Yo quería ser libre, pero fuí una estúpida y me enamoré. Supe que te amaba en el preciso momento en que mi vida se me antojó importante. Hasta entonces había vivido en un agujero de soledad que a falta de odiarlo, se había convertido en mi mejor compañero. En mi cama se refugiaba la soledad, entre sus sábanas frías fue donde encontré la seguridad de mi rutina, y allí me sentí feliz. Hasta que te conocí. Entonces mi sangre me recorrió las venas con tanta presión que temí que pudieran explotar de un momento a otro. Pero tú me miraste y no me viste, indiferente a que yo soñaba contigo. Cuando te marchabas de mi casa, me obsesionaba con todo lo que hubieras tocado. Una tarde, cogí una taza de leche de la que habías bebido, y sin querer la tiré al suelo. Recogiendo los cristales me corté, y quise creer que la sangre que mi sangre se mezclaba con la tuya, cuando no había más que leche y unas gotas de la mía. La fantasía se convirtió en un arma de doble filo. Porque te pensaba tanto, que a veces no lograba diferenciar la realidad de mis cuentos. Pero tu indiferencia le ganaba tantos a mi esperanza. Y opté por olvidarte. Ahora, cuando te marchabas de mi casa, limpiaba frenética todo cuanto hubieras tocado. Y así pasaron los meses, hasta que me di cuenta de que tú me habías liberado.
No entenderías nunca el modo en que lo hiciste, pero tu cruda indiferencia se había hecho con mi soledad. Y ya no estaba sola, me tenía a mi misma para luchar contra ti, contra mis fantasías y ser al fin libre, porque... yo quería ser libre, pero fui una estúpida y me enamoré.
Bego (Petu_cai@hotmail.com)