En el extremo opuesto del mundo
el tiempo, a través de su portal descalzo,
arroja los dardos de conciencia
hacia la fatigada sinrazón de la tierra en guerra.
Dagas sangrantes
podan los bordes sinuosos del futuro,
mientras la compleja brújula desequilibrada
marca la ruta de corazones calcinados.
Almas agotadas
huyen, desertoras de cuerpos bestiales,
por los acantilados del inconsciente
para recibir con el tiempo,
y a orillas de la ciénaga,
el perdón de Dios y el fin de su designio.