Palomitas de maíz
Masticas sin hacer ruido, ya que esta vez estás en una de esas salas dedicadas a los filmes de culto. Esta noche dan una japonesa, dentro de un ciclo dedicado al cine oriental que dura todo el fin de semana. Ricky me acompaña, pero creo que esta a punto de dar la primera cabezada. La película es un poco coñazo, pero esta mañana había leído una crítica que la ponía por las nubes. Me pregunto incesantemente el porqué de la absurda situación, en qué momento decidí pasar un fin de semana viendo películas sin sentido sobre una cultura desconocida si no fuese por el jodido sushi.
Entra una chica en la sala para sentarse justo a mi lado, puedo notar su halitosis canina, y me empiezan a entrar ganas de vomitar; y justo es en una escena donde uno de los actores se hace el haraquiri. Y cada vez que ella ríe, mi estómago también.
Me levanto de la butaca y logro llegar al aseo, enseguida me refresco la cara, aunque el incansable olor a lejía me provoca una serie de inaguantables arcadas propias de una modelo bulímica.
Entro de nuevo en la sala, me dirijo a Ricky a toda prisa y me acerco para decirle, al oído, que nos vayamos. Él se molesta un poco, y le notó sorprendido; y es que fui yo el único que quiso asistir a esa proyección nipona de serie B.
Me llaman al móvil, es Sara que tiene un problemilla con el acosador de su ex-novio, el muy imbécil no deja de llamarla, no la respeta ni le da la oportunidad de reanudar su vida.
Sara estudió conmigo, y siempre la quise como a una hermana y no es ningún tópico. Su aspecto ha mejorado desde entonces, creo que le han crecido las tetas, las tiene enormes. Su culito sigue siendo respingón, no me extraña ya que es una de las mejores bailarinas y tanta disciplina la convierte en un cuerpazo andante. A sus treinta y tantos sigue despertando un temido furor oriental. Puedo respirar sus estrógenos cuando le toco sus aterciopeladas manos mientras hablamos de Andrés. El muy cerdo se ha ido con una de las primeras bailarinas de la compañía que dirige, llamó a Sara de madrugada para decirle que recogiera sus cosas y se marchara del estudio. Habían compartido un lujoso estudio de sesenta metros cuadrados ubicados en la mejor parte del gótico barcelonés. La decoración era tan perfecta como los bíceps de Andrés. Vivieron juntos cinco maravillosos años, pero el embrujo del amor se había marchado para no volver. Las lágrimas de Sara no dejaban de brotar hermosamente en su blanca cara. Sus ojos brillaban y sus rojizos labios estaban casi mojados. Hacia frío, lo recuerdo perfectamente, y tuve que abrazarla, y en ese momento no pude contener mis lágrimas. Pasamos la madrugada llorando sin cesar, aunque de vez en cuando nos relajábamos para fumarnos un cigarrillo mentolado que tanto le gustaba a ella. Nos bebimos una botella de Marqués de Arienzo del noventa y seis para acompañar unos canapés que hice en unos pocos minutos, había de cangrejo, atún,
coliflor, sardina en escabeche, espinacas con queso, roquefort, y dátiles con nueces.
Tuve mi primer atracón de canapés a las tres de la madrugada. El vino me hacía verlo todo de un color más cálido, sentía cómo si mis problemas se fugasen sin pedir permiso. Era una perfecta catarsis, volvía a respirar bocanadas de aire nuevo. Sara se reía al ver como devoraba docenas de canapés, en ese momento me di cuenta de la ausencia de los pinchos de tortilla.
Sara se ofreció, gustosamente por supuesto, para preparar una tortilla de patatas con ajito troceado y cebolla picada. Era un placer observarla todo el tiempo que pasaba en la cocina manipulando eróticamente el conjunto de alimentos. Una vez hecha, me dediqué a cortar cada uno de esos preciosos cuadrados para clavarles un mondadientes justo en el medio. Utilizó la mejor botella de aceite que tenía en casa, uno de cultivo ecológico. El olor me dejó la ropa impregnada, pero seguía sintiendo el perfume de Sarita.
Sus manos estaban limpias, era un ángel que no se manchaba ni cocinando. Su pelo olía a jazmín o algo parecido, intentaba acercarme incesantemente a su larga cabellera. Pero llegó el ansiado momento que siempre lo estropea todo, Sara me miró a los ojos y me dijo que se enorgullecía de que ella y yo sólo fuésemos grandes amigos. Sentía cómo si me despojasen de mis vísceras, me arrancaban las entrañas de una forma vehemente y sin marcha atrás. En la cocina me emborraché de un erótico amor que acabó con esas palabras finales que tanto les gusta imponer a las mujeres. Es algo que siempre saben, conocen el momento justo para poner punto y final.
Me puse morado de pinchos y no dejé de tragar ese dionisiaco líquido rojo que nunca se quedaba reposando en mi copa, tenía la necesidad de beber y volver a llenar enseguida. Seguramente, ése día empezaba mi nueva vida como alcohólico sin yo saberlo.
Necesitaba ser abrazado fuertemente por cualquier Eva desnuda que apareciese por mi inexplorado y funesto mundo.
Un abrazo siempre dice adiós, un beso hasta luego
Jennifer era hija adoptada, y siempre caminaba con ello a sus espaldas. Se notaba que crecía bajo un enorme signo de tristeza, caminaba bajo estrellas sin luz en un planeta desconocido para sus sentimientos. Nunca oyó un te quiero, ni siquiera escuchó una palabra amable. Se dedicaba a cobrar miles de productos diferentes en una de las cinco cajas de un hipermercado situado a las afueras de Madrid.
Al terminar, cogía siempre el mismo autobús para llegar a su ridículo apartamento de un conflictivo barrio dónde residía en compañía de su gatita persa Mimí.
Su única afición eran las revistas de la llamada prensa rosa y los programas Magazine de la Quintana y la Gemio; es decir, era una joya de mujer que se dedicaba a actividades importantes en la mejoría mental de cualquier persona.
No se relacionaba con nadie, y sus conversaciones con Mimí no llegaban a ningún puerto. Tenía una gran cantidad de energía sexual almacenada en su adiposo cuerpo de treintañera sedentaria. Una vez estuvo a punto de follar con su vecino Mariano, pero cuando se enteró que era esquizofrénico la gorda emigró a otro bloque del barrio. Antes pagaba treinta mil al mes por un apartamento mejor, ahora pagaba cincuenta por uno peor en un bloque casi al lado. Era un ejemplo de tontería para todo el barrio, en la escuela a las niñas que no estudiaban se les decía que si seguían así terminarían como la Jennifer.
La Jenny estaba enamorada de su vecino Raúl, que era un buen mozo deportista que trabajaba descargando cajas de pescado durante largas madrugadas. Medía uno ochenta y sus bíceps le otorgaban un endiablado aspecto erótico, sus ojos eran azules y su pelo negro como el carbón. Y todo eso frente al metro sesenta de la Jenny, y sus estropajosas mechas rubias con la típica raíz negra.
Era tan difícil consolidar una relación entre Raúl y Jenny como cambiar de gobierno en Cuba. La gordita del hiper lo tenía realmente chungo, no obstante se pasaba las noches enteras pensando en los brazos de Raúl acariciando todo su defectuoso cuerpo.
La cajera iba al cine dos veces por semana y ya la conocían todos los acomodadores, que se sorteaban el acompañarla al interior de la sala. Hablaban siempre de lo desagradable de su halitosis, y de los pelos de gato que dejaba en la butaca. Era un ser tan desagradable que nadie se le acercaba a menos de tres metros de distancia. Según cuentan algunos, se ve que venía de una poderosa familia aristocrática madrileña que se había emparentado recientemente con la monarquía, y habían desterrado a Jenni porque se avergonzaban de ella. Cada mes, un abogado le ingresaba ciento cincuenta mil pesetas en una cuenta del Banco de Santander. Tenía varios millones ahorrados, pero seguía trabajando de cajera con la ilusión de que algún día Raúl entrase a comprar algo y pasase por su caja para pagar.
Una tarde Raúl entró a comprar un Gatorade de naranja para llevarse al Polideportivo y lo pagó en la caja de la Jenny, la cual se puso tan roja que se la tuvieron que llevar de urgencias en un camión frigorífico que transportaba choped Campofrío. La gorda llegó helada y los médicos explicaron que la temperatura tan baja le había salvado la vida. Raúl nunca más pasó a comprar nada, y la Jenny se deprimió tanto que aumento sus salidas al cine. Pero llegó un día en que ya había visto todas las películas de la cartelera y tuvo que asociarse en un videoclub donde daba la casualidad que también iba nuestro vecinito deportista.
Una noche, antes de las nueve, entró muy decidida para alquilar una peli porno, y cuando tenía la ficha en las manos se giró y se dio de morros con Raúl. La ficha cayó al suelo y el mozo se agachó a recogerla, le sonrió, y le preguntó por lo ocurrido en el hipermercado. La Jenny, lejos de mostrarse rencorosa, lo invitó a cenar para agradecerle su interés. Lo asombroso de la historia es que Raúl aceptó, y desde entonces en la escuela ponen el ejemplo de Jenny como persona constante y sin cualidades que pudo conseguir lo que quiso. La moraleja de la historia es que si realmente deseas algo con todas tus fuerzas, lo podrás conseguir sin importar lo que digan los demás.
Caprichos de mujer
Un bistec de ternera al roquefort, así de caprichosa es Eva, y siempre quiere la carne poco hecha y con mucha salsa. Me la presentó David en un campeonato nacional de ajedrez, desde entonces somos un modelo de pareja para nuestros amigos. Cinco meses de cariño y amor, la envidia del mundo. Estoy tan cansado de tanta perfección y autocontrol, me pasó las noches ansiando un poquito de desorden, una razón para sentirme vivo.
Trabajo en una de esas empresas informáticas que se dedican a vender todo tipo de productos por la red. Mi sueldo oscila entre las doscientas veinticinco y las doscientas ochenta, dependiendo de la odiosa comisión. Siempre fui un mal estudiante que se ocultó tras una perjudicial pantalla de
videojuegos que me sumió en una incomunicación total.
Mi personalidad avanzaba según la tecnología de moda en aquel momento. Nunca he pisado una discoteca, y mis conocidos lo son de montar a caballo o jugar al ajedrez.
David es mi único amigo, y lo conozco del Instituto donde éramos la burla de la clase. Llevo gafas desde los ocho años, y es una lástima porque tengo unos impresionantes ojos azules.
Eva es una rubia escorpión ,con ascendente desconocido, que trabaja como pedagoga en una Escuela privada de Sants. Se ocupa de las tutorías y de algún taller inútil para llenar horario, ya que su tía es la dueña del colegio. Por las tardes acude a una consulta de Psicología donde tiene arrendado un despachito para psicoanalizar a sus peculiares pacientes. Todos la llaman por su nombre, dejan los formalismos de lado en una terapia personalizada. Eva es una de las personas más prácticas y frías que he conocido, y carece por completo de valores familiares. Es fanática del mundo árabe y, además de aprender la danza del vientre, se pasa el día bebiendo infusiones raras y escuchando esa música estridente en su nuevo equipo de música.
Cada uno vive en su casa y solemos quedar los viernes noche para asistir a alguna sala de cine independiente.
A Eva le encanta ir por la vida de profunda, aunque luego no sepa ni freír un huevo. Está tan pendiente de que todo le cunda que se olvida de disfrutar de la vida. Nunca me ha dicho nada cariñoso, y tampoco se corre en la cama. La verdad es que no se porqué está conmigo. De puertas afuera, parece todo lo contrario y me sabe mal estar engañándome todo el santo día. Eva tiene un serio problema y es que trata a sus novios como si fueran pacientes. Los analiza de arriba abajo para luego destruirlos.
Por mucho que quiera negarlo, Eva está llena de imperfecciones y traumas infantiles. Tiene un enorme desapego por todo, inducido por el carácter dominante de su madre frente al de bobalicón independiente del padre.
Hay días que le huele la boca, nunca se depila, y lleva ropa de hombre. Ahora le ha dado por cortarse el pelo en forma de Elton John, y sólo se le ve nariz, barbilla, y cejas mal perfiladas. Es una enemiga del maquillaje, y una tragona enfermiza de todo tipo de comidas. Tiene una enorme espalda seguida por un culo recto y caído sobre una piernas torcidas que se apoyan en unos enormes pies del cuarenta y dos. Los michelines rodean su masculina cintura de danzarina barrigona , y un sendero de pelos serpentea por su abdomen hasta llegar a unos perfectos pechos construidos bajo un enorme pezón de cabra. Siento la necesidad de muñirla, pero no lo hago. Su cuello es enorme y parece que tenga nuez.
A menudo lleva minúsculos pendientes a juego con el color de su jersey de cuello alto.
No le gusta chupármela, y siempre intenta hacerme una paja. Tampoco sabe follar porque, al margen de carecer de orgasmos, se mueve como un pívot de la NBA en la línea de tiros libres. Se tumba sin inmutarse para que le bailes encima, no sabe jadear y ni siquiera lo intenta. Sus bragas son de la época excursionista, y siempre están más desteñidas que los sujetadores.
Cuando la penetro, le colocó estratégicamente el dedo en su enorme esfínter esperando resucitar cualquier mínimo deseo sexual. Un día me dijo que ella se acercaba más a su pareja hablando que fornicando. Lo peor de todo es que siempre hablo yo, ella escucha para tomar notas que luego transcribe en su maquiavélico diario personal. Me siento tan analizado a su lado que parezco un paralítico en una sala de espera. Me quedo sin movimientos, pero tampoco me quieren llevar, y presiento que esta historieta sentimental va a acabar como el Rosario de la Aurora.
Sus padres están tramitando el divorcio, y eso es un lastre para nuestra relación. Día tras día me dice lo mucho que odia a su padre y las ganas que tiene de verlo muerto. Yo siempre lo defiendo por solidaridad varonil, e intento justificar las poco agraciadas acciones de su canoso progenitor.
Sus hermanas son más listas y siempre se han mantenido al margen de la historia.
David no entiende qué hace un tío como yo con una impertinente con aspecto de lesbiana y que se pasa todo el día comiéndose la olla. Yo le explico que estoy enamorado y que eso es algo que jamás elegimos. Mi amigo me pronostica un final muy pronto.
A mi madre le da mucha lástima, la nota triste, cómo ensimismada en su perfecto mundo exterior. Cada martes le prepara una comida especial y la invita a nuestra casa. En sus visitas, Eva no deja de preguntarle a mi madre sobre mi niñez. Quiere enterarse a todo gas de mi perfil psicológico para diagnosticarme algo lo más breve posible, noto que cada vez está más aburrida conmigo; ahora incluso discutimos por elegir la película del viernes y la otra noche la dejé sola en el concierto del novio de su hermana.
Me dice que cada vez tenemos menos cosas para compartir, y que se está dando cuenta de lo distintos que somos.
Y cómo en un conocido anuncio, el día menos pensado me deja por incompatibilidad de caracteres. Me ha diagnosticado un millón de enfermedades distintas, y me aconseja que busque ayuda.
La escucho, aunque mis amigos me aconsejan todo lo contrario, y me voy velozmente al médico de cabecera que me receta un par de cajas de Alprazolam.
Paso dos meses de injusta depresión hasta que un inesperado día conozco a una mujer maravillosa(presuntamente)que me dice te quiero a las tres semanas. Todo el mundo se extraña de mi prematura recuperación. Vuelvo a estar enamorado, pero sigo preguntándome hasta cuándo lo estaré y porqué sufro cada vez que una mujer me impide amarla.
Las cosas las empiezo a ver cada vez más claras, y ahora sé para lo que estoy preparado en la vida : sólo para sufrir.
El amor es una enfermedad larga que te consume poco a poco, pero siempre necesitamos la aprobación de alguien muy cercano en nuestros quehaceres diarios. Creo en el pasado, y aspiro a un futuro mejor siendo incrédulo en el presente. Ahora miro las cosas de cerca, y si hace falta me cubro las manos con guantes aislantes. Me despierto feliz y tranquilo porque todo ha pasado como una mala estrella fugaz que chocó en mi planeta. He juntado sus trozos, y barrido fuertemente la parcela que se había ensuciado.
Cuando te hundes piensas que es para siempre, y no debes olvidar que es sólo un aviso para evitar que te relajes frente a ese temible monstruo llamado vida.
Ahora no juego al ajedrez ni monto a caballo pero sé amar la vida y ver cada una de las flores de mi propio jardín. Me he comprometido conmigo mismo para no pasarlo mal de nuevo y para no ser el capricho de nadie. Por muchos meses que lleves con una persona no te olvides que nada es para siempre, todo acaba y por supuesto lo hace mal y arrasa por completo nuestro espíritu ingenuo.
Óscar Valderrama Cánovas (graciarelacions@hotmail.com)
22 de diciembre del 2004
Relatos y poemas de Óscar Valderrama Cánovas:
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