En el útero del verbo
se exilia la palabra.
Ingresó inyectado de conciencia.
El hombre la expulsa con su voz,
para desencontrarse con el mundo.
Bucea en la superficie de labios entreabiertos,
hasta anclarse en el hueco invisible de su eco.
Tras el súbito espasmo de una lengua aprisionada,
llegará el descanso verbal
de un circulo imaginario que se fuga inconsciente,
por el punto muerto y agrietado
de una boca en funeral.