El amor que ama extensamente sabe bien llenar, colocar millones de escaleras en el cielo, evitando que la lluvia pueda romper las alas de los ángeles rebeldes...
Para Cristina
La vida debe vivirse en permanente comunión con un muy reducido y selecto colectivo, formado por seres que tengan afinidades extremas contigo. Sin embargo uno debe evitar a toda costa caer en esa obsesión por buscar compañías o "amistades" en los callejones oscuros y rancios de las calles, plazas y avenidas de las ciudades, de las ruidosas urbes actuales que parecen ser el centro de todas las almas...
No hay nada peor para lograr nuestro crecimiento y calma interior que pretender creer que existen tesoros escondidos en los ojos huecos de esas multitudes, de esas muchedumbres barnizadas con el tedio de las consignas oficiales...
Tiene cualquier esquina, torre, huerto o tejado mucho más sabor y fuego que muchas de esas miradas que se arrastran y se cansan al despertarse diariamente, siempre vestidas con las puertas cerradas de la resignación.
Un verdadero ser que vive lejos de los cuchillos y las propagandas sabe bien, absolutamente bien que lo exquisito y esencial no se enseña nunca ni se convierte en bandera o consigna para nadie.
Huye siempre de todo aquello que huele a multitud, a muchedumbres sedientas de aplausos, a seres que reclaman el reconocimiento o solicitan agradecimiento permanente. Nada que pueda ser considerado carnalmente cierto, tenuamente eterno puede ser objeto de gratitud o alabanza pública.
El amor y la vida fluyen e inundan todo, para así derrotar los aburrimientos perfectos y aceptables. El amor que ama extensamente sabe bien llenar, colocar millones de escaleras en el cielo, evitando que la lluvia pueda romper las alas de los ángeles rebeldes...
El amor y la alegría viven dentro de cualquiera que se atreva a reconocer que su mano es el alimento primero de las piedras, por eso nadie debe molestarse en hacer retratos o crónicas de nuestros periplos, de nuestro deambular presente...
Y siempre debemos recordar que para evitar el ruido y la baratija -esa nueva pandemia tan terrible y mortal que todo lo mancha-, uno debe saber que es el último guerrero, el aristocrático hacedor de nuevas palabras inaudibles, el forjador incansable de todos los sueños antiguos, el portador de millones de alegrías imposibles... Somos los últimos hijos del mar, tan pletóricos de nuevos fulgores que no hay boca ni ojos que puedan vernos enteros, que puedan bañarse en nuestros llantos...
Ahora uno debe lenta y con voz susurrante decir:
La vida debe vivirse lejos de las manos que no pueden sentir el dolor de una piedra mojada de noche... la vida debe ser igual que una montaña cansada de ser una noche sin hijos...
Antonio Marín Segovia (antoniod17@ono.com)
16 de febrero del 2005
Otros relatos y poemas mandados por Antonio Marín Segovia:
|
Sobre el autor:
Antonio Marín Segovia, nacido en Valencia ciudad el 17 de diciembre de 1960. Intento diariamente vivir de manera poética, alejado de los ruidos y oropeles.
Creo que debemos ser mejor que nuestras propias palabras, que nuestras propios silencios, pues la mejor música es la que emana de nuestras miradas, de nuestras caricias, de nuestros abrazos.
Regalar unas palabras, unos pensamientos es la mejor manera de vivir y compartir la belleza con el resto de nuestros semejantes.