... al final entró aunque se sintiera como la piedrita que se cuela en la
hoya de los frijoles. Clavando los ojos al suelo poco a poco caminó entre
las mesas altas, las voces llenas de carcajadas y los golpes de aromas que
inundaban el bar. Llegó a uno de los rincones más oscuros, donde podía
sentir que no estaba al alcance de las balas oculares y su físico de
inmigrante la traicionaba menos. El nerviosismo que emanaba me transmitía
que se sentía observada, y sus continuos síntomas de desconfianza en la
mirada la delataban. Después de pedir una cerveza a un mesero y tomársela
casi de un solo trago se sintió segura y fue cuando descansó.
Apresuradamente sacó una pistola de su bolso, creo que era un revolver,
introdujo el cañon en su boca... y sintió la mirada de sobresalto que
expresé. Sólo yo la veía y ella... estaba enterrando sus pupilas a las mías
como incitándome a que le quitara el arma, pero nada pasó y jaló el gatillo.
Ya no duermo por las noches, ahora añoro cosas que aún no han sucedido ni
serán nunca posibles.
Juan Llave (trummisar@hotmail.com)