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El rincón literario: Al otro lado de la laguna Estigia - Los cuentos de la muerte

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Solazarse


El café de las cinco me resulta más delicioso que el de la mañana, ya que el primero del día resulta ineludible, y en cambio este otro es a libre albedrío. Algunas veces prescindo y me quedo sin tomarlo, no es necesario. Seguramente lo hago por la chica que siempre se sienta en la primera mesa entrando a la izquierda. Es morena, alta, y de tipo fino. Sus ojos resultan extraños, cómo si no quisiera mirar las cosas que le rodean. Tiene esa clase de mirada hacia dentro que hace tan sensuales a las mujeres. Es un signo de hembra despistada, casi peleada con los demás seres.

Llevo varias semanas fijándome en sus manos, y me parecen extraordinarias. Sus movimientos son ligeros y precisos, las deja descansar sobre la mesa cruzando la derecha sobre la izquierda, y en la acción puedo verle unas uñas larguísimas y bien esmaltadas con un rojo intenso que produce destellos en mis ojos. Es todo muy rápido, casi inefable, pero mi agudeza visual me permite observar cualquier gesto detenidamente.

Harto de mirar el reloj, me levanto para marcharme. Saco el último billete de mil pesetas y pago al camarero ciento veinticinco pesetas, le dejo cinco duros de propina y el resto vuelve a mis bolsillos de unos tejanos nuevos azules que acabo de comprarme en las rebajas. Valían doce y los he sacado por siete mil quinientas veinticuatro pesetas, no tengo ni idea de cuántos euros estaríamos hablando.

Al pasar por su lado logro reconocer el suave olor que desprende su cuerpo, se trata de un perfume barato de origen francés que me recuerda a una antigua amiga de instituto llamada Diana.

La más guapa de la clase olía igual que la chica del café de las cinco. Se sentaba dos pupitres a la derecha, entre la puerta y la segunda ventana, cerca del epicentro del aula. Tenía la mejor visión, y junto a ella estaba el pesado y prepotente de Julio Aguilar Salazar. Era el chaval más tonto que ha parido madre, hablaba como si se hubiese tragado un paraguas. De vez en cuando escupía un poquito, aunque lo peor es que corrían rumores sobre un posible noviazgo secreto con Diana. El Paquito los vio en el parque casi follando. Pero el Paquito también dijo un día que Isabel Gemio era su vecino travestí del cuarto, y que su nombre real era Ismael Gimeno. El chaval tenía más historias que Ibáñez Serrador.

Un día, mientras sacaba mi enorme pollón en los lavabos masculinos, entró Paquito y Julio riéndose al mismo ritmo. Paquito se le acercó a la oreja y después de decirle algo le entregó un billete de cinco.

Al día siguiente volví a las misma hora, y justo antes de entrar al servicio, observé a Julio besando a Diana mientras le metía algo en el bolso. Era un extraño beso en el que casi no se rozaban los labios, como en las películas de Frank Capra. Diana entró en clase desternillándose con todas sus fuerzas. Al entrar el profe de Filosofía, se volvió a enmudecer. Era una chica tímida, y reservada. De no ser por su belleza, casi pasaría inadvertida. Pero era brutalmente hermosa, asquerosamente guapa, insultantemente atractiva.

Paquito era muy feo, y pese a sus veinte años seguía haciéndose llamar Paquito. Su fealdad iba acompañada por una incómoda tontería que resultaba demasiado empalagosa como para soportarla. Por eso, no era de extrañar el encontrarlo siempre solo deambulando por los pasillos, sin rumbo.

Últimamente lo había visto acompañando a Julio, y eso no me cuadraba de ninguna de las maneras. Por qué Julio perdía su tiempo de aquella manera.

Una tarde fui a la piscina del gimnasio, y mi sorpresa fue encontrarme con una Diana mojada y en minúsculo bikini rojo de Gaultier. Sus pezones embestían fuertemente la absorbente tela de diseño. La parte de abajo se le escondía entre la raja del culito prieto que poseía. Quién fuera esa parte del bikini.

Nos miramos, y tuve que lanzarme precipitadamente al agua para evitar que se diese cuenta de la prominente erección. Tuve tan mala suerte que al tirarme tropecé con una gorda llena de granos y con olor a armario cerrado.

De la ostia que me dio no aparecí por clase en una semana, tenía la cara de varios colores azulados. Me había llevado toda la gama de azules a la cara. Al tercer día se volvió rojo, y al cuarto verde. Finalmente, desapareció sin dejar rastro y así pude volver a ser yo.

Cuando te ausentas una semana de cualquier sitio, todo se vuelve diferente, y tienes que volver a ganarte tu antiguo puesto. Ahora me encontraba postrado en la última fila, junto a Concha Navarro “La aparatos”.

La niña no era fea, aunque llevaba medio tranvía en la boca. Cuando hablaba escupía monstruosamente sobre mi cara, y por mucha distancia que mantuviese siempre terminaba empapadito de arriba a abajo.

Pero Conchi tenía uno de los pechos más firmes que pude ver en vida. Siempre me acercaba para poder rozarla con el brazo, y eso suponía escupitajos de lleno. Pero qué es el amor sin un poco de saliva.

Su saliva ya era parte de mí. El roce nos llevó a una relación formal, con padres y todo. Y además fue mi primera felación con aparatos. Daba un gusto sentir el frío de sus dientes sobre mi miembro.

Conchi la sabía chupar de verdad, de eso no había duda. Nuestra relación fue cada vez mejor, hasta que un día me contó que Paquito pagaba a Julio para que fuese su amigo; y que este, a su vez, pagaba a Diana para hacerse pasar por su novia. Era un jodido triángulo de las bermudas. Entonces tuve una visión en la que Diana y yo nos frotábamos la espalda tumbados en la alfombra de mi salón, justo al lado de mi precioso lector de D.V.D; y debajo de la mesa de cristal y madera que mi madre compró en el famoso Ikea. Me costó romper con Conchi, siempre añoraría sus famosas mamadas, pero me armé de valor y lo hice lo más brusco y desagradable posible. Me inventé un rollo de esos de que no teníamos nada que compartir, que éramos diferentes; y aproveché para insultarla todo lo que pude con un exhaustivo análisis de su personalidad. Me quité todos los complejos de culpa de encima, y le hice un perfecto traspaso.

La chica me dio el coñazo unas semanas, con cartitas y llamadas a las que yo no respondía. Un día me sentía tan acosado que fui a hablar con ella. Le dije de todo, y le advertir que me dejara vivir mi vida; que se buscase a otro que hablase su mismo idioma; que estaba muy bien solo, y que jamás volveríamos.

Al cabo de dos meses inicié una relación con Diana. En un principio todo iba bien, funcionaba a la perfección. Nos podíamos entender en cualquier contexto, menos en el plano sexual. La niñata no sabía moverse, y no hacía mamadas hasta el matrimonio: “Sólo se la chuparé a mi futuro marido; ya que no puedo guardarle el coño, le guardaré la boca”.

Eso me volcó en una profunda desilusión y tristeza, de la que no pude zafarme durante un año, dos meses, y tres días.


Sabor amargo


Estoy acostumbrado a su ausencia, y con los meses he aprendido a quererla en silencio. Puedo seguir amándola con la misma intensidad, sin importarme la cercanía física; y sólo me conformo con recordarla al cerrar los ojos. ¡ Ya la veo!, ojos azules, nariz grande y torcida, labios gruesos en una cara cuadrada con una pronunciada barbilla. Todo ello bien sujetado por un esplendoroso cuello de cisne. Su pelo castaño claro está recién cortito, como le gusta a ella y se siente más cómoda. En sus orejas destacan dos pendientes de bisutería barata y de un vivo color verde, que hace juego con su jersey verde.

Siempre combina los colores con la misma profesionalidad de una modelo de alta costura. En la parte de abajo, luce unos tejanos que marcan la rectitud de sus larguísimas piernas que acabarán en unos preciosos pies, algo grandes y zancones. Encima, un abrigo gris de cuidado corte masculino. Siempre cruza los brazos y agacha la mirada, es cómo si siempre tuviese frío. No consigo verle la plenitud en su mirada, está como asustada, casi perdida; pero es demasiado altiva y lo disimula completamente levantado la barbilla en ocasiones.

Tiene grandes contradicciones internas que no asoman ni de coña. Es poco vulnerable, siempre lo racionaliza todo, incluso para decidir la cantidad de azúcar que debe echarle al café. Tiene una inestabilidad emocional que le hace la mujer más atractiva del mundo, ya que nunca sabes si le gustas o no; tienes que estar conquistándola cada día, ofreciéndole algún valor personal escondido; y eso la hace adorable y enigmática, nunca la conoces del todo.

Pero hay veces que se le escapa una sonrisa de medio lado, entre tímida y poderosa; es cómo si lo supiese todo antes que tú, y te quedases completamente desnudo ante su presencia.

Físicamente es fuerte y elegante, psíquicamente es misteriosa y rocambolesca. A todo eso se une una fuerte preocupación por el pasado, una indiferencia total ante el presente, y un miedo brusco ante el futuro. Siempre escucha, realizando varias lecturas de cualquier opinión; se queja de lo poco que valen las palabras para el resto de los mortales, y de lo necesario de un amor verdadero. Es como si estuviese buscando constantemente la información del carácter humano, de todos los que hemos podido rodearla durante un tiempo; quiere creer en la bondad de las personas; y quiere amar incluso en sus sueños. Sus ojos te llaman para ser escuchado, y es entonces cuando me pongo nervioso porque sé que me está mirando y analizando; y es cuando me equivoco y digo algo que no pienso; y va en contra mío.

Me juzga por todo, por cualquier cosa; y no creo que eso sea un defecto, es más, es algo superable a todas las virtudes, es una esencia diferente que ella posee.

Descubres que es incapaz de compartir, por desconfianza y miedo a ser engañada. Escucha demasiado, y por eso está en completo silencio, para no despistar, para entenderlo todo y poder hacerlo mejor; sí, es una perfecta exigente, que no soporta las grandes equivocaciones porque cree que allí se esconde la verdadera personalidad.

Somos el fruto de nuestros errores, somos parte de ese injusto pasado que tanto queremos olvidar (según ella) y a la vez no podemos evitar, al sumergirnos constantemente por entero en lo que un día hicimos. Somos deudores eternos de una cuenta ya pagada, es el peso a tus espaldas con el que ya habías cargado.

Y es cuando te das cuenta que para ella vale más lo que dices que lo que sientes, tu amor queda eclipsado por tus nerviosas palabras de novato sentimental; ya no tienes edad para ir hablando sin pensar. ¡ Espabílate!

Te acostumbras a esa luz tenue, casi apagada y que no puede alumbrarte; pero no te quejas y sigues usándola. Y sientes la misma música incesante, y el chicle queda fuertemente presionado por tus carnívoras mandíbulas de depredador sin piedad. Pero el sabor es amargo, casi insoportable; y es entonces cuando decido tirarlo al suelo de un fuerte y ensayado escupitajo.

No consigo encontrarle sabor a las cosas, desde su marcha todo es insípido. Se ha parado el tiempo sin querer en mi boca. Es cómo si hubiese pasado un fuerte y desolador huracán que se ha llevado mi sabor.

Los olores tampoco son como los de antes, ya no les doy importancia, se han marchado.

Con ella todo era más intenso, en cada olor se ofrecía una pasión irreconocible; pero buena en su más alto concepto, y a la vez extravagante y diferente.

El amor nunca es para siempre, pero sí lo son los olores que lo acompañan. Ella tenía el mejor registro aromático que he conocido. Por sus manos sabía que le gustaban las naranjas y las mandarinas; por su jersey los calamares fritos y empanadillas, algunas veces bistec, y toda una gama de fritos; algunos de sus besos olían a plátano; sus labios tenían aroma a fresas también; no se puede olvidar el olor a tierra de su cuello; o el de membrillo en los codos; o el de jazmín en los hombros; vainilla en las axilas; canela en los glúteos; y toda una serie aromatizante que me volvía loco.

Era un aroma andante, podía pasar horas sólo oliéndola persistentemente , y sin aburrirme.

Tenía el mejor olor a sexo que haya podido distinguir en toda mi vida, me provocaba tantas palpitaciones. Podía notar todo el amor, que por ella sentía, en mi nariz.

Cierro los ojos, y mi órgano olfativo sigue despierto en la evocación de sus fragancias corporales. Incluso tenía un espectacular sudor con el que podía dormir toda la noche.

Algunos días tenía miedo a ducharme, por si desaparecía el olor de la cita anterior. Pero en cada cita aparecía un nuevo aroma, distinto pero más atrayente que los demás. Todos me gustaban, eran inauditos.

Ella también tenía muy desarrollado el olfato, casi compartíamos las mismas olores. Pasábamos por un sitio y podíamos definir el olor de la misma manera.

Las calles del barrio de Gràcia en Barcelona tenían un olor especial, una mezcla de tierra y vino. Nuestras manos se juntaban mientras nuestras narices, allí arriba, despertaban con las mismas pasiones. Cada rincón nos producía una nueva sensación que no queríamos abandonar. Recuerda la esquina de Torrijos con Sant Lluis, tenía un dulce olor a jazmines; aunque tenías que pasar antes por dos contenedores de basura. Después de algo desagradable viene una cosa buena. Y lo más curioso es qué sólo recuerdas lo segundo. Las cosas malas se olvidan tan rápido que no te das cuenta que han sucedido, supongo que tenemos un filtro en la mente que borra los inconvenientes, o al menos nos permite dejarlos de lado sin un posible retorno.


Trozos de ayer


Cargado con porciones del pasado, entró en un Centro Comercial de conocida ubicación en Barcelona. Aunque haya perdido la fe, sigo fijándome en las mujeres que por allí respiran. Sé que pasan de largo, y que aunque llegué a conocerlas también pasarán. En cada mirada noto un susurro a mi delicado oído, y no es la típica vocecilla de esquizofrénico, que va, es algo más concreto. En ella encuentro un tono familiar que me dice lo que debo hacer con todo el amor que llevo en mi interior. Su intención es protegerme de darlo todo para que después me martiricen con ese dolor llamado rechazo. Evito mirar, y es difícil porque soy un tipo bastante guapo.

Una dependienta, que me vende un perfume de ocho mil pesetas, me penetra con sus impresionantes ojos verdes. Se llama Isabella, y es Brasileña. Lo sé porque me la encuentro dos horas más tarde en un bar céntrico, y se sienta a mi lado para conocerme. -¡Perdona!, eres el chico que me ha comprado la de ciento veinticinco de Hugo Boss. Me he fijado en ti, ¡me encantan tus ojos!. -A mí tu nariz, es preciosa. Casi una rampa de perfección que une dos mundos distintos entre tus ojos y tus labios. -¡ Qué bonito!, jamás me habían dicho algo así.

-La imaginación es escasa, pero muy efectiva. A veces nos olvidamos de lo importantes que son las palabras. Me lo enseñó una antigua amiga.

-¿ Cómo de antigua?

-(Disimulando) ¿ De qué estamos hablando?

-(Riéndose) ¡ Muy hábil y precavido !

-También me enseñó el poder del silencio.

La conversación duró unos tres cuartos de hora. Estuve más tiempo escuchando que hablando. Me explicó casi toda su vida, y yo sin soltar prenda. Dos días más tarde me llamó para cenar en su casa. La cena duró dos larguísimas y aburridas horas, en las que saboreé un elegante y sabroso guacamole acompañado por los típicos triángulos de maíz frito.

También pude degustar una pizza congelada con intenso sabor a orégano.

Su apartamento tenía unos sesenta metros cuadrados, con escasos muebles, y una descuidada decoración. Sólo a destacar un póster de Lenny Kravitz en relieve.

-¿Te va Lenny? -pregunté con cierta arrogancia.

-Es el hombre más guapo del universo.

-¿Conoces a alguno de Marte? -Dije haciéndome el gracioso de turno.

Mi antigua amiga me enseñó que si te sientes acorralado frente a una mujer debes ser gracioso, y romper en pedazos el hielo. Lo había clavado, Isabella no dejaba de reír; y yo le miraba su preciosa dentadura de pequeños trozos de estrellas que iluminaban algo olvidado en mi interior.

Mi antigua amiga me enseñó el poder que ejerce una perfecta sonrisa, Isabella tenía una de las mejores y se le hacían unos hoyuelos tan monos.

Me había enamorado de una sonrisa, pero había descuidado su olor. Todavía no sabía que clase de aroma corporal poseía ese cuerpo del delito.

Tardamos tres días en hacer el amor, aunque fue más bien un poquito de sexo rodeado de prejuicios aburridos y estúpidos. La eyaculación fue escasa y precoz, tenía tantas ganas de hacerlo que no pude pararme a disfrutar.

Me había vuelto a escapar de la realidad, en el fondo lo único para lo que sirvo es huir; y es que se me da como a nadie, huyendo puedo ser magistralmente ridículo.

Me cuesta mirar las cosas de frente, y ahora comprendo las quejas de mi antigua amiga; cuando una cosa no me gusta, huyo lo más deprisa posible, y no sé detenerme; tengo una gran incapacidad para enfrentarme a los problemas, nunca admito nada, todo es culpa de los demás, y siempre hay un factor externo. Ir de perfecto por la vida ha sido mi gran error todos estos años, mi antigua amiga desconfiaba de esa presunta perfección.

Es cómo si ocultases algo de lo que te avergüenzas, aunque en realidad no sabía el qué.

Nunca supe del todo cuales eran mis valores personales, quizá carecía de tales. Tampoco podía definir con exactitud las cosas que me gustaban hacer: ni quienes eran realmente mis amigos, o en qué sitios me gustaba estar, o qué clase de música escuchar, o sí me gustaba ir al cine, o al teatro, o a tomar café.

Estaba tan perdido que pedía a gritos ser rescatado. Pero ella no estaba, hacía meses que se había marchado de mi lado. Mi antigua amiga ya no quería saber nada de mí, ya le había devuelto todas sus cosas : cuatro cintas grabadas, seis discos compactos, unos apuntes de Psicología que me prestó, y una amarga sonrisa. Pero me había quedado con otras cosas : insomnio, depresión, malestar, apatía, ganas de suicidarme, lágrimas, pinchazos en el corazón, y unas enormes ganas de gritar para pedir auxilio.

Ya no me quería seguir enseñando, se había cansado. Era un discípulo en busca de maestro y de ejemplos válidos para poder restaurar mi ausencia de valores.


Fotos y fechas


Alimentas tus recuerdos una y otra vez mirando una foto de ella en bikini negro junto al mar. Su mirada se cierra evitando al sol, pero no deja de estar muy bien iluminada. Cuántas cosas positivas ves en una persona cuando miras con ese filtro llamado amor. En la foto se pasean miles de estrógenos rodeando su impecable cuerpo. Las piernas las dobla para que sus rodillas puedan sentir la arena, y en la majestuosa pose se apoya con la palma de la mano derecha, dejando la izquierda sobre su muslo derecho. Sonríe ligeramente, con esa expresión de estar soñando. Se puede observar que está relajada, feliz, rodeada de aquello que más le gusta; y lo sabe muy bien, porque le ha costado muchos años averiguarlo.



La brisa se acerca sigilosamente a su piel, es cómo si sintiese deseos irrefrenables de atraparla bajo su red. Si mantengo los ojos sin parpadear, puedo introducirme en la imagen, incluso llego a los olores. Su piel es parte del mar, mi nariz se transforma al recibir estímulos de todo su cuerpo. Ahora siento el pelo, el olor a gel de farmacia ligeramente perfumado, a crema hidratante, a luz sobre un viento de bosque verde en primavera.

Viajo una y otra vez a su interior. Me caigo al mar, y ella ríe traviesamente. La veo cómo una dulce muñeca de porcelana que está construida pensando en mí, hecha con buen gusto para poder poseerla manteniendo su integridad. Es de esas cosas que debes dejarlas ir de vez en cuando, ella por si sola decidirá su vuelve o no. No seas impaciente, no la atosigues. Ahora es el momento para ella de disfrutar con sus amistades, sus seres más cercanos la añoran hasta el punto de odiarme por haberla raptado amorosamente. Las mujeres preciosas nunca pertenecen a nadie, siempre buscan en ellas mismas a su dueño.

¿Cómo he podido cagarla con la persona a la que quería?, he tocado los acordes que no debía en una guitarra desafinada. La música nace libre o no nace jamás, si fuerzas su composición se destruye para siempre. Pero existen otras melodías a las que puedes acompañar, no te olvides que solo eres el acompañante. Tuviste la oportunidad de crear, pero se ha destruido cada nota. No queda nada, sólo tú; y estás solo, sólo tú; y te quejas, y lloras; en fin, sólo eres una persona, un trozo de carne cruda o a medio hacer. ¡ Respira, respira, respira !


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Óscar Valderrama Cánovas (graciarelacions@hotmail.com)

22 de diciembre del 2004

Relatos y poemas de Óscar Valderrama Cánovas:

-Amor gratis-    -Nosotros que anhelamos la vida-    -Diferencias conyugales-    -Disfruta de mi compañía-    -Ese adorable anciano-    -Granos-    -Gritos y pesares-    -Hágase la sangre-    -Subterráneo de ideas fashion-    -Ilusiones de mi vida-    -Juguete roto-    -La peor de las mujeres-    -Mi estrella-    -Miradas psicológicamente evolutivas-    -No creo en la distancia-    -El país de las promesas-    -Paleolítico soy-    -Podrás-    -Radicales libres: mi vida y vejez-    -Rencor, odio y amargura-    -Seré lo que tú prefieras-    -Tengo miedo si no estoy a tu lado-    -La distancia que íbamos atravesando-    -Tren dirección cartagena-    -Al otro lado de la laguna Estigia - Los cuentos de la muerte-    -El hombre que golpea y otros relatos breves-   




 
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