Ya les dije quién era Chepa. Pero quiero que sepan también que era una viejita siempre limpia, descalza, de trenza larga y blanca sobre la espalda, con su delantal bien aplanchado, engomado y nítido; disponiendo dulcemente de las cosas en la casa. Porque en asuntos de la finca o de “negocios”, era Daniel - su hijo- quien tomaba las decisiones e imponía su autoridad, como un tirano , provocando en ella y sus hijas un ambiente de terror.
La finca en que vivía Chepa con su familia, tenía un hermoso río al fondo, bordeado de árboles de limón dulce. Y cerca de la casa, un enorme palo de lima.
Ir allá, y disfrutar la sabrosa fruta, y la más deliciosa agua dulce con tortilla, la sopa de fideos o el arroz blanco, era todo un rito que no podía faltar. Me parece estar saboreando el jugo abundante, fresco y meloso del limón. Y recoger algunos, para llevarle a mi mamá después, evitando así un regaño por aparecer muy tarde.
Los lunes, si mal no recuerdo, era el día en que se lavaba en la casa de Chepa. Yo era feliz cuando lograba llegar a tiempo para “ayudar” en la tarea: metida en el río, me sentía profesional en dejar bien blancas las sábanas de manta y despercudidos los delantales y limpiones que llegaban llenos de grasa y suciedad; restregar en la batea de madera; aporrear la ropa lavada contra las piedras ya lisas de tanto golpear sobre ellas; ver cómo la espuma del jabón era arrastrada por el río, sabe Dios hasta dónde; poner a blanquear la ropa sobre las piedras y, finalmente, tenderla toda en la cerca de alambres de púas, a esperar que el sol terminara la tarea.
Después vendría la aplanchada, en la que yo permanecía con la boca abierta, al ver cómo un pedazo de hierro caliente pasaba del fogón a la mesa de madera, donde había ropa arrugadísima, con olor a sol, (muchas veces tiesa de goma) y salía lisa, sin una sola arruga.
Era Sara la que aplanchaba, y durante mucho tiempo mi ilusión era “planchar sin rugos como Chana”, Convencida de que era un sueño imposible, pronto desistí...
Y Sara sigue aplanchando: hace poco tiempo que la ví. Después de tantos años, estaba en la misma faena.
Según mi imaginación, yo participaba activamente en todo eso de la lavada... Pero viéndolo ahora, imagino que estarían mucho más cómodas sin mi presencia, y acabarían la lavada aún más pronto. ¡Me querían tanto, que nunca me lo dijeron!
Kemly Jiménez (kajota@amnet.co.cr)
Costa Rica, 23 de agosto, 2004
Relatos breves de Kemly Jiménez:
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