Abandonada como un silencio interminable todas las noches te encuentro... y no puedo dejar de mirarte para comprobar si mis manos pueden sentirte, pueden dibujarte cuando tu desnudez me besa, me llena de sueños ligeramente tibios...
Y es verdad. Sí, es verdad. No hay miedo en mis ojos cuando te encuentro entera, despierta gracias al sueño que tus abrazos regalan... y podemos, ahora y siempre, andar y recorrer las calles juntos. Son las avenidas, los callejones, las plazas, las calles esos nuevos bosques, esos nuevos oceános, esos desiertos donde la velocidad, el ruido, la indiferencia y el cemento conviven gracias a nuestra creciente incapacidad para ser dueños de nuestros palabras. Somos tan huecos, tan incapaces de poder expresar nuestros deseos más sencillos, simples... Tantas palabras, tantas cosas, tantos olvidos y seguimos sin saber vivir enteros, unidos a nuestra piel...
Hoy, he descubierto, al verte de nuevo, que soy todavía muy niño para ser tu amigo... Necesitamos, niña mía, bañarnos de fiestas y de anhelos... Necesitamos vestirnos de misterios desordenados y futuros; es bueno perdernos ahora y siempre dentro de una naranja, dentro del aroma de un cafe matinal o de un abrazo inesperado...
A pesar de mis temores, voy a seguir escribiéndote y enviándote a escondidas (con los envoltorios más imposibles) mis pequeños divertimentos, mis disparates precipitados, coronados de nubes y sol estival... Es una forma de sentirme igual, tan risueño como el sol a las 9 de la mañana: rotundamente joven, preparado para contemplarte sin prisas, preparado para huir en busca de cien Troyas y quinientas Itacas...
Es posible que mis palabras se rompan sin querer o no te encuentren... También puede que mis pobres y tercas palabras (que no puedes ver escritas ahora en los muros de nuestra ciudad), las sientas siempre dentro, muy dentro. Uno, al escribir o al amar debe procurar producir el mismo efecto benéfico que las medicinas milagrosas inventadas por aquellos nativos, por los hechiceros de antaño, por las mujeres de mirada brumosa y que no tienen sombra ni pasado... Necesitamos sanar y repartir gratuitamente nuestra alegría, nuestro bienestar a todo lo que nos rodea... Esa es la misión del hacedor de belleza, del aventurero... Esa es la misión de un escribidor, de un anónimo paseante que aspira a convertirse en Cronopio, eternamente disfrazado de noche, risas, asombro y veranos feroces...
Sí. Es cierto todo lo que piensas ahora; es cierto todo lo que no puedes olvidar. Siempre es verdad lo que no dices y lo que sientes dentro, muy dentro. Puede que el amor y la pasión siempre necesiten del juego y de los encuentros inesperados para sentirnos nuevos y limpios... eternamente necesitamos ser fiesta que vuela y se abraza en los besos desnudos de un sueño, de un sueño lleno de niños grandes...
Abandonada como un silencio interminable todas las noches te encuentro... y soy un niño que vuela en tu desnudez al abrazarte en tus besos: y no necesito de la eternidad ni de las palabras... no quiero ángeles ni plegarias para verte entera...
Antonio Marín Segovia (antoniod17@ono.com)
16 de febrero del 2005
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Sobre el autor:
Antonio Marín Segovia, nacido en Valencia ciudad el 17 de diciembre de 1960. Intento diariamente vivir de manera poética, alejado de los ruidos y oropeles.
Creo que debemos ser mejor que nuestras propias palabras, que nuestras propios silencios, pues la mejor música es la que emana de nuestras miradas, de nuestras caricias, de nuestros abrazos.
Regalar unas palabras, unos pensamientos es la mejor manera de vivir y compartir la belleza con el resto de nuestros semejantes.