Nací en el Hospital Municipal de un pequeño pueblo llamado Linares en Jaén. Diez años más tarde moriría allí mismo el gran torero Manolete. La casualidad hizo que despreciara durante toda mi vida la fiesta nacional, ese desprecio me llevó incluso a manifestarme por la defensa de los animales. Llegué a tener cientos de fotos de otra defensora de causas perdidas como Brigitte Bardot. Un día recibí una carta suya felicitándome por mis hazañas. Fue una gloriosa época en la que yo era joven.
Por aquel entonces no me plantearía ni por un segundo que mi pelo se volvería blanco ni que las arrugas ocultarían mi angelical rostro; porque debo reconocer que yo era un tipo bastante atractivo, mis amigos me decían que era idéntico a Tyrone Power.
En el mismo año de mi nacimiento más de 4.000 niños vascos fueron exiliados a México. Desgraciadamente yo era andaluz y además pobre, lo bastante significativo como para tragarme todas las penurias de la guerra. Mis padres no sabían leer y trabajaban unas míseras tierras para poder echarse algo a la boca. Todo eso se fue a la mierda cuando llegaron los soldados en busca de preciados manjares.
Una mañana mi madre despertó muerta; ni mi padre llegó a saber nunca la causa de su fallecimiento, pero alguien se la llevó a toda prisa. Su cara se volvió morada y vieja de golpe, tenía tan solo cuarenta años. El frío invadió su cuerpo como los tanques a las ciudades. Recuerdo sus labios arrugados en contraposición con sus piececillos amarillentos. El hedor permaneció en la habitación hasta que una bomba nos dejó sin casa; y si es que a eso se le podía llamar casa.
Entonces tuve que emigrar forzosamente a la gran ciudad. Llegué a Madrid descalzo y con la misma chaqueta de lana mala que había llevado desde lo nueve años. Iba suspirando por las calles de Madrid en busca de un mendrugo de pan.
Mi padre enfermó en menos que canta un gallo, y su pena duró un par de días. No tuvo funeral y nadie pudo apiadarse de su estúpida alma. Era un ser bastante bondadoso, aunque eso es un defecto en nuestra sociedad.
Me quedé huérfano con catorce años, la vida no me había sonreído y había perdido tanto que ya no me quedaba nada.
Estuve holgazaneando por el barrio de Chamberí hasta que una mujer, cuyo hijo había perdido en los bombardeos, me reclutó para intentar formar una nueva familia; y así unir nuestras cartillas de racionamiento.
Se llamaba Elvira y tenía una espeluznante halitosis; cada vez que hablaba tenía que contener mi respiración. Por todo lo demás mi situación fue mejorando hasta que Elvira se enamoró del tabernero de la Plaza Mayor. Aquel imborrable día empezó mi pequeña incursión en el mundo obrero. Trabajaba de sol a sol por un trozo de pan con cecina, algo que odiaba con todas mis fuerzas.
Recuerdo que un día recibí una brutal paliza por tirar al suelo una jarra de vino, aunque más bien era vinagre. Pasé cuatro días sin poder abrir el ojo del todo, veía entre visillos.
Pasaron los años hasta que pude zafarme de toda esa chusma madrileña. Inicié mi vida como ser autónomo; y todos sabemos que cuando aumenta la libertad, aumenta también la responsabilidad.
Me busqué la vida como pude hasta conocer a Graciela, una pobre Uruguaya que se dedicaba al mundo de la prostitución. Fue una tarde de abril mientras paseaba por la calle. Sus tacones baratos se rompieron al cruzar la acera y cayó eficazmente al suelo como para romperse la tibia. Corrí en su ayuda llevándomela al hospital más cercano. La cuidé hasta su recuperación, y como muy bien dicen: el roce hace el cariño; y por lo tanto al cabo de dos meses pudimos casarnos.
La boda fue más triste que mi vida hasta la fecha, pero eso sí: hubo amor, compromiso, y realidad.
¿A qué tres cosas más puede aspirar un ser pobre y débil?
En dos años nos plantamos en Barcelona con tres churumbeles. En la ciudad condal me puse a trabajar como limpiabotas, un oficio de moda en la época. Ganaba cuatro perras de mierda al día, las cuales debía invertir en la manutención de mis hijos. Por suerte me hice amigo de la panadera y pude intercambiar mi cuerpo por pan duro. Fue entonces cuando se dieron voces y poco a poco me aclamaban las dependientas de la zona. Dejé las fatigas y los lamentos de lado hasta que Graciela murió de tuberculosis. El entierro fue un verdadero drama, pero mi status había mejorado tanto que pude pagarle un funeral digno de una reina; con flores y todo.
A partir de ese momento necesitaba un motivo para seguir viviendo y lo encontré en el mundo del teatro. Conocí a la gran actriz de variedades Clara Candales, una popular barcelonesa con una voz tan masculina que la hacía única en su género.
Yo me ocupaba de mantener limpio el local, y sobretodo los lavabos; dónde cada fin de semana encontraba una larga lista de objetos variopintos destinados al placer físico; es decir, desde vibradores hasta tubos de pomada.
Clara tenía el poder de provocar erecciones a cualquiera de los asistentes, incluso a los militares octogenarios que poblaban la sala. En esa época sólo los representantes del ejército podían permitirse los lujos ociosos.
Un día sucedió algo que nunca olvidaré; y todo por culpa de mi ineptitud ante situaciones con soluciones difíciles. Me encontraba limpiando su camerino cuando divisé entre sus ropas un trozo considerable de pan recién hecho; en ocasiones recuerdo exactamente su olor. Las calamidades por las que estábamos pasando los ciudadanos nos hacían egoístas y desconsiderados; y sírvase la justificación para admitir que robé el pan. Todo fue a favor de mis descendientes hambrientos y descalzos. Ese día pensé en la existencia de Dios y en su Sagrado Perdón.
La primera vez que robas es por obligación, luego es costumbre, y más tarde se convierte en una forma de vida; una vida con los deseos satisfechos y sin cargos de conciencia.
Clara sabía que era un ladrón, y su mirada acusadora no se desviaba de la órbita trazada desde sus ojos hacia mi rostro; se iba acercando tanto que sus labios se pegaron a los míos y su lengua agarró lo que encontraba en su camino. Sus manos se deslizaron por mi cuerpo, y sus caderas construyeron un firme relieve cruzándose con las mías.
Y hasta aquí todo bien, pero ahora viene lo bueno:
-Necesito poseerte-me comenta ella.
-Necesito seguir trabajando-contesto tímidamente.
-¿Quieres conocerme más?-realiza una pregunta obvia.
-¿Tienes un bulto en la entrepierna?-contesto con una observación.
-Es mi secreto,¿quieres formar parte de él?-contesta en perfecto estado endorfínico.
Es entonces cuando me despego con vehemencia, y aparto su secreto de veinticinco centímetros de mi lado; nunca pensé que un hombre pudiese ser una mujer completa. Él era ella, y además poseía un orden dentro de su desorden físico. Nadie podía dudar coherentemente sobre su género, era mujer de los pies a la cabeza; pero se había quedado atrapada en un cuerpo que no le pertenecía. Un cuerpo distinto a su mente, un cuerpo alejado de toda su vida. Ella sabía que no podía combatir el mal que le hicieron al nacer, ni siquiera el carmín corregiría toda esa imperfección somática que formaba parte de su injusto universo. Empezó a llorar, y al no poder ocultar mis sentimientos tuve que ofrecerle un sincero abrazo de cordialidad y comprensión.
En ese memorable día empezó una perfecta amistad llena de salud y equilibrio.
Clara se había llamado Carlos, y a mí no me importaba porque había conocido un nuevo sentimiento que salía de mi interior : el amor a los diferentes. Aunque a veces pienso que la diferencia no existe, sino que se pasea por el ambiente hasta que desaparece dejando un obstáculo mental a los seres humanos. El aire es el mismo, y el tiempo nos afecta a todos por igual. No sé si es mejor morir joven, en vez de dejarte arrastrar por tus arrugas hasta la tumba. Aunque realmente nadie sabe cuando somos jóvenes, porque la juventud a menudo es un estado mental en un mundo dominado por imágenes físicas. Todo es una gran imagen condenada a progresar en su belleza, mientras la fealdad es la enemiga de la vida; la paradoja es nuestra propia existencia. Somos el nacimiento de la antítesis, la contradicción andante, el espejo del sin sentido, y una imagen sin construir que se deshace lentamente hasta pasar a otra estancia.
Óscar Valderrama Cánovas (graciarelacions@hotmail.com)
26 de mayo del 2005
Relatos y poemas de Óscar Valderrama Cánovas:
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