Relato: De las memorias de Shapra, el hijo del pueblo (1939)
Fin de semana de fines de junio en Chiquián. Pasé a recogerla a las 7 PM para conversar con un par de tragos chinguirito en la cantina "Penco". Fue una noche formidable con evocaciones del ayer que hacían estremecer el corazón. No veía a mi normalista desde hacía tres meses en que se fue a trabajar al poblado de Colquioc.
En el interin soñamos despiertos con pinceladas de gratos momentos vividos que venían y se iban de nuestras mentes de manera intermitente. Por ratos sudábamos frío de la emoción, pues no podíamos creer que estábamos juntos si apenas hacía unos días atrás, nada proyectaba que ella vendría a Chiquián para trasladas leche en polvo para el refectorio de su escuelita.
Ya de madrugada salimos de la cantina y enrumbamos hacia la casa donde estaba alojada. Durante el trayecto mi corazón latió con fuerza mientras la llevaba pegada a mi pecho, bajo los tenues rayos de la luna cuarto creciente y una que otra estrella que tintineaba en el aterciopelado cielo chiquiano.
— No entres todavía, quedémonos un rato – le dije al llegar a su alojamiento. Nos abrazamos y besamos. Después tomé su lindo rostro entre las cuencas de mis encallecidas manos.
— Te amo, te amo – le repetí dos veces y me miró dulcemente como queriendo que el tiempo se suspenda en el aura. Entre nuestros cuerpos sólo había espacio para los locos latidos que se incrementaban minuto a minuto.
— Lo sé, yo también te amo y no sabes cuanto – me dijo mirándome a los ojos como deseando guardar en lo más profundo de su ser esos instantes de amor tres meses postergado.
Me sostenía fuerte de la cintura con sus dos manos y en la calle empedrada todo era tranquilidad, como si la cómplice sombra que ocultaba los rayos de de un camión que descendía de Caranca, se hubieran puesto de acuerdo con cupido para regalarnos el mágico marco que requería el momento. Hasta los cigarras callaron y ni siquiera una luciérnaga iluminaba el lugar. Todo era silencio.
Nos besamos una vez más y surcamos el cielo mientras nos acariciábamos como nunca lo habíamos hecho antes. No sé cuanto duró, sólo recuerdo que fue lo más bello que me pudo obsequiar la vida, desde que el destino nos separó en abril escolar.
— Te amo – le reiteré, acariciando su pecho con mis dedos temblorosos, sintiendo la calidez de su tersa piel que absorbían los encajes de copas.
— Te amo - me repitió una y otra vez y noté que sus poros estaban erizados como los míos. Su cabello suelto caía sobre su bello rostro, mientras recorría su cuello con mis labios que buscaban su calor. La blusa blanca que combinaba con su falda y capa negra, le daba un especial tono virginal a nuestro romance.
— Ya me voy, tengo miedo, mejor mañana antes que salga el camión......te amo –Susurró de repente.
— El mañana no existe, quedémonos unos instantes más -le pedí. Luego la separé de mi lado por unos segundos y observé la parte descubierta de su pecho, que la escasa luz de inicios de la madrugada me alumbraba para que mis retinas lo grabe.
Durante muchas noches, especialmente en luna llena la recordaba regalándome una dulce sonrisa, constituyéndose en el único alimento con el que renovaba mis esperanzas de volverla a ver en las vacaciones de medio año. En mi imaginación tomaba su rostro como lo estaba haciendo en este encuentro, y mi piel sentía una tibia brisa que se desplazaba poco a poco por todo mi cuerpo, como una oración nocturna que reclama al cielo el retorno del sol andino.
—Te amo, te amo, te amo –le repetí tres veces, acaricié su pecho desnudo una eternidad y besé con suavidad sus labios que aprisionaban los míos con ansiedad y pasión contenida.
— Mi amor no sigas, me haces sentir mal –dijo pausadamente tras delinear con las comisuras de sus labios un gemido. Yo sentía desvanecerme frente a la calidez de sus formas que rozaba con mis manos pugnando por recorrerlas, guiadas por el deseo febril de ese sentimiento embalsado que anegaba mis entrañas.
— No me siento bien, deja que me vaya o me voy contigo - dijo casi murmurando. Entonces la besé como un loco y fue entonces cuando empecé a turbarme. Me sentía casi sin aire, como si alguien me hubiera cubierto la boca con un paño empapado de alcohol.
— ¡Mi amor! – exclamó y me puso las manos en el rostro. Me detuve instintivamente, como queriendo escuchar la voz de su corazón.
— ¿Puedes oírme un momento?
— Bien, te escucho – le dije y me aparté unos centímetros.
— No sé que decirte mi amor – musitó muy bajito.
— No digas nada entonces - le repliqué tiernamente y reiniciamos nuestras caricias y fue entonces cuando susurró a mi oído.
— ¡Quiero estar contigo!
— Yo también, desde que te fuiste – le respondí con el corazón copando totalmente mis pupilas.
— Pero ahora no por favor, tú sabes estoy alojada en la casa de una amiga, mejor mañana como hemos quedado.......además observa como nos mira esa pequeña lagartija. -y nos reímos cubriéndonos la boca para no desperatar a los vecinos.
No sé por qué, pero bastó que me dijera que deseaba estar conmigo para sentirla mía eternamente, tal como desde hace tres meses lo venía añorando diariamente. Sensación que guardo en mi piel y ahora que surco los 40 años se agiganta mucho más.
Nos besamos, abrió la puerta e ingresó y mis ojos discurrieron sus persianas de rocío que no me permitían ver más que los destellos de las luces de algunos candiles del barrio. Bajé la cabeza, me llevé las manos a la cara, me recosté contra la pared y cerré los ojos. Permanecí inmóvil durante unos minutos tratando de mantenerme tranquilo y con la mente en blanco. Luego caminé por la acera y sentí frío. Las fachadas blancas del otro lado de la calle parecían lucir totalmente borrosas a través de la cortina de gotas que aún permanecían en mis ojos.
Caminé todo el largo de la cuadra como zombi y atravesé Agocalle. Di media vuelta en redondo y me quedé observando el lugar donde por primera vez fui feliz realmente. Entonces lloré como un niño viejo, pero sin que de mis ojos broten lágrimas que mojen mis mejillas, ya que descendían directamente a mi corazón para regarlo y darle el oxígeno para seguir latiendo, como aquellos trinos sordos que gimen en el pecho de una guitarra, cual música celestial que hace cantar el alma.
La calle estaba desierta. No pasaban perros, gatos ni fantasmas. Durante unos minutos hilvané en mi afiebrada mente este pequeño poema como una manera de perennizar este regalo de Santa Rosa después de tres meses de tristeza por su ausencia.
Tú y yo, pasión reprimida
bajo las alas de la noche,
luces tenues de un candil
y anhelos sedientos de miel.
Dulce deseo dormido
que despierta con sobresalto
y estremece el corazón
normalista de mi amor.
Este poema es para ti
veo el cielo y eres tú
siento el viento y eres tú
mi único amor eres tú.
Mis caricias para ti
tus dulces besos para mí
no te vayas eres mía, sola mía,
tentación eres verso y canción....................
Después anduve sin rumbo, llegué a la Plaza de Armas, apoyé mi cabeza al tronco de un viejo ficus y me quedé profundamente dormido. Al despertar esbocé una plegaria para nuestro amor, luego me pregunté:
—¿El mañana existe, verdad Shaprita? – sí contestó mi corazón con sus renovados latidos, y camine, camine y camine hasta que me perdí en el silencio del alba serrano..........
Nalo Alvarado Balarezo (nalitoalvarado@hotmail.com)
11 de enero del 2005
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Sobre el autor:
Nalo Alvarado Balarezo (Armando Arnaldo Alvarado Balarezo) nació el 15 de junio de 1951 en Barranca (LIMA - PERÚ). Sus estudios primarios y secundarios los realizó en Chiquián un pintoresco pueblo de la sierra de Ancash, donde alimentó su sentimiento telúrico.
Es Oficial de Policía jubilado con beneficios de general. En 1985 egresó de la facultad de derecho y ciencias políticas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y actualmente estudia en la Escuela de Escritura Creativa del Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú, bajo la conducción de los afamados escritores peruanos Alonso Cueto e Iván Thays.
Escribe cuentos, crónicas, pensamientos y poemas andinos desde sus años juveniles, que comparte con sus coterráneos a través de cartas a las que denomina: "HOLA SHAY" (Hola amigo).
Sus mayores deseos son crecer como ser humano y que todo el mundo conozca sobre las bondades naturales del Perú profundo. Sueño tantas veces acariciado por José María Arguedas.