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El rincón literario: El relevo

Agonizaba la tarde, fría, ligera y perfumada. En el pueblo también moría la luz crepuscular, y las sombras de los cerros caían como las negras alas de un cóndor herido en pleno vuelo. En el jardín de la casa, los lirios abrían la impecable blancura de sus pétalos a los tenues guiños de las luciérnagas que empezaban a encenderse iluminando los tallos de los arbustos de verbena.

La melancolía del paisaje hacía cada vez más grande el silencio en el corredor, y más augusta la tristeza de dos seres que se miraban sin hablar. De pronto, Juan cerro lo ojos y se sentó sobre un viejo tronco de aliso. Juana muy abatida dejó caer su cabeza hacia atrás. En el fondo del corredor, un par de monturas con sus aperos yacían sobre un caballete dando mudo testimonio del emotivo momento. Esa noche, Juan no quiso dejar pasar un día más sin informarle a su esposa que lo habían trasladado a una escuela rural. Dos días más y viajaría a un lejano pueblo del interior de la provincia, de donde no podría regresar antes de los seis meses.

-¿Qué haré sin ti mi amor? – parecía preguntarse la bella Juana.

-Ah, el dolor de la ausencia – parecía gritar él, desde lo más profundo de su ser.

Se amaban tanto, que separarse era una tortura. Los ojos negros de Juana se quedaron inmóviles observando el estrellado cielo y sintió caer un manto de tristeza sobre su corazón. Se habían enamorado en Lima donde estudiaron para maestros; se casaron en Huaraz y finalmente fueron destacados a Chiquián.

De pronto Juan se puso de pie y dijo:

-Entremos mi amor, hace frío – Juana caminó junto a él, cabizbaja y sollozando.

En la habitación se desnudó provocativa y recostándose sobre la tersa pureza de las sábanas blancas, le tendió sus brazos al cuello como una cadena. A los pocos minutos, su escultural cuerpo temblaba bajo el pecho de su esposo y un largo beso se prolongó inacabable hasta el amanecer.

***

A los tres meses de estar laborando en el interior de la provincia, Juan recibió la orden de retornar para recibir una semana de capacitación magisterial. Muy contento alistó su modesto equipaje, y esa misma tarde inició su lento viaje atravesando sudoroso los abruptos contrafuertes andinos, llegando a Chiquián poco antes de las once de la noche del día siguiente. Entró de puntillas a su casa para darle una sorpresa a su esposa, feliz de devolverle con creces las caricias de aquella febril despedida. El candil estaba encendido, miró por la ventana y en la habitación no había nadie. Ingresó y esperó impaciente por más de una hora. Tanta tardanza le inquietaba ya. El viejo reloj dejó escuchar doce largas campanadas.

-¿Dónde estará? –se preguntó sin despegar los labios.

Luego se paró instintivamente, tomó una linterna de mano y salió a buscarla. Caminó por las calles solitarias sin hallarla por más de una hora, optando por tocar la puerta de uno de sus vecinos, luego de otro y otro, pero sin resultado, hasta que el último le comentó:

-Por favor Juan, no me tome por chismoso, pero tal como viene ocurriendo desde unas noches atrás, hace un par de horas vi desde mi ventana ingresar a su esposa a la casa del nuevo maestro que ha venido de Lima en reemplazo suyo. Usted sabe, Roberto vive solo y los vecinos pueden murmurar –Juan se llenó de una inquietud extraña y se despidió agradeciéndole por la información, no sin antes pedirle discreción.

Rodeó la manzana con pasos temblorosos, trepó la pared de la casa de Roberto y se introdujo al patio desde donde observó una pálida luz que se filtraba por el marco de la puerta; se acercó lentamente y miró a través del ojo de la cerradura. Preso de ira empujo la puerta. Roberto al verlo con los ojos desorbitados saltó desnudo de la cama replegándose contra la pared. Juana se quedó atónita sintiendo llegar su último minuto. Su ropa interior regada en el piso la delataba.

Juan la amaba tanto que no halló la fuerza suficiente para causarle daño. Frenó en seco, se llevó las manos a los ojos para ocultar su vergüenza, y sin pedir explicación se marchó apretando los labios para ahogar su grito de dolor en el patio. Aún impura, la adoraba....

***

Al cabo de unos minutos Juana retornó a su casa y fue directamente al dormitorio encontrando a su esposo pálido y con la mirada perdida en el viriginal retrato de su matrimonio.

-Por favor perdóname Juan –le dijo abrazándolo con tono suplicante. Él hizo el ademán de apartarla.

-¿Por qué lo hiciste? –le preguntó con lágrimas en los ojos; pero, al sentir posarse sus labios sobre los suyos, ebrio de ese aliento perfumado de la mujer con quien soñó noche a noche durante los últimos tres largos meses de ausencia, se dejó tentar por los encantos de la pasión cegadora, y en su delirio abrazó, besó y amó de nuevo hasta el amanecer, quedándose finalmente dormido. Y soñó que todo lo ocurrido fue una fugaz pesadilla.

Ya con los primeros rayos del sol despertó y volvió a la cruda realidad. Sabía que era imperdonable descender tan bajo; pero cobarde como el que teme perder al ser amado, cedió ante el placer. Juan había sido derrotado dejándose embriagar por las caricias; siete peones de ajedrez, entre blancos y negros, metidos como prisioneros en una caja de cartón y las demás piezas de pie en el tablero, fueron los mudos testigos de su dignidad perdida. Se vistió en silencio, tomó del velador la vieja fotografía y musitó muy bajito, mientras Juana dormía:

-Ni con ella, ni sin ella –y sin escuchar la voz del deseo, miró por última vez aquel cuerpo desnudo que fue el culto de su vida y abandonó aquella casa donde pasó los años más felices de su existencia. Y mientras atravesaba Chiquián buscando salvar la dignidad de su honor, sintió la indiferencia de la gente frente a su dolor...

Desde ese entonces nada se supo acerca de su paradero. Solamente unos arrieros comentaron que aquel día lo vieron parado sobre una roca contemplando el río Aynín, que bajaba bramando por el encajonado paraje de Conay...


Nalo Alvarado Balarezo (nalitoalvarado@hotmail.com)

26 de septiembre del 2005

Otros relatos y poemas mandados por Nalo Alvarado Balarezo:

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Sobre el autor:
Nalo Alvarado Balarezo (Armando Arnaldo Alvarado Balarezo) nació el 15 de junio de 1951 en Barranca (LIMA - PERÚ). Sus estudios primarios y secundarios los realizó en Chiquián un pintoresco pueblo de la sierra de Ancash, donde alimentó su sentimiento telúrico.

Es Oficial de Policía jubilado con beneficios de general. En 1985 egresó de la facultad de derecho y ciencias políticas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y actualmente estudia en la Escuela de Escritura Creativa del Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú, bajo la conducción de los afamados escritores peruanos Alonso Cueto e Iván Thays.

Escribe cuentos, crónicas, pensamientos y poemas andinos desde sus años juveniles, que comparte con sus coterráneos a través de cartas a las que denomina: "HOLA SHAY" (Hola amigo).

Sus mayores deseos son crecer como ser humano y que todo el mundo conozca sobre las bondades naturales del Perú profundo. Sueño tantas veces acariciado por José María Arguedas.





 
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