Menos mal. Es sábado por la noche. Tenía ganas de verla y que llegara este momento. Seguro que nos divertiremos.
He decidido ponerme un poco de gomina. No sé si le gustará. Mejor me lavo la cabeza otra vez y me peino como siempre.
Lo que me faltaba. He engordado dos kilos y, para colmo, no me vienen esos tejanos que a ella le gustan tanto. Es mala suerte. ¿Qué me pongo ahora? ¿El pantalón azul que me regaló el mes pasado, el marrón del abuelo o el que me compré en invierno? Como me pique, me presento en chandal.
El segundo problema es la camisa. Floreada, a cuadros, con dibujos feroces, lisa, de pana, tejana. Yo que sé. Yo creo que a ella le gusto más sin camisa. Tiene razón. Comparto esa idea.
Tengo miedo a no gustarle tanto o más que ayer. Porque ayer me dijo que venía muy guapo. Estaba inmenso, lleno de ternura y de grandeza. Eso es lo que me dijo.
El calzado es indiferente. En la oscuridad nadie se fija en la parte de abajo. A nadie le gustan los pies. Son muy feos.
He quedado a las 22h y quedan quince minutos. Aún no sé como presentarme ante su madre y picar al timbre de su casa. La maldita madre me mira siempre de arriba-abajo. Claro, el novio de la niña tiene que ser el mejor para ella. Qué ingrato es esto de elegir tu belleza.
¿Sabes qué te digo? Fuera cuadros, pantalones marrones y los zapatos de charol. Paso de atormentarme que bastante tengo con el examen del martes.
La llamo y no quedo con ella. Le comentaré que mis abuelos vienen a cenar y que es un compromiso familiar. Ya sabes, la familia es imprevisible.
Imprevisible como yo. Imprevisible como la ropa que quise utilizar para gustarte un poco más.
Javier Gil (javiergil15@wanadoo.es)
Otros escritos de Javier Gil:
|