Dos poemas
Invité a un comunista a una copa,
le puse un collar de conchas
entre negros de Sudán,
lo bajé a las calles donde los sirios
vendían relojes y suvenires.
Él amaba a Cuba,
y llevaba una camiseta roja del Che.
Nos hicimos amigos a base de ron y café,
de ácidos que llenan la mente de sueños
(Y de esquizofrenia).
–“Crearemos un koljós para los más puros”,
le decía, en broma, claro.
Pero el comunista se marchó
por un camino borrado por la lluvia.
Las calles de la fiesta estaban atiborradas de pijos nacionalistas,
de ilusos que soñaban gratis con paraísos artificiales,
de marines negros de dos metros de envergadura
que hacían pesas en las letrinas de los cuchitriles,
de chinos que vendían comida rápida
apestando a grasa frita,
de tribus de hermosos africanos que acariciaban el neón,
de aduladores de la aguja y el cristal,
de famélicos niños que fumaban hierba en los portales,
de enamorados que contemplaban las estrellas para
no ver el mundo, de colgados, de necrófilos, de chaperos,
de iconoclastas, de gnósticos, de creyentes y de poetas.
Aún no es demasiado tarde.
Puedo hacer que brillen tus ojos.
Puedo hacer que brillen todas las estrellas.
En los bares de copas la música
creada por ángeles de piel negra
nos ahogaba en una farsa de Broklin.
La gitana vendedora de flores
tenía la magia del sur en los ojos,
el sabor del fuego de las hogueras
del gueto en los labios.
Y mientras los chicos bailaban a su lado
luciendo sus embaucadoras sonrisas,
sus falsos galones, el oro de las vanidades,
el camarero me miraba con sorpresa
sin saber realmente quién era yo,
el rey de ese agujero,
el poeta que hablaría con Kafka o con Rimbaud
de otro naufragio.
Una mujer vieja
frente al espejo.
Arrugas en la frente,
en la garganta, en las mejillas.
Unos pechos flácidos, caídos,
pezones amargos y secos.
El vientre, tumba de besos,
hinchado y yermo.
Los huesos de las manos,
la grasa de los muslos.
Una mujer vieja que se mira
y esconde en su buen corazón
la avidez de un tiempo ya pasado.
Una sonrisa fugaz. Alguna lágrima.
Sobre la cama deshecha, un vestido viejo…