Caminando empujada por el viento va la vieja zorra en busca de alimento para mojar su ubre seca. La otrora raposa temida por los rebaños, ya carga muchos años a cuestas y tiene la mirada opoca. Atrás quedaron sus años de gloria que el hambre desmadeja día a día, mientras sus dobladas orejas anuncian que va perdiendo su batalla contra el tiempo.
En sus años mozos marcaba su territorio desde las estribaciones del nevado Tucu Chira hasta la laguna de Conococha (Chiquián - Ancash - PERÚ). Durante el día atravesaba las llanuras de Recrec, alimentándose de aves y pequeños roedores. Ya en las noches descendía discreta a los rebaños de donde sacaba entre sus fauces un carnero por vez para asegurar su ración diaria de carne. Generalmente caminaba sola a excepción de sus épocas de celo que lo hacía acompañada de su ocasional pareja hasta la época de cría.
Trece años trajinando por la estepa chiquiana es demasiado tiempo para un animal de presa. Sus movimientos son cada cada vez más lerdos, pero sus patas y mandíbulas continúan siendo fuertes, lo que le augura un tiempo de gracia como cazadora nocturna. Hace unos meses fue cortejada por un joven zorro que la abandonó dejándola preñada después de un corto romance. Ha parido hace dos semanas y sus tres cachorros no prueban leche desde hace dos días.
Ayer por la tarde unos pastores la vieron en el bosque de piedras de Shajsha Machay. Comentan que descendió caminando renga al pajonal donde estiró su esmirriado cuerpo, paró sus orejas como pudo y se sacudió del polvo que cubría su pelaje, quedando al descubierto una enorme cicatriz en el lomo producto de un combate con un joven puma.
Ya es de noche, el cielo está perlado y su aullido rompe el silencio de la llanura, siendo respondida por ecos finos que se multiplican en gemidos sordos en las cumbres de los cerros cuajados de roquedales. Las huellas de un puma han agudizado sus sentidos y trata de comunicarse con otros zorros que merodean por el lugar.
Sigue las huellas rozando el pasto con su punteagudo hocico durante una hora, y para su fortuna halla detrás de un peñasco a un enorme puma de piel aleonada recostado sobre un becerro muerto iniciando su festín. Se queda observándolo unos minutos y confirma que es el mismo felino que hace unos años la dejó marcada de por vida.
Se ubica cautelosamente a una distancia prudencial, efectúa un recorrido visual y ve agazapados entre la neblina y la paja brava a cuatro jóvenes zorros machos observando al puma y su presa. Baja los párpados y mueve su áspera lengua abriendo su boca que se le hace agua. Al abrir los ojos la luna se oculta entre las nubes quedando el campo de batalla a oscuras. Aprovecha este momento de suerte y se abalanza sobre el becerro arrancándole un trozo de lomo de una dentellada. El puma lanza un rápido zarpazo que elude con un ágil salto.
Su éxito inicial anima a sus jóvenes compañeros y en menos de dos segundos todos rodean al puma. Este se pone de pie emitiendo rugidos amenazadores. Entonces los zorros inician el ataque, luego otro y después otros, siempre liderados por la vieja zorra. El puma se revuelve en la paja tratado de ahuyentarlos en cada acometida, pero la zorra aprovechando un descuido le hunde sus colmillos en el lomo. El adolorido felino ataca a uno de los zorros dejándolo fuera de combate y retorna a su presa para seguir devorándola, sin perder de vista a los demás.
Los zorros se alejan unos metros simulando una retirada, y como si todo estuviera bien coordinado, los tres siguen a la zorra en una nueva embestida y empiezan a mordisquearle las patas, el cuello y el lomo haciendo manar abundante sangre de su cuerpo. Al verse acosado por todos los flancos, no le queda más remedio que emprender una veloz huida envuelto en la densa neblina. Al cabo de tres cuartos de hora del becerro sólo quedan unos cuantos huesos, una gran mancha de sangre en el pasto y algunas piltrafas de carne sobre la paja brava.
Dos horas después llega el alba con un cielo serrano que se muestra aborregado. La vieja zorra camina despacio con su barriga abultada de carne. A su paso encuentra un lugar seguro donde digerir la comida y acumular leche en su ubre. Se recuesta y reflexiona sobre las hebras del que dispone la vida para tejer combates de esta naturaleza en las mesetas andinas. Siente que sus pupilas se humedecen al recordar el triunfo de hace unas horas y esboza una sonrisa sintiédose útil todavía.
Es mediodia, ha descansado lo suficiente, su ubre se encuentra con abundante leche y emprende el largo retorno a su madriguera abrigada por el sol que derrama su lluvia de oro en los pajonales.......
Nalo Alvarado Balarezo (nalitoalvarado@hotmail.com)
14 de enero del 2005
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Sobre el autor:
Nalo Alvarado Balarezo (Armando Arnaldo Alvarado Balarezo) nació el 15 de junio de 1951 en Barranca (LIMA - PERÚ). Sus estudios primarios y secundarios los realizó en Chiquián un pintoresco pueblo de la sierra de Ancash, donde alimentó su sentimiento telúrico.
Es Oficial de Policía jubilado con beneficios de general. En 1985 egresó de la facultad de derecho y ciencias políticas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y actualmente estudia en la Escuela de Escritura Creativa del Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú, bajo la conducción de los afamados escritores peruanos Alonso Cueto e Iván Thays.
Escribe cuentos, crónicas, pensamientos y poemas andinos desde sus años juveniles, que comparte con sus coterráneos a través de cartas a las que denomina: "HOLA SHAY" (Hola amigo).
Sus mayores deseos son crecer como ser humano y que todo el mundo conozca sobre las bondades naturales del Perú profundo. Sueño tantas veces acariciado por José María Arguedas.