Y estabas pálida...
Una sonrisa iluminaba tu rostro aún.
Eras el ángel que Dios llamó a su lado.
Sino porque yacías en el féretro,
diría que todo pasó como en un sueño.
Pero duermes ahora, y no despertarás.
No verás ya las infamias de la vida,
entonces desvanecidas con tu aliento.
Porque esa inocencia tuya,
y el amor que despejaba tu presencia,
convertía el fango en agua cristalina.
Ya no se escucharán tus cantos
en síncopa amorosa con el ritmo del amor.
Dulzura, delirio, alegría,
que volvía rico al pordiosero,
y llenaban de bondad con ternura al millonario.
Ya no tendré tus besos, tus caricias...
porque abandonaste también a los juguetes.
El intenso payasito,
bufón de la tragedia de una niña
raptada por los gritos del consuelo,
simplemente ajenos al osito de peluche.
No estamos ajenos a la ausencia
cuando parece el ambiente destilar
con estrépito un llanto desolado,
que hace añicos el alma de quien no te espera,
porque tu ser se ha ido.
Nora Laura Romero Jáures (jaures71@hotmail.com)
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