…En mi opinión, el gobierno debería tomar una serie de medidas alternativas para mejorar el rumbo del país. Hemos visto en las calles o en la tele manifestaciones contra los desahucios, contra la precariedad laboral y de algunas pensiones, contra la subida de impuestos, contra el copago sanitario o contra la desigualdad social por poner solo unos ejemplos. Pero el panorama no hará sino empeorar, pues se calcula que dentro de unas tres décadas habrá en este país un jubilado y medio por cada dos trabajadores que coticen en la Seguridad Social, debido a la baja tasa de natalidad en estas tierras de sol y buen vino.
Esto me recuerda el comentario desacertado de una “peso pesado” de la política europea. Dijo que el hecho de que haya en un cercano futuro en los países que componen la Unión Europea muchas personas mayores en proporción a los trabajadores que cotizarán, será un hándicap para la economía del viejo continente. ¿Y qué tendremos que hacer los viejos europeos –le preguntaría a esa mujer de cabellos de plata y mucha belleza–, despedirnos de todos los seres queridos que nos han acompañado en esta vida terrenal e ingerir una píldora como solución final por el bien de la humanidad?
El problema que se nos presenta es peliagudo. Por lo tanto, creo que, al menos en nuestro país, los gobernantes deberían de tomar una serie de medidas alternativas.
Por ejemplo, deberían fabricar una marca de coches, otra de helados, otra textil, una de zapatos, etc., para competir en el mercado contra las marcas de otras multinacionales y empresas, y con el dinero, procurar el bienestar social.
Sería aplicar un concepto básico del socialismo real o comunismo a un sistema económico puramente consumista y capitalista.
Como veis, no hablo de una especie de revolución bolchevique en la que habría koljos, cooperativas y todas las empresas fueran absorbidas por la madre patria convirtiéndose en empresas del pueblo.
En ningún caso habría que invertir casi toda la fortuna del erario público, eso sería una locura, solo una pequeña parte. Qué más da. Se gastaron más de quinientos millones de euros en un submarino nuclear con el agravante de que hubo problemas en unos de los reactores y tuvieron que desembolsar doscientos millones más. Gastan millonadas en maniobras militares y en aviones equipados para matar y arrasar ciudades enteras. Y también en otras cosas. Como digo, sería invertir un poquito, y si sale mal, seguro que les resulta más barato que lo que ha costado rescatar a los bancos.
Se trata de una idea muy básica. Tendrían que tener una serie de economistas la última palabra en el caso de que a esto se le pudiera sacar alguna utilidad.
Jesucristo dijo que todo tenía que ser de todos. Pero, ¿es eso lo que quiere la inmensa mayoría?
El caso es que ese hombre murió en la cruz por ser comunista. No os creáis el cuento de la Biblia. Jesucristo hacía pensar a mucha gente, y eso era un peligro para los poderes romanos e israelíes.
He pensado otras ideas. ¿Os habéis preguntado alguna vez cuántas personas pobres no pueden comprar sus medicamentos? Seguro que sabréis que las farmacias se deshacen de las medicinas que caducan o están a punto de hacerlo. Pues el gobierno debería crear una nueva ley que obligara a todas las farmacias del país a destinar los medicamentos y otros artículos como pañales y papillas, todo de pronta caducidad, a un banco de medicinas y productos básicos para la higiene y la nutrición, los cuales serían destinados a los más desfavorecidos: indigentes, personas que tienen que elegir entre comer ese día una barra de pan y un poco de companaje o las píldoras para su dolencia, drogodependientes y alcohólicos que se lo gastan todo en sus consumos, mujeres que no tienen pañales para sus bebés, etc.
Paralelamente, como en Francia con un gobierno socialista, debería legislarle en la nación una nueva ley que obligara a los supermercados a donar los alimentos de pronta caducidad a un banco de alimentos, que serían repartidos a la clase pobre y marginada.
En realidad, algo tan básico como comer o poder disponer de la medicación adecuada debería ser un derecho universal.
Lorca escribió que La Tierra da sus frutos para todos. El problema es el gran desequilibrio.
Una economista francesa realizó, perdón por la expresión, con éxito, un experimento. En algunos de los rincones más pobres del planeta dieron medios y dinero a varias familias extremadamente pobres para que montaran una pequeña empresa agraria que les procurara su supervivencia. Y el caso es que estas personas prosperaron, incluso obteniendo beneficios extra para poder abastecerse de otra serie de recursos complementarios.
Esto lo podría hacer el gobierno en la nación con un buen número de familias muy pobres de algunos barrios marginales, siempre y cuando esas familias estuvieran de acuerdo con el proyecto que, con toda seguridad, mejoraría la calidad de vida de sus miembros alejándolos de paso de la delincuencia. Luego, al formar esas gentes parte de la clase media del país, éste recuperaría parte de la inversión con las cotizaciones y los impuestos que pagarían estas personas.
…Todos los productos del mercado deberían tener un plus para entregarlo al tercer mundo y la clase pobre. Aunque la participación, tendría que ser voluntaria.
Yo compro una barra de pan que me cuesta setenta céntimos, y si quiero, doy el plus, dos céntimos, por poner un ejemplo.
Pero aquí hay un problema. El hornero, camarero o tendero podría coger dinero de esos fondos si éstos no se registraran. Vale, pues en un futuro muy próximo tendría que desaparecer el dinero en metálico. Habría que pagar siempre con tarjeta de crédito. Tú vas a comprar a un 24 Horas, y pagas con tarjeta, y un niño de siete años compra allí unas golosinas, y paga con tarjeta. Y si el vecino va a comprar una cama a una tienda de muebles, abona con tarjeta. Y como todos los productos tendrán ese plus para darlo al tercer mundo y los pobres en general, al pagar, te debe comunicar el vendedor: “¿Desea usted aportar la donación para combatir la pobreza?”. “Sí”. Entonces, al pagar por tres barras de pan, dices: “Aporto por una barra (o por tres)”. Y automáticamente, de tu cuenta bancaria te descuentan dos o seis céntimos que serán destinados a unos fondos para que a nadie en el mundo le falte lo más básico: comida, vivienda, agua, etc.
Sería un problema para los indigentes que limosnean; pero no, porque si un buen ciudadano desea darle tres euros a un mendigo, podría firmarle un vale de esa cantidad con el que el indigente podría comprar en cualquier tienda un producto valorado en esa cifra.
Esto se podría aplicar también en los mercadillos.
Todo se basa en la comodidad. Hay que ofrecer de una manera fácil la posibilidad de colaborar en esa causa en cada compra cotidiana. Unicef, Aldeas Infantiles, Save the Children, tiene que llamar a las casas, ir por las calles y anunciarse en la televisión o en Internet. En cambio, lo otro se podría realizar con donaciones mucho más pequeñas pero infinitamente más numerosas porque estaría presente en cada artículo que se compra en el mercado.
Por eso que todo el capital monetario tendría que estar informatizado en un futuro no muy lejano para tal acción humanitaria. Habrá gente que no podría aportar porque es pobre, pero hay personas que si podrían, y el ser humano, en general, es bueno y generoso. A lo mejor, de cada veinte productos que yo comprara al día, solo colaboraría en dos, al comprar el pan y el tabaco, y mi vecino Luis, cada día, cuando comprara la prensa.
Imaginaos la cantidad de dinero anual que se recaudaría en Madrid, y en Barcelona, y en todo el país, y en todo el planeta. Se acabaría con el hambre y la marginación social en todos los países y regiones. A ti, querido lector, te da igual pagar un euro que un euro y tres céntimos por una cerveza. De hecho, a veces vas a otro bar donde la cerveza cuesta dos euros. Como a mí me da igual pagar setenta céntimos por una barra de pan que setenta y dos.
Esta idea, en realidad, surge del mal. Cuando presté el servicio militar en Cartagena, fui destinado tras la jura de bandera a telecomunicaciones. Junto a otros soldados, me encargaba de la centralita de teléfonos, del teletipo –tengo un título de operador de télex y teletipo–, y lo más tentador, del locutorio donde llamaba la tropa a sus familiares, parejas o amigos. Pues bien, en el locutorio, para cada cabina, había un contador, y cada paso eran cinco pesetas, los llamados duros. Pues si a un soldado que acababa de colgar el teléfono el marcador le marcaba veinte pasos, yo lo ponía a cero antes de que mirara y le cobraba veintiún pasos. Ciento cinco pesetas en vez del coste real que eran cien. Timé a mis compañeros, pero solo les quitaba cinco, diez o quince pesetas. Nunca pasaba de esa cantidad, porque en realidad, pensaba que al “turuta”, por poner un ejemplo, de la Plana Mecanizada, no le hacía ningún daño cobrándole trescientas quince pesetas cuando en realidad eras trescientas.
Y pasó que la otra noche, me dije, al sentirme mal al recordar que timé a mis compañeros, que podía focalizar algo negativo en positivo.
Y así nació esta idea que a lo mejor a algunos les parece bien y seguramente otros no compartirán.
CONTINUARÁ…