No podía tener más desequilibrada idea que organizarme una noche de juerga con Gabriel García Márquez el sábado a la noche.
Lo imaginé con un elegante traje y puntual a las once en punto en el piso de Madrid sujetando un Jack Daniel´s cuando le abría la puerta.
Bebimos, terminamos la botella y me imaginé otra, que la mezclábamos con Coca Cola, sin lugar a dudas.
Le enseñé la película The Matrix, pero no la entendió. Un rato más tarde, en un despiste mío por irme continuamente a mear, el Sr. Gabriel intentó escaparse, silenciosamente en puntas de pie, aunque desafortunadamente finalizó su huída, porque logré apresarlo. Se inquietó y de a poco empezó a soltarme palabrotas subidas de tono. Me crucé de brazos y me quedé orgullosamente callado.
Salimos a la calle habiendo pactado una noche de fiesta en este descarado secuestro improvisado, como este botellón.
Doblamos en una esquina. Unos trabajadores acercaban al camión colector los cubos de la basura. Uno de ellos eructó magníficamente terminando su bote de cerveza y lo arrojó al maloliente contenedor. Nos apresuramos en adelantarnos perseguidos unos cuantos metros por la pestilencia.
Entre la gente detectábamos a las mujeres que se paseaban radiantes y atractivas, gorditas o no, le comenté mis gustos. El Sr. Gabriel mejoró su humor y sentí una mínima complicidad por mi idea de salir a divertirnos juntos.
Pasamos por un portal en penumbra y observamos sin detenernos a dos jóvenes muchachas complaciendo a un chico. Ellas también coqueteaban entre ellas. Entonces decidimos ir a por unas copas para sofocar el inesperado calor.
De a camino a otro bar encontramos una plaza repleta de gente joven bebiendo. Me quedé mirando a un grupo de bellas muchachas que jugaban a pasarse el hielo con la boca. Que bien que lo hacían. Una de ellas se parecía a Lucía Etxebarria. Era Lucía Etxebarria.
El Sr. Gabriel no estaba más a mi lado. Varias personas lo alejaron y le rodeaban amistosamente. De repente, como si fuera un estadio de fútbol, la gente alentaba fervientemente al Sr. Gabriel con una canción agitando brazos y camisetas. Lucía se acercó al escritor y se abrazaron y saludaron entre sonrisas.
La fiesta continuaba y un grupo de una despedida de solteros se reían entre copas. El novio disfrazado de Napoleón se intercambiaba palabras con sus amigos. Las mujeres bailaban con penes de plástico como adorno de sus peinados al compás de ritmos candentes de unos chicos que acompañaban con sus tambores la trepidante noche.
Todos miraron al cielo. Una paloma gigante blanca apareció surcando el viento entre los edificios y montada en ella estaba Mario Benedetti que saludaba a todos con los movimientos de sus brazos. La gente le correspondía.
Un mendigo con el pelo largo y engominado de suciedad pedía dinero con su vaso de plástico. Luego fue a su hogar de cartón. Se metió allí y al instante sacó sus manitas de la caja mostrando sus ojitos tristes.
Me voy a la luna, ¡cabrones! – Gritó.
Una bomba estalló disparando al mendigo destrozado por los aires y a otras personas que volaban en pedazos. La gente gritaba aterrada mientras corría escapando del matadero. Un grupo extremista se cobraba su venganza a Occidente por haber ridiculizado a Mahoma en caricaturas.
Lucia Exteverria detuvo la película y quitó el dvd. Luego llamó a su abogado.
Tiempo más tarde se paseaba con su novia por la playa siguiendo el camino de espuma que dejaba el oleaje. Se acostaron en una sombra exiliada del sol. Se habían olvidado el bronceador. Ella terminó de leer las últimas páginas de una novela del Sr. Gabriel y se acostó quedándose dormida.
Silvia Belimlinski (silviadvorkin@hotmail.com o martindvorkin@hotmail.com)
Mandado el 1 de noviembre del 2006