Podría afirmar, casi con seguridad, que es imposible explicar con palabras los propios sentimientos del alma... El vacío, la soledad, el miedo, la tristeza... Esa que se dibuja en mis ojos a veces cuando, cansada de echarte de menos, me abandono al olvido y a noches de insomnio. Te sigo a cada paso desde la eternidad de no volver a verte nunca. Al menos no como te vi alguna vez. Ahora sólo me queda la oportunidad de observarte a través de los recuerdos, y aunque nunca fue lo mismo, al menos sigues estando aquí.
He seguido tus pasos más de mil noches bajo el cielo infinito, y cuando te sentía más cercano, de repente desaparecías, sin razón aparente, escondiéndote entre los sueños más oscuros y las pesadillas que, cada día al caer el sol, acechaban mi cama. Algunas veces sentía miedo, otras por el contrario la felicidad se apoderó de mi, mientras revivía cada recuerdo de aquellos días que compartíamos, sin la intención de separarnos nunca.
¿Es difícil querer? Yo diría que quizás lo más difícil es eliminar los posos que nos quedan cuando un amor se marcha. Sentir que se ama no es complicado, pero llegar a la conclusión de que nuestro corazón dejó de latir sí lo es... Entregaría mi alma a cambio de la seguridad de volver a verte algún día. Regalaría al sol mis mejores sueños y a la luna esa luz que le hace falta, a cambio de tus mejores sonrisas. Estoy perdida en el caos más absoluto de mi desastre, y no sé muy bien si quiero abandonar este estado de momento. Prefiero sufrir, echar el dolor, limpiarme por dentro. Gritar hasta que no tenga nada más que añadir a mi discurso, si es que esta vez, encuentro las palabras adecuadas para expresar todo el dolor que me quema por dentro.
Algunas veces, una sola palabra es capaz de truncarnos el destino. No se si seréis conscientes de todas esas experiencias que, siendo negativas, intentamos lanzar al olvido tan pronto como nos sea posible. Esos recuerdos de malestar por alguna frase que escondía un doble sentido que alguien tomó, equivocadamente. O aquellos favores que hacemos a veces, pensando que ofrecemos algo, y en realidad, lo estamos robando. Todas esas vivencias, van marcando nuestro camino cada día, y así, las curvas de nuestro destino van trazándose, a veces de manera positiva, otras de forma equivocada. Dependerá de nuestras expectativas, ilusiones, y demás cosas que marquen de uno u otro modo nuestros caracteres.
De la misma manera, por ejemplo, no todas las despedidas son iguales, nunca lo fueron. Existen aquellas despedidas que no dejan de ser una simple rutina del día a día. Las que cierran cada día de una manera a la que denominamos “natural”. Y también tenemos esas otras, como la tuya, que son las que realmente duelen. Podrían denominarse como las “despedidas verdaderas”. Son esas que, de antemano, sabes que serán para siempre. Y desde el momento en el que el “adiós” es pronunciado, sabes que comenzará la difícil batalla del olvido, que al final, nunca llega. Pero no te resistes, y sigues luchando desde lo más profundo de tu alma, por volver a ser lo que algún día llegaste a ser.
La normalidad no llega, las lágrimas no cesan, las sonrisas se pueden contar con los dedos de una mano, los miedos vuelven cada noche, la soledad te transporta hasta la tristeza más absoluta... Sigues sin estar, y yo sigo preguntándome por qué algún día te marchaste.
Algún día me dijeron que, simplemente, “la vida es así”, y aunque no deja de ser una frase gastada con el tiempo, al final llegas a entender que esas palabras reflejan la verdad más absoluta... “La vida es así”, porque aunque a veces reneguemos del destino, aunque nos duela, lo cierto es que nada podemos hacer frente a algunas cosas. Y duele, quizás más de lo que nos duele equivocarnos. Al menos los errores puedes asumirlos, aunque pesen. Son tuyos, al fin y al cabo... El destino no se asume, el destino se engulle, se mastica, se palpa... Pero nunca llegamos a hacemos nuestro. A menos que sea justo ese que andábamos buscando entre sonrisas olvidadas y miradas llenas de frases llenas de silencio. Que a veces, incluso sucede, que la vida nos sorprende con ese regalo que no contábamos. Ese es el destino fácil, el bueno. El destino que ni siquiera valoras porque crees merecerlo. El otro no, porque no nos sentimos merecedores de semejante tormento, y ante las dificultades, el ser humano no siempre se hace grande... No, generalmente se hace pequeño, se asusta, se esconde en lo más oscuro de su ser.
El sufrimiento no es bueno, y si las esperanzas no existen, llega a convertirse, incluso, en catástrofe. No basta con asumir, no, también hay que olvidar, dejar atrás los recuerdos, volver a empezar. Nunca es fácil dar un primer paso cuando ya tenías todo el paseo terminado, y menos aún, cuando llegar a la “meta”, te ha supuesto un esfuerzo.
Es por eso, que hace ya algún tiempo, quizá demasiado, busco entre todo aquello que me pertenece, nuevas ilusiones que me hagan despertar cada mañana con la sonrisa en los labios. Algunas veces creo encontrarlas, otras por el contrario, vuelvo a perder las esperanzas sin razón. Y vuelvo a comenzar la batalla de intentar adaptarme, una vez más, a esta nueva vida que se me dio algún día. Sin previo aviso, así, de repente...
Y de nada me sirvió gritarle al infinito que no era esto lo que yo buscaba, absolutamente de nada. Tampoco sirvieron las lágrimas, ni las palabras llenas de esperanzas que otros labios me ofrecieron. Pero aún sigo aquí, y esta es la muestra mas cierta de que algún sentido debe de tener mi existencia en este mundo. Si no lo hubiera, Dios me habría cogido de la mano para llevarme a alguna otra parte que desconozco. Ya lo ha hecho mas veces con otros ¿Por qué iba yo a ser diferente? No lo soy, y por eso a veces, cuando creo que el momento a llegado, le espero en silencio, impaciente por conocer ese nuevo destino que alguien habrá preparado para mi... Nunca llega, por eso sigo aquí.
Y a pesar de todo no estoy triste... No, ya no. Pero tampoco lucho. Con el paso del tiempo me he abandonado al cauce de mi vida, sin preguntarme si quiera donde voy, o de donde vengo. Sólo camino, hablo, río, lloro... Antes las cosas eran distintas, cuando estabas aquí era capaz de sentir más allá del dolor o la alegría, era capaz de sentir la vida como mía. Antes me mojaba, luchaba contra las corrientes más fuertes. Ahora no, ahora sólo camino por la orilla, buscando el punto donde volver a tirarme para así, ser capaz de volver a sentir el agua.
Y siempre, cuando parece que estoy dispuesta a echarle valor, algún miedo me niega la oportunidad de seguir adelante, y continúo en la orilla. Aquí me siento segura, quizás no disfrute de las cosas que antes sí fui capaz de disfrutar, pero tampoco sufriré si algún día vuelve a desaparecer el agua...
Yenyiní (ana_cyk@eresmas.com)