosa tortura de olvido y abandono. Llegaba a su puesto de trabajo en el horario indicado y se sentaba frente a su mesa donde un cartel plástico rezaba “ Marcos Glen - Técnico en planificación operaria.” y, clavando la vista en el techo, esperaba pacientemente que las ocho vacías horas que tenía por delante pasaran lo mas rápidamente posible, cosa que jamás se daba. Es que Marcos ya no tenía labores que realizar en la empresa ya que su función había sido eficientemente absorbida por el sistema automático. Antes, unas diez mil personas dependían de el para la correcta realización de sus tareas y se sentía útil y realizado. Tenía a unas cien personas bajo su cargo directo trabajando dentro de una estructura meticulosamente perfeccionada a través de las décadas que había pasado en el seno de la empresa y que sobrepasaban las tres.
Y era ese punto el único que lo reconfortaba. Había recibido cuantiosos elogios de la más alta plana ejecutiva y le habían rendido no pocos homenajes a razón de su brillante labor. Tenía placas conmemorativas y recuerdos de todo tipo. Pero ahora todo era distinto. Ahora era un idiota o poco más que eso. O por lo menos las máquinas habían insinuado esto. Cuando las computadoras robóticas analistas informaron que el sistema de Marcos podía ser optimizado en no menos de un tres por ciento produciendo un ahorro de dinero de unos trescientos mil al mes los gritos de alarma sacudieron todo el edificio. De nada sirvió los documentos de antecedentes que el mismo redactó pidiendo los recursos en dinero para optimizaciones parciales que databan de varios años atrás y que nunca fueron tenidos en cuenta. De nada sirvieron los testimonios de cientos de empleados adherentes a la posición de Marcos.
Nada sirvió para nada frente a la necedad de los encumbrados ejecutivos que solo pensaban en defender la postura de que los miles de millones invertidos en las máquinas estaban plenamente justificados a la luz de los resultados obtenidos en este primer test cibernético. Tres por ciento de optimización. Trescientos mil al mes. La empresa facturaba no menos de diez mil millones al mes.
Marcos fue sentenciado y querían ejecutarlo. Su plana de personal fue desperdigada por toda la extensión de la empresa y muchos fueron despedidos sin más. Solo quedaba él. Solo en una planta de mil metros cuadrados donde únicamente se encontraban el polvo acumulado y su mesa vacía de trabajo. Pronto lo echarían de allí y lo pondrían a vegetar en alguna minúscula oficina en algún sótano olvidado quizás solo con una silla y una carpeta.
Es que la empresa no quería despedirlo. Su calificación junto a los honores y galardones ganados a través de treinta y cinco años lo hacían acreedor de una indemnización de no menos de dos millones y la compañía estaba dispuesta a dar batalla por esa suma de dinero jugando al desgaste con el hombre que tantos beneficios le había otorgado. Pero todo era cuestión de tiempo.
La consultora legal le había dicho a Marcos que de acuerdo a las leyes laborales la empresa debía retornarle un cargo análogo al que poseía en menos de seis meses o despedirlo inmediatamente, de lo contrario se vería inmersa en una maraña de reclamos que multiplicarían por cinco la suma indemnizatoria. Solo tenía que esperar. Solo era cuestión de tiempo.
De los seis meses habían ya pasado tres, pero habían parecido tres siglos. No debía incurrir en ninguna falta que lo hiciera pasible de un despido justificado y no tenía que contrariar a la empresa en ninguna de las ordenes que le impartiese dentro de sus facultades para con el.
Así fue que lo rebajaron sucesivamente de categoría recortándole el sueldo hasta lo que les fue posible y que fue mucho. Marcos tuvo que vender mucho de su patrimonio para acomodar su vida a su nueva realidad salarial. Pero no le importó. En tres meses tendría tres veces más.
Lo que si lo hería era ir al trabajo y desperdiciar ocho horas de su vida miserablemente.
Mientras tanto su representación legal mandaba demanda tras demanda a la compañía facturando por daños y perjuicios sumas abultadas que no hacían más que inflar considerablemente la suma de dinero que Marcos recibiría al final de este martirio. Obviamente la empresa estaba incurriendo en un notable error que se había gestado en un principio pues de haber pagado de entrada ahora estaría ahorrando dinero. Pero la política de la empresa era de defensa a ultranza de las decisiones de sus ejecutivos aunque estos estuvieran metiendo la pata hasta el cuadril. Le habían aconsejado inclusive que no hable con nadie para no generar argumentos de distracción del trabajo y evitar así que le aplicaran sanciones disciplinarias. Ese era pues el panorama del hombre que solo y en silencio esperaba que pasen estos tres largos meses por venir. En eso pensaba cuando sonó el videófono de su mesa. Se preguntó que nueva tribulación encerraría esta llamada.
Como había descompuesto la pantalla exprofeso para no verle la cara a nadie (cosa que le valió una reprimenda por parte de su abogado, pues podría haber habido una sanción por atentar contra el patrimonio de la empresa) solo el sonido brotó del aparato cuando este fue activado.
- Marcos Glen, buenos días. - atendió Marcos.
- Señor Marcos, que placer verlo. Soy Antonio Perses. –
- Lamento no poder decir lo mismo Sr. Perses pero solo porque la pantalla de mi aparato no funciona. –
- Oh, que inconveniente. Pero me imagino que ya le habrán hablado de mí. –
- Usted viene a reemplazarme en la nueva plantilla de la sección de acuerdo a lo que me informaron. –
- Bueno...si, eso es lo básico, pero ¿que mas le dijeron de mí? –
- Nada más.- contestó Marcos.- ¿Que más debería yo saber? –
- Bueno, eso deberé consultarlo con mis superiores. De todos modos, Sr. Marcos, le ruego me conceda una cita para encontrarme con usted personalmente. –
- Venga cuando quiera. - recitó Marcos.
- Pero, no quiero interrumpir sus tareas ni importunarlo en... –
- No se preocupe. –
- Pues, bien...Ni bien hable con mis superiores lo visitaré. –
- Bueno... – - Por mera curiosidad, y disculpe usted mi indiscreción pero, ¿cual es su situación actual en la empresa? –
- Por el momento no tengo tareas asignadas. Estoy rebajado de categoría y con sueldo severamente recortado en espera de mi despido. –
- Pero... ¡Eso es una crueldad para un hombre que aportó tanto a la empresa! –
- Esta dentro de las atribuciones de la empresa. - dijo Marcos levemente sorprendido. Fuera Perses quien fuera esas afirmaciones bien le podrían valer un despido inmediato.
- Le confío que estoy tan indignado como sorprendido, Sr. Marcos, y si usted me dice cuales son sus expectativas le prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para que su trance se dirima lo mas expeditivamente posible. –
A Marcos toda esta conversación le olía a podrido y decidió ser lo mas cauteloso que se podía ser.
- Todo lo que deseo es lo que ya le expresé a la plana ejecutiva y que es, ni mas ni menos, que me despidan a la brevedad aportándome la suma de dinero que mi representación legal reclama. –
- ¡Pero Sr. Marcos, la empresa no puede desprenderse de un elemento como usted! –
- Todo lo que deseo es lo que ya le expresé. –
- Esto es inaudito. Me apiado de usted y lamento no contarlo entre los que colaborarán conmigo pero si esa es su decisión le aseguro que la llevaré a buen puerto. Buenos días, Sr. Marcos y fue un placer. –
- Buenos días y gracias. –
La comunicación se cortó y Marcos lamentó profundamente no haber podido ver la cara de su interlocutor. Su voz sonaba algo extraña y le intrigó el hecho de que ignorará cual era la situación por la que el atravesaba. Sonaba a trampa.
Retiró el pequeño cartucho del cubículo grabador que contenía la conversación sostenida momentos atrás y se lo metió en el bolsillo. Su abogado le había recomendado que grabara las conversaciones que mantenía en el seno de la empresa ya que podían servir para obtener mayores ventajas a su situación. Cuando llegó a su hogar y tras saludar a su familia y ponerla en antecedentes se retiró a su estudio para conversar con su abogado y hacerle escuchar la conversación. El facultativo le manifestó que no encontraba en los dichos nada que pudiera agravar su situación actual sino, que por el contrario, los dichos de su interlocutor podían, como empleado de la empresa, facilitar las cosas enormemente. Le aconsejó que copiara la grabación varias veces y lo felicitó por la prudencia con que se manejó.
A los cinco días Marcos ya había olvidado el evento cuando se enteró por el boletín interno que el ejecutivo que llevaba adelante su causa en su contra había sido sorpresivamente despedido.
Tras cartón sonó el videófono (que ya había sido reparado) y en la pantalla se recortó la cara feliz de su abogado.
- ¡Ganamos, Marcos! Serás despedido mañana con nada menos que ocho millones para embolsar. Por mis honorarios no te preocupes, va por cuenta de la empresa. Adiós. –
Marcos se quedó boquiabierto. En un principio se suponía que debía entregar a Todd, su abogado, un veinte por ciento de lo obtenido. Obviamente había conseguido muchísimo mas. Una tormenta de sentimientos la barrió el cerebro.
Pena: por dejar un ámbito que frecuentó por más de treinta años.
Alivio: por el fin de algo que debería haber soportado tres meses más.
Felicidad: por haberse convertido en millonario.
Intriga: ¿Quien carajo era Antonio Perses?
Alguien, una persona, se había hecho carne de su problema y se lo había solucionado. Esto lo reconciliaba con la humanidad, con la gente con la que tan desencantado estaba. Ahora tenía una esperanza, una pizca de fe en sus semejantes que tanto mal le habían hecho. Ahora sí podía empezar a creer, a empezar de nuevo, a... El sonido anunciaba alguien en la puerta de su desmantelado despacho.
- ¿Quien es? - preguntó por el interfono.
- Antonio Perses, Sr. Marcos. Traigo la notificación oficial del otorgamiento de todas sus demandas. Como sé que este es un acontecimiento feliz para usted quise traérsela personalmente. Aparte me siento muy satisfecho de informarle sin falsas modestias que tengo gran parte del mérito de que esto haya resultado bien. – Marcos sonrió ampliamente pleno de felicidad. Un buen hombre aguardaba ante su puerta esperando que le abrieran.
- En un instante le abro Sr. Perses y me alegro de tenerlo aquí. –
Marcos recorrió a grandes trancos la gran distancia que lo separaba de la puerta. La ansiedad lo consumía. Iba a conocer a un verdadero ser humano, sensible, amable, comprometido. Llegó a la puerta y pulsó el botón de apertura.
Lo que vio lo abatió. Brillante...brillante.
- Buenos días, Sr. Marcos. –
Alto, con un maletín en la mano, sin rostro, solo brillante.
- Esta es la notificación de sus demandas. No será despido sino retiro honroso... –
Cubría todo el vano de la puerta. Brillante, plateado. Sus ojos, rojos, luminosos, brillante.
- ...sin perjuicio del pago de sus honorarios que constan... –
Había oído hablar de ellos pero nunca los había visto...brillantes...tan brillantes.
- ...detalladamente al pie del documento. Espero que este usted feliz, Sr. Marcos. –
No. No lo estaba. No lo estaba porque Antonio Perses no era humano. Antonio Perses era un robot de brillante metal.
Ernesto Rosa
Enviado el 17 de marzo del 2012