Los recuerdos más agradables que tengo desde mi niñez son los de vivir en un edificio grande, !no como los de ahora, no¡, esos en los que vivían un montón de vecinos alrededor de un gran patio, en que todos los chavales que llegaban al mundo se iban incorporando al grupo, y eran cuidados y defendidos por los mayores, a pesar de las desavenencias naturales de las distintas edades.
Los juegos iban y venían de diferentes formas y maneras, según la edad, y de vez en cuando se nos ocurría alguna chiquillada gamberrilla, como en una ocasión que quisimos jugar a los indios, y agrupándonos en una habitación asotanada que había en aquel patio, nos pusimos a parlamentar, estilo pieles rojas, con hoguera incluida, y por poco le pegamos fuego a la casa.
Claro que de eso tuvo la culpa aquella serie de televisión, entonces en blanco y negro, de la que no consigo recordar el nombre, que veíamos en la casa de una vecina de aquella calle, que era la única que tenía aquel increíble aparato, por el que no podíamos comprender pudieran salir las imágenes, igual que en el cine.
Recuerdo que dicha vecina colocaba el sudicho aparato en la ventana de su casa en bajo, y los chavales nos poníamos en fila en la calle, con las sillas que cogíamos de casa, como si de un teatro al aire libre se tratara, y sin parar de comer pipas, nos lo pasábamos en grande. Eso sí, después barríamos las cortezas, respetando el entorno, porque nunca ha estado reñida la pobreza con la limpieza ¡a que no¡
Lo único molestoso era cuando llegaba algún coche,! que había unos cuantos solamente en aquella época¡, y parecía que no tenían otro momento de pasar por allí, que cuando el capítulo estaba en lo más interesante, y teníamos que apartar las sillas para que pasara, naturalmente entre el griterío proteston de la chiquillería, ¡no había otra calle para pasar, verdad¡ ¡mira que oportuno, en lo más interesante¡ ¡es que no has visto al entrar en la calle que estaba cortada¡ ¡siempre hay un mala sombra que mete la pata¡ y esas cosas.
Pero además de esas anécdotas, en aquel patio, de vez en cuando se hacia una fiesta. Se ponían banderitas, pompones y guirnaldas de colores, se preparaba una merendola y se sacaba con mucho cuidado un “radio-picú”, de los que tampoco había muchos (que era de mi padre, y ahora mío), y se formaban unas verbenas vecinales y amistosas, en las que algunos terminaban con algunas copas de más, pero que enseguida lo llevaban a su cama (estaba cerca, obviamente), y no pasaba a más, sobre todo para que los niños, que también participábamos, no viéramos la escena y seguíamos tan campantes. Así hasta que nos cansábamos, o algún vecino molestoso, salía por la ventana gritando,!ya está bien, que mañana hay que madrugar¡, casualmente era un guardia civil, de los de libro de “El Lute”, de aquellos que una fiesta así, solo era cosa de gentuza y se encargaba de dejar visible la pistola cuando protestaba. ¡Si levantara la cabeza y viera “los botelleos” de ahora¡ se enteraría de lo que era una fiesta¡ y sabría lo que se siente cuando al protestar te mandan “a la mierda” y si tienes cojones bajas que la pistola te la colocaremos en su sitio, y no precisamente en la cartuchera.
Pido mis más sinceras disculpas por estas frases, pero esa clase de indignaciones, que como tales y con recochineada vejación te las hacia vivir aquel “pobre hombre”, también quedan en el recuerdo, y como las viví, las digo.
También tengo que decir, que estoy de acuerdo con las personas que no pueden descansar por las noches en las que les toca el botelleo en su propia calle todos los fines de semana, pero en nuestra defensa diré, que nosotros lo hacíamos solo muy de vez en cuando, sobre todo porque éramos gente sencilla y trabajadora, con lo justo para salir adelante y que con esos eventos nos alegrábamos la vida por unas horas y nos olvidábamos que al día siguiente volvíamos a la dureza de la vida que nos tocó vivir.
Entre las melodías de Gloria Lasso, Antonio Machín, Glen Miller, Los Tres Sudamericanos, etc., habían también otras melodías, más que melodías, canciones con enjundia y penetrante profundidad, como eran las flamencas de Los Paquiros, Porrinas de Badajoz, La Paquera, La Niña de la Puebla, Pepe Mairena, La Terremoto, y tantas y tantos otros, que no sabiendo porqué, me transmitían un profundo sentimiento en mi interior que parecía me lo inyectaban en vena, como los sueros.
Me gustaba bailarlas, aún sin saberlas bailar, y me las sabia de memoria intentando imitarlas, sin saberlas imitar, porque para eso tienes que nacer, o tener, ese duende que solo los gitanos tienen, ese que sale de donde nadie sabe, ni siquiera ellos, pero solo ellos poseen, o los que sin ser gitanos lo llevan, seguro que debido a algún cruce antepasado que no conocen y que sale en la generación que menos se espera.
Ni siquiera podía pasar por mi pequeña cabeza el mentar que tales cosas me gustaban, debido al profundo sentimiento dictatorial que había en aquellos momentos en contra de los gitanos, que solo eran delincuentes, y una vergüenza tan solo que te vieran hablar con alguno. Paradójicamente en mi calle había una familia gitana, sencilla, como nosotros, honrada, alegre y buena gente, que se dedicaba a vender ropa fiada por el vecindario, como era costumbre en esos momentos, ya que no se podía comprar de otra forma, y de esa manera “tiraban pa lante” como todos los demás.
Yo jugaba mucho con unos de sus hijos, al que llamaban BOBAS, nunca supe porque, ni que significaba aquel nombre, o de que diminutivo venía. Solo se, que cuando oía de lejos que comenzaban a cantar y bailar flamenco en la puerta de su casa, me deslizaba a escondidas de la mía y acercándome lo más permitido posible, por mi edad, me sentaba en el portal de una compañera de colegio, que vivía enfrente y me hervía la sangre al escucharlos y verlos bailar, y tenía que hacer verdaderos esfuerzos por no unirme al grupo y no comprendía porqué no podía hacerlo, si los considerábamos amigos.
Cuando mi madre me echaba de menos, salía a llamarme riñéndome por acercarme tanto a ellos, poniendo como escusa que eso eran sus cosas y no debía estar cerca porque podía ser peligroso.
Varios años más tarde cambiamos de vivienda y aquella afición quedó “dormida”, aunque no olvidada.
Pero la vida, que es muy savia y justa, aunque no nos demos cuenta, muchos años después, con mis hijos ya mayores, comencé a practicar aerobic, para hacer algo de ejercicio; y casualmente la profesora era “bailaora de flamenco”, y aquellas clases las impartía para ganar un dinero que le permitiera pagar sus clases de baile.
Como me ocurre con casi todo el mundo que trato, al poco tiempo nos hicimos buenas amigas y al contarme a lo que se dedicaba, hizo despertar en mi interior aquella afición “dormida“, y pronto juntamos un grupito, también aficionadas, y comenzamos a aprender sevillanas, con ella de profesora naturalmente.
Nos lo pasábamos en grande durante las clases, porque además de aprender a bailar sevillanas comenzó a enseñarnos los distintos palos del flamenco con su correspondiente compás y a dar nuestros primeros pasos en la materia. Después de clase nos íbamos a tomar un refresco o un café y charlábamos animadamente, creando un vínculo entre nosotras, que aún perdura, a pesar de ir disolviéndose el grupo poco a poco debido a las normales circunstancia de la vida, trabajo y familia.
Pero había despertado el gusanillo que “dormía” pacientemente en mi interior desde niña y ya no había manera de anestesiarlo, porqué ya era consciente de que me gustaba el flamenco y no tenía porqué olvidarlo.
Pero como en esta vida no hay nada completo, tropecé con otro inconveniente, a mi marido no le gusta el flamenco, y a pesar del auge que tiene ahora y de la diversidad de fusiones y la calidad de guitarristas, cantaores, bailaores y músicos de variados instrumentos que se han incorporado a este arte, tanto de hombres como mujeres, sigue pensando que es cosa de gitanería, y que a las actuaciones y conciertos, aunque se celebren en un teatro, solo acude gentuza y drogatas, que es lo que son para él los gitanos, aunque la persona que actuen sea Estrella Morente, El Cigala o Maite Martín, y el que baile Joaquín Cortés, La Hierbabuena o Blanca del Rey.
Sobre todo le disgusta que vaya a ver bailar a mi amiga, que se ha puesto de nombre de gerra “Carmen Lara y su grupo”, ya que lleva, dos cantaores, dos guitarristas, un percursionista y un violín, además de un bailaor con el que comparte algunos palos de baile.
Todo esto lo ha conseguido con su esfuerzo personal, y con mucho estudio, cursos en Granada, Sevilla, Madrid, con los mejores especialistas en este arte, saltando muchas barreras e incomprensiones, incluso familiares, porque pensaban que para ella era una afición y se equivocaban, es su pasión y ha hecho de ella su profesión. Para ella es su vida, esa que solo es tuya, que se comparte con quien quiere compartirla contigo, o se lleva a solas, contra viento y marea, porque eres consciente de lo que quieres.
Yo no podré llegar nunca a tanto, sobre todo porque, he despertado el duende con demasiados años para ello, y hay que cultivarlo desde temprana edad, y requiere mucho tiempo y dedicación, además el mío ya lleva bastón.
Pero a quien le hace falta llegar a eso, a mí no desde luego, yo solo deseo oír esa música y ese cante que me pone la piel de gallina cuando lo escucho, cada vez que quiera, se me antoje o sienta. Que es el amigo que cuando estoy triste, o me siento sola me consuela, porque de que sirve tener una persona a tu lado, que no quiere acompañarte, porque su idea de vida es solamente que tú la acompañes. Es el desahogo cuando te invade la impotencia ante acontecimientos, y no puedes llorar porque el dolor de la incomprensión te ahoga y te inyectas a ese pedazo de Camarón, de Chano Lobato, Carmen Linares, El cabrero, el Cuchara y tantos otros que hacen aflorar esa rabia a flor de piel y hacen surgir las lágrimas que necesitas, mientras manejas la escoba, el plumero y la fregona, y de pronto te ves marcándote unos pasitos del palo que estás escuchando y la escoba que tenias en las manos la has mandado a la otra habitación en un vuelo ¡sin darte, dándote cuenta, oye que cosas¡, y te pones a vivir el sentimiento que te transmiten con el sonido que aflora de sus gargantas esos flamencos, que hacen que te estremezcas, sueñes y te des cuenta de que hay cosas bonitas en la vida que salen de lo más profundo del interior y hacen sentir que estas vivo, que puedes con lo que sea, que no hay nada más importante que tú.
Para qué necesitamos psicólogos, si tenemos algo tan grande como el flamenco, que cala tu interior como el agua de una tormenta en medio del mar y que cuanto más lo escuchas más te llega a los huesos, hace renacer la alegría que creías perdida y vas sintiendo poco a poco que lo que tienes vale mucho, que eres tú misma, que eres un reflejo de Dios, y lo demás lo vas dejando atrás, y te colocas en tu fantasía ese vestido de faralaes que tanto te gusta y sales al camino con tus camperas, con la idea de que cuando surja un tropiezo, te marcas unas alegrías o unos tanguillos y el que no sepa que aprenda.
Y sigues tu camino al que seguro se unirán las buenas gentes que quieran compartirlo contigo con alegría y buen sentimiento y hasta puede que te bailes unas sevillanas con esa pareja que esperas y lo hará sin dejar de mirarte a los ojos mientras te acompaña en esos pasos y vueltas de la “primera”, que te cogerá de la cintura para que no te salgas del paso en la “segunda”, que enredaras tus brazos con los suyos mientras contoneas la “tercera”, que se enredaran con él los volantes de tu vestido mientras volteas la “cuarta” y la rematas con un cruce de mejillas y hasta puede que con un beso.
DIGANME, SI NO ES PROFUNDO Y HERMOSO EL SENTIMIENTO DEL FLAMENCO. ¡OLE!
Murcia 25-4-2010
Mª Ángeles Nicolás Guardiola (mariaangeles@arkade.es)
Enviado el 3 de mayo del 2010
Relatos de Mª Ángeles Nicolás Guardiola:
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