Eres pequeño, con peso pluma y color verde tarapaqueño,
también hay amarillos del alianza y guayruros cahuidistas;
velero inquieto, amigo inseparable de mi traviesa infancia,
que por la enigmática acequia de Yarush navegas sin cesar.
Te construyen año tras año Perico Cuevas, Efraín y Felipón,
en astilleros chiquianos de techos rojos y muros de ilusión,
con bisturí de carpintero y pintura de fantasía a todo color,
luego apareces tras la niebla con las lluvias de diciembre.
Corbetas, fragatas y navíos en miniatura son los preferidos,
con brújulas, anclas, velas, mástiles y pasajeros invisibles;
partes desde el puerto del Jirón Grau rumbo a Quihuillán,
sin radares ni timón junto a las "tres carabelas" de Colón.
Atraviesas casi sin peligro los puentes de San Martín y Tacna;
pero, a partir de Bolognesi la suerte lo decide Tocho y Hualín
quienes de un certero hondillazo te hunden como el "Titanic",
entre risas de ichic-qulgos de canaleta y lágrimas de shulaco.
Bajas sobre agrias aguas negras, riendo, soñando, corriendo;
formando espuma y burbujas en tu romance con las acelgas
que danzan en los pequeños remolinos, mientras las hierbas,
sueñan con beberla a su paso para parir nuevas hojas verdes.
Por el puente roto de “Chushu Victor” te veo pasar sonriente,
cruzas muy feliz el patio de “Uchucu Pedro” y Leoncio Prado,
luego la fragua de Lapicho, la canaleta de Jupash y Espinar,
por rápidos estrechos donde el sol juega canga en las riberas.
Sudo frío cada vez que ingresas al puente de Zalatiel Cachay,
donde esquivas trapos, ramas y pestilentes perros muertos.
Al fondo, los ojos negros del túnel arquean sus cejas de ceniza
aguardando su presa bajo las sombras de Caín y los pishtacos.
Al final del túnel un chivillo de negras alas, con trémulo vuelo
me anuncia que no saldrás con vida de ese gran agujero gris.
Siento el murmullo del agua que sufre intentado remolcarte,
pero tu ancla ha descendido junto a tus hermanos de infortunio.
Bajo mis párpados por tu repentina pérdida, el tiempo se detiene,
mi corazón se hace trizas, el sol se esconde y llora en el charco.
A mi lado, un toro arrodillado sobre el verde pasto mojado rumia,
y mis zapatos aquinos empapados de agua anuncian ¡neumonía!
Camino silencioso a Jircán pintando zócalos con mis dedos fríos,
llevando en mi alma tantos combates juntos y pienso en Angamos.
Son las siete, el velo de la noche muestra su adusta frente arrugada
y el tic tac de un viejo reloj con corazón de metal sigue su marcha.
A lo lejos repican las campanas de la iglesia matriz de Chiquián,
es hora del rezo para salvar almas que purgan por pecados ajenos,
y así se va yendo la vida: Gota a gota, acequia a acequia, río a río,
hasta llegar al mar infinito donde mueren los barquitos de maguey.
(Bélgica – 1984)
Nalo Alvarado Balarezo (nalitoalvarado@hotmail.com)
19 de octubre del 2005
Otros relatos y poemas mandados por Nalo Alvarado Balarezo:
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Sobre el autor:
Nalo Alvarado Balarezo (Armando Arnaldo Alvarado Balarezo) nació el 15 de junio de 1951 en Barranca (LIMA - PERÚ). Sus estudios primarios y secundarios los realizó en Chiquián un pintoresco pueblo de la sierra de Ancash, donde alimentó su sentimiento telúrico.
Es Oficial de Policía jubilado con beneficios de general. En 1985 egresó de la facultad de derecho y ciencias políticas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y actualmente estudia en la Escuela de Escritura Creativa del Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú, bajo la conducción de los afamados escritores peruanos Alonso Cueto e Iván Thays.
Escribe cuentos, crónicas, pensamientos y poemas andinos desde sus años juveniles, que comparte con sus coterráneos a través de cartas a las que denomina: "HOLA SHAY" (Hola amigo).
Sus mayores deseos son crecer como ser humano y que todo el mundo conozca sobre las bondades naturales del Perú profundo. Sueño tantas veces acariciado por José María Arguedas.