El Leviatán duerme acurrucado en su cueva dorada,
Duerme con sus tristes ojos de reptil entreabiertos.
Con sus flamígeras escamas descansa al acecho,
Frenando las ansias de sus negras fauces cerradas.

El Leviatán espera soñando el ruido de sables,
Sables que le invocarán mediante místico conjuro
Ante la visión de una realidad hecha añicos
Que acontece sin preocupaciones palpables.

El Leviatán vela sus propias armas sangrientas,
Preso dentro de su cubil de entrañas tenebrosas,
Deseando tragar el sudor de sus presas sabrosas
A las que convertirá en pobres ruinas cenicientas.