La leyenda cuenta que en esos tiempos pocos eran los
invitados o convidados para entrar allí, tenías que ser
temido, mal visto, o algún defecto a la vista para recibir el
ticket de bienvenido y el mote de "hasta pronto".
Las peleas surgían de improviso, golpes, "sillazos", se
escuchaban, lo de cotidiano concierto muchas veces ni
siquiera era de allí, podías hacer ruido en tu casa que por
mas lejos que quedara ya que la culpa iba a recaer sobre
este antro.
De barro castigado, de ladrillos asomantes, grietas
pronunciadas, el 728 de la avenida Roosvelt, alejada de la
plaza, en diagonal a la vía, cómplice del puente, se erguía
magnífica ante los ácidos ojos de los espectadores que no
eran bienvenidos, no era cuestión de razas ni creencias, sino
de vivencias; auténticos superhéroes locales entraban como
perico por su casa al antro de humo... o no.
Al grito de permiso llego un día, se silencio el lugar, las
cartas que se habían despegado de la mano y tenían como
destino final la polvorosa mesa, levitaron por segundos, las
pupilas se hundieron, los achicados ojos de los
parroquianos, ante tanto castigo, se orientó hacia la puerta
de madera con distintas tachaduras de arco, alta, el gato
sobre la mesa de pool dejaba en paz a ese ratón, para no
perderse nada de lo que ahí en adelante podía pasar ... la
carta de bastos, quizás anunciando algo, llegó a la mesa al
mismo tiempo que el atrevido dio su primer paso en
dirección al banco de madera apolillado frente al mismo
cantinero, Rubén " el pardo" limpiaba con un trapo sucio uno
de los pequeños vasos de su propiedad, en cinco pasos
llego a destino, se sentó ceremoniosamente y antes que
nada dijo:
"Buenas , sirva whisky", el pardo dejó el salivado tabaco
haciendo equilibrio en el borde de el mostrador, dio la
espalda valientemente y tomó la botella del elixir, librándola
de la jaula de tela de araña que la mantenía presa hacia ya
como tres años y sin que el pulso se le moviera le sirvió al
atrevido.
"Otra", jugando con la suerte el venido de otro lado siguió
apagando su sed en el bar, "dígame cantinero, conoce
al "duende"...
¿Qué "duende"?..., el característico mote de uno de los
reconocidos no iba a ser delatado fácilmente por el psicólogo
sin título y por ningún abonado al lugar, "el duende, sé que
vive por acá", insistió el pardo levantó la mirada buscando
cómplice que le ayudara con el interrogatorio.
En el rincón, como en penitencia estaba "el loro" reconocido por su tiranía
a la hora de jugar al volleyball, dándose cuenta que estaba a
la derecha del tallador dijo: "puede ser, para que es bueno
el personaje que busca, si es que se puede saber"...
El venido de otro lado giro su cabeza en el mismo sentido de
la agujas del reloj buscando al interrogante, al hallarlo le
contestó: "por lo que lo ando buscando es asunto personal y
personal ahora es la pregunta ; ¿lo conoce?
Buscando la complicidad con el casi quemado tubo luz que
penosamente iluminaba el lugar, buscó en su cintura el
mango de su temido cuchillo "gin su", indeformable, nunca
se desafila , el ojo derecho de el venido de otro lado se
agrando y pegó un salto de donde estaba, cayó parado en
el oscuro rincón, con dificultad se vio que le había quitado el
arma blanca al "loro" y amenazante le dijo: ¿lo conoces o
no?...
El "loro" estupefacto, pero sin miedo, le dijo: alto, de
ojos claros y casi sin cabello...sí ese mismo...no, no lo
conozco.
Bien , dijo el venido de otro lado y se sentó nuevamente en
el apolillado banco, irrumpiendo la auto publicidad del
venido de otro lado, se escucho: "yo lo conozco", buscando
al proclamado encontró haciendo diagonal con la mesa de
pool, paralelo al gato todavía expectante a un ser
espigado, calvo, de traje blanco, cadenas de oro adornando
su pecho, no era otro que el públicamente
denominado "facha" Javier conocido por todos, idolatrado por
algunos, era el mismísimo dueño de "el coconot", boliche
céntrico pacense.
¿Dónde lo puedo encontrar?, fue la consulta
del venido de lejos, llevando su mano al bolsillo de su
impecable y albo saco extrajo una tarjeta de margen negro
en letras blancas, musical y bordeada en luces de colores,
publicitando su boliche..."
Le invito a usted a mi humilde local,
venga y conversamos", a lo que el venido de otro lado
respondió: "¿por qué no ahora? -yo invito los tragos.
"Aquí no, usted es el que lo busca, por lo tanto, siga
buscando, yo le doy esa pista, usted haga lo que quiera"...
Al decir esto se puso de pie, dejando el dinero sobre la mesa
acompañado con la tarjeta de invitación, prendiendo un
cigarro de ceniza fija se retiro a su céntrico local.
Lo mismo hizo el venido de otro lado, salió con dirección al
centro, en la esquina del almacén estaba un músico
callejero. Con su guitarra y sus apasionadas letras
mendigaba a los transeúntes, "el charlie" le decían, tocando
con maestría llamo la atención del venido de otro lado quien
se paro frente de él, el músico viéndose realizado ante el
público siguió tocando, porque sabido es que cuando un
transeúnte se detiene a mirar algo este será seguido por
otros que igual al primero no tenían nada que hacer, la ley
se estaba dando, al primero siguieron cuatro, a los cuatro
siguieron ocho, y así hasta completar una multitud.
También al ver esto otros músicos envidiosos pero sin tanta
suerte como "el charlie" se detuvieron con instrumentos a
seguir al músico alimentando su ego hasta los mismísimos
cielos, salieron notas magistralmente tocadas por el naciente
grupo, la noche trascurrió musical hasta que como todo, se
termina. A la hora de irse "el charlie" se arrimó al venido de
otro lado para agradecerle su atención y para decirle que el
famoso en ese entonces "duende" trabajaba en el "coconot"
monedas mediante se despidieron los citados por el destino,
uno se fue con su ego casi satisfecho y el otro con unas
monedas.
Dejando huella el venido de otro lugar se abría paso en la
bruma pacense, se escuchaban tambores y como no podía
ser de otra manera estaba el públicamente conocido "manos
rápidas" Gastón y el llamado "negro" Javier, de mirada
fija...perdida. El "manos rápidas" encontró en la nada la
silueta de el venido de otro lado, quien pregunto
atrevidamente, "¿dónde queda el coconot?"
-Levantando su
pera con dirección al norte sin dejar de tocar el
tambor, tocando música autóctono de algún lugar siguieron
pero ahora sin el venido de otro lado.
Galpón de lata, semicircular su techo, vidrio en el ventanal
del segundo piso que dejaba ver desde la calle a la gente
haciendo gala de su mejor baile en estreno eterno, era el
buscado "coconot".
En la puerta un tipo grande de tez castigada, barba de dos o
tres días, un corte en su mejilla derecha, de cara recia,
entrajado en negro, no era otro que "cinta métrica" Martín,
miro fríamente al venido de otro lugar, cortando el nexo
visual presento al cuadrado portero la invitación de el "facha"
Javier, a lo que la puerta se abrió.
Encandilado por las luces, entró valiéndose de los restantes
sentidos se acercó a la barra y preguntó por el patrón, con
desconfianza el cantinero alias "el checho" giro tomando un
teléfono grande, contorneado, negro sin marcar
dijo, "sí, sí, bueno", continuando su giro quedo de frente al
venido de otro lado y le dijo: "espere, mientras tanto tómese
algo, la casa invita".-whisky ordenó y fue servido con
gentileza.
De la bruma del lugar apareció un cuerpo magistralmente
tallado, cintura fina, piernas elaboradas y fuertes para correr
a la hora en que las sirenas se hacían oír, bajo el mote
de "la flaca" quien se arrimó para cerciorarse que no lo
conocía ya que no era tan fácil .
"Me invitas con algo", le preguntó, olvidándose de modales y
protocolos de presentación, quizás tratando de atemorizar al
desconocido, pero no era tan fácil, con su
mano derecha sacó del bolsillo izquierdo de su empercudida
camisa un caramelo de frutilla y la invitó.
"Gracias soy diabética, pero no abstemia, tomó ese mismo whisky".
Asintió con la cabeza a lo que "el checho" complació, "estoy
buscando al duende".
"Sí, que bueno, yo no"...
En ese momento irrumpió el temido "topo": "pasa algo bo´"
cuestionó el cuadrado personaje,"no pasa nada" contestó "la
flaca", llévalo con Don Javier, "muy bien, sígueme"
llevándose al venido de otro lado por un fino pasillo al cual
siguieron tres escalones en comba hacia una puerta de
hierro, tres toques fuertes, dos despacio y se abrió.
La puerta rechinó cual telón dejando entre ver el primer acto
de el lugar, a media luz con mirada a tono recostado en un
sillón verde, de cuero, estaba Don Javier o como lo
conocíamos antes "el facha", extendiendo su mano
señalando un sofá en marrón que enfrentaba el escritorio
fronterizo, "tome asiento" le dijo al venido de otro
lado, "vamos al grano, ¿donde esta el duende?"
"Aquí mismo, escuchando, puede decir lo que quiere con el no
más".
"Tengo que entregarle algo en manos propias"
"¡Duende!" -grito el hasta ahí tranquilo, Don Javier.
La puerta de madera que se encontraba a las espaldas de el
sillón verde se abrió, era ni nada mas ni nada menos que...
Sí de bermudas, camiseta de cuadro grande y zapatillas
deportivas desnudó la luz más poderosa en tres pasos.
El venido de otro lado sacó de su camisa una esfera de
brillante color amarillo y se la entregó al populoso "duende",
ya sabes que hacer, le dijo y se retiró del lugar, dejando
ese cuadro fijo y perplejo recorrió los tres escalones en
comba, el fino pasillo, la bruma, el galpón, la plaza de
deportes, la esquina de el almacén y el antro cómplice del
puente y nunca más se supo de él, lo que sí se sabe es que
el populoso "duende" perdió su mote creado por las masas
para realizarse como persona, familia mediante, hijo varón
acompaño al ahí ya común habitante de la paz.
Estas y otras historias son las que hacen este lugar tan
fantástico y atractivo para los seres venidos de otros lados.
Gonzalo "Kavayo" Pintos (kavayo@montevideo.com.uy)
Enero del 2002