Caminaba deslizando la mano por la baranda del viejo muelle e iba diciéndose: “Baboso el Pascual, qué baboso, arriesgarse así no más por las puras el baboso”. Sobre las lanchas los pájaros coches seguían haciendo cabriolas y a intervalos hundían el pico en las entrañas del mar para alimentarse. Por causa de la marea las olas empezaban a besar el maderamen, algunos pescadores de cordel se retiraban hacia la entrada para no ser mojados. El hombre, cavilante, retornaba a la ciudad y en el trayecto lo vivido hace algunos minutos se le agolpó en la mente. Después de algunas imágenes mezcladas se estacionó en el momento cuando Pascual se bajó por la vieja escalinata para coger la soga y luego saltar a la lancha, una vez estando en ella se sacó la ropa para quedarse solo en truza. Los espectadores bromearon acerca de su esmirriado cuerpo; prominentes huesos destacaban por los costados de su angosto tronco. Su contextura delgada era natural, por que apetito no le faltaba, “Qué tal cuerpazo Pascual” se oyó decir, la expresión tuvo un tono tan peculiar que desató la risa general. El aludido tomó su arpón y se lanzó al agua, en el aire su cuerpo adoptó una forma de navaja antigua; en breves segundo apareció su cabeza. Posesionados en la vieja caseta, el jurado tomaba el tiempo, hasta ahora el más rápido había utilizado quince minutos. Giró y enrumbó el nado en dirección del muelle braceando con violencia, era extraña la decisión, “¡va a los rieles?”, expresaron algunos con cierta admiración e inquietud. La corriente lo obligaba a emplearse a fondo. Llegó a las bases del muelle. Los rieles, fierros deformes y herrumbrados alojados allí por años, denotaban que su función de sostener el muelle ya llegaba a su fin.
Se apartó un momento del recuerdo, esbozó una sonrisa triste, para repetirse:. “Más baboso el Pascual, arriesgarse así, sólo pa que ella lo vea, shss, qué baboso”. Retomó el camino mental anterior. Por entre los rieles Pascual se volvió a zambullir, se vio un remolino de espuma, una voz se distinguió entre el murmullo: “Ya encontró el suyo, ya lo encontró. ¡Ahora Pascual , tú ganas!”. Hasta ese momento, si concretaba la faena, Pascual tenía muchas posibilidades de triunfar. De pronto, una mancha de sangre empezó a extenderse tiñendo el espacio acuoso por donde el concursante se había internado. Las caras de las personas adoptaron una mueca de extrañeza. Un anciano de barba cana se rascó el pelaje y reflexionó en voz alta, “mucha sangre pa ser pescao, yo creo que algo le salió mal”. La expresión del senil fue tomada en cuenta de inmediato, tres hombres se despojaron de las ropas con suma rapidez y se lanzaron al mar desde la plataforma, hurgaron entre los rieles y ante tanta montonera él no pudo ver más.
Tuvo que escalar hasta lo más alto de la vieja grúa y así pudo observar que lo subían cargado, los hombres que acudieron a rescatarlo entrecruzaron sus manos para poder mantenerlo en una posición horizontal, el arpón atravesaba su vientre y emanaba mucha sangre desde el orificio por donde ingresó el venablo. El anciano de la barba cana se ufanó de su advertencia: “Yo sabía que nuera pescao. Tamién se metió por los rieles el muy chambón”.
Lo depositaron en un sillón de la capitanía, posteriormente sacaron el jeep del Capitán de Puerto y lo subieron para llevarlo a la Posta Médica. No pudo más, salió de su letargo y saltó hacia la unidad móvil para acompañarlo. Nadie se atrevió a querer sacarlo, sabían de su gran amistad - Pascual fue posesionado en una improvisada camilla de tela. El herido, al verlo, balbuceó, relataba con dificultad los pormenores del accidente, le contó que encontró al pez detrás de un riel “eeera unn chchirlo grannndazo” le decía. Estuvo primero midiendo sus posibilidades, tomó impulso y se fue con todo y arpón pensando engancharlo, mas el animal no quería entregar su vida fácilmente e hizo un quite relampagueante y se retiró; la púa del arpón se estrelló contra el riel, Pascual tenía el otro extremo a la altura del abdomen; había sentido desgarrarse su piel e ingresar un objeto muy frío que se confundía con sus intestinos; el animal, al parecer - (y según versión del dañado) - llamado por la sangre, quiso atacarlo, cosa muy rara por que los pescados de peña huyen inmediatamente; “a lo mejor ya delira el Pascual “, pensó. Seguía relatándole y le contó que cuando el chirlo se percató que venían en su rescate recién huyó. Exhaló un gran suspiro que pareciera salía del fondo de su alma, pensó que el relato concluía hasta que le escuchó decir: “Allí estaba la Norma di hermanito, tan linda, yyyo ... iba a ganar el ppppremio ... ppara eella ... iba ... aaa gganar ...los dddos, hermanito”. Al contar esta parte, fue como recibir una inyección de vida fresca, volvió a hablar con normalidad: “... por que el condenao era grandote, manito, y además lo encontré rapidito, o sea me ganaba dos copas, al más grande y al más rápido, pero el otro año la ganaré, pa la Normita y me dará mi beso ya verás ... ya verás ...verás”. Notó que los ojos de Pascual se le iban cerrando lentamente, como si se resistieran a algún peso que descansaba en los párpados, sintió una ternura infinita, recordó cómo lo conoció; estaba jugando trompo con los niños, lo había reñido por que era muy grande para esos juegos; con el tiempo comprendió que su edad mental no iba en correspondencia con su edad cronológica.
Pascual logró divisar, casi a oscuras, a través del vidrio posterior del jeep, una gaviota que jugaba por el aire, pensó que era Norma quien lo seguía, esbozó una sonrisa y antes de perderse en la nada forzó la imagen de la muchacha recibiéndole la copa y dándole un beso.
Cuando llegaron a la posta, lo bajaron. Pudo ver al médico que sólo movía la cabeza y un fuerte rumor de “está muerto” le inundó los oídos. Tomó el malecón a pie y, sin saber por qué, regresó al muelle siendo su primer discurso mental: “Más baboso el Pascual, aventarse al agua por la Norma y ella había ido a ver la competencia por otro, baboso el Pascual, morirse así...” . Dos enormes lágrimas resbalaron por su mejilla, mojaron su cuello y les perdió el recorrido por que nuevas lágrimas, de la misma intensidad, asomaban por sus concavidades oculares.
Al día siguiente el Capitán de Puerto anunciaba en el diario local que la competencia de caza submarina por las fiestas patronales se suspendía a partir de la fecha. La gente del pueblo lo entendió, “una vida es una vida” se escuchó decir. “Sí, será un homenaje para el Pascual” complementaban otros. Él, por mucho tiempo, no cesaba: “baboso el Pascual, más baboso, morirse así ..”
Víctor Andrés Gómez Ruiz (vagopoeta@hotmail.com)
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