El progreso técnico sólo existe cuando sus productos
pueden ser empleados para disminuir la libertad humana.
GEORGE ORWELL. 1984.
En los últimos diez años la alopecia se ha convertido en el primer síntoma de la masculinidad por excelencia. La cosmética se ha despertado ofreciendo todo tipo de fármacos para combatirla sin éxito. Finalmente han inventado un eslogan que consiste en vender la conservación del poco cabello que queda, en contraposición a la famosa y sofista panacea inicial de que se podía volver a lucir melena. Los masajes capilares, del eficazmente demostrado aminexil, pueden salvar la total desolación de poseer una cabeza con tres pelos. Recientemente unos laboratorios han descubierto que los efectos de las isoflavonas de soja benefician el riego sanguíneo de los capilares que fomentan a su vez un claro crecimiento del cabello.
Existen miles de métodos farmacológicos para combatir dicha maldición estética, pero yo sigo viendo el problema; y el surtido inmenso de peluquines sigue funcionando en el mundo del cine, aunque en la moda la solución pasa por una radical rapada en claro lucimiento de un bonito cráneo bronceado. Ser calvo no es un problema para que un modelo pueda lucir atractivamente una prenda sugerente que provoque un claro deseo de reafirmación del poder adquisitivo. Nos empezamos a acostumbrar a los hombres calvos, algo que misteriosamente nunca preocupó a las mujeres. Cualquier idea, por muy loca que sea, tiene una buena utilidad para los creativos que se empeñan en hacer caso omiso a la principal preocupación de los hombres (por encima de las barrigas, ojeras permanentes, depilación, desodorantes anti-fauna, arrugas, y un largo etcétera de complejos). El hombre, como estúpido animal de consumo fashion, se ha reinventado a si mismo y cada vez piensa más en su mejorada imagen. Los centros de bronceado se llenan de culturistas barrigudos y pijos made in Lacoste (algunos lo creen anticuado y apuestan por la versión gemela de Armand Basi) que están dispuestos a demostrar que sus cabezas despobladas no son un síntoma de mala nutrición; y que para ello recurren al color ocre que disfraza sus aspectos.
El gorro también ha asaltado el panorama multipoblado de la moda para obsequiarnos con todo tipo de marcas y diseños –que van desde los doce a los doscientos euros- que marcan cualquier tipo de tendencia ;ya sea sport, noche elegante (denominado de cocktail por algún etiquetador de pacotilla), paseo por la ciudad, o cita misteriosa.
Hay gorras para todas las épocas del año, para cualquier temperatura atmosférica, y de una variedad cromática digna de Ágata Ruiz de la Prada.
En cambio, los pañuelos en la cabeza tan típicos de la noche marbellí –gracias al genial personaje de Espartaco Santoni- han pasado al rincón del olvido, prescindiendo de los grandes diseños aterciopelados de estampados de Chanel, Prada, Dior, y un largo etcétera de celebridades adaptadas al prêt-a-porter (lo mismo que debió hacer Yves Saint Laurent).
En fin, la vida de los hombres siempre estará marcada por su cantidad de cabello tasador de la virilidad y el éxito empresarial (el sentimental-sexual es otro muy rollo distinto).
El hombre depende totalmente de su imagen conceptual que proyecta en la ajena mayoría, y para mejorar depende de innumerables productos que le pueden ayudar a hacerlo. La moda no tiene libertad, ni el hombre tampoco; y todos los modelos estéticos están creados para reciclarse constantemente. Por lo tanto, no es extraño ese aire actual a volver a los ochenta ni esa preocupación de salvarte por los pelos de cualquier cosa que pueda dañar tu imagen. La naturalidad va desapareciendo para dar paso a los cool hunter, que para mí no son más que diagnosticadores médicos del retroceso mental de la población. La moda nos dirige, cuando debería de ser todo lo contrario. Las ideas de unos cuantos se apropian de las personalidades del resto de la población que siempre va a la deriva buscando una rama –siempre débil- a la que agarrarse si fuerza, porque nunca quedan fuerzas suficientes para salvarse de lo que realmente uno es; y ser uno mismo, auténtico, es lo más fashion que puede existir en un mundo tan determinado como el nuestro. Salgamos de toda esa parafernalia retroactiva de falsas modas, cirugías que no son lo que prometen, y métodos placebo para distanciarnos de nosotros mismos. Ese famoso carpe diem (tan de moda por los pijos que descubren ahora los versos de Wordsworth) debe consistir en vivir el día desde la perspectiva de uno mismo, y sin falsas guías de modas empaquetadas por empresarios sabios que se autoproclaman artistas. Algunos raros especimenes, como ese John Galiano, deberían empezar por adaptar la moda al público y no empujarlo ni obligarlo a que se adapten todos a sus modelitos de perfecto enajenado mental consumidor de ilusiones psicotrópicas y piezas de encaje que nunca encajan. El rosa nunca combinará con el rojo por mucho que lo vendan como lo más innovador del momento, ni las sandalias podrán combinar nunca con un traje chaqueta, ni el cosido con el pegado, ni la moda con la vida pública.
Óscar Valderrama Cánovas (graciarelacions@hotmail.com)
26 de mayo del 2005
Relatos y poemas de Óscar Valderrama Cánovas:
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