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En Zaragoza a 23 de diciembre de 1214
…Amada Isabel: ha terminado la guerra y mi compromiso con las tropas del Rey Pedro ha tocado a su fin; desde hace casi un año, más de dos sin verte, estoy un poco más libre, añorándote cada día, contando hasta las horas que paso sin ti, sufriendo en la distancia el horror de tu ausencia… ¡Que lento pasa el tiempo sabiéndote distante..!. Tan sólo la certeza de que tú eres la recompensa, el premio a tanto sacrificio, me espolea en la fatiga, me anima en la tristeza, me da aire en el desaliento y hace que merezca la pena el esfuerzo. La esperanza en nuestro futuro torna más leve el sufrimiento y llevadera la carga que es el peso infinito de tenerte tan lejos, el no saber de ti.
Bien sabes amada mía que tuve que partir sin remedio, que no me fui queriendo, que aunque me fui de persona, me quedé de pensamiento, que mi alma sigue allí, en Teruel y Teruel sigue en mí, como tú, querida Isabel que, cual dulce obsesión, ocupas día y noche mi mente y mi corazón.
Sabe también que no reblaré en conseguir cuanta riqueza sea necesaria para que nuestros esponsales sean bien vistos, y la felicidad sea como el aire que nos da vida. Tampoco cejaré en conseguir que quien ayer me echó de casa, en pronta ocasión, me eche de menos.
¿Recuerdas amor mío el tul de seda blanca que anudaste a mi cuello aquella noche de San Juan, cuando, bailando en torno al fuego, nos dijimos el primer Te quiero? Pues ahora es mi pendón, mi bandera, y cual distintivo de las justas, va siempre expuesto a las miradas del mundo, anudado a la cruz de mi espada en una plegaria de amor y de esperanza. Y en ocasiones, en las largas noches bajo el cielo estrellado es también el sudario que recoge furtivas y ahogadas lágrimas de un mudo llanto que escapa de mi garganta, de mi desvelado corazón, mientras descanso en la soledad de un bosque, refugio, o lo que toque mientras viajo por esos caminos de Dios con la pena de no tenerte a mi lado.
Algunas noches Morfeo me premia y te pone en mis sueños. Otras, las más, me deja soñar despierto. Acontece de tal manera, Isabel querida, que cuando la rutilante belleza de tu imagen ilumina la oscuridad de mis dormidos ojos, se colma el alma de alegría y paz, al tiempo que mi cuerpo se relaja y descansa recobrando ánimos nuevos. También te veo, te siento, y, con nuestras manos enlazadas, escucho de nuevo aquel Te quiero… Al poco tu figura quiere desvanecerse como humo entre los dedos, pero logro atraparla y guardarla en mi recuerdo. Después, cuando despierto, con tan reciente imagen aún presente, me invento otros, reconstruyo recuerdos, o rememoro los que insomne me hicieron feliz. Es así como reaparece aquel arco iris que como una corona multicolor envolvía la villa cuando regresábamos de un paseo a caballo aguas arriba junto al rio y nos hizo detener la marcha para contemplar la inusual belleza, los colores del cielo y la tierra a la luz de la tormenta. O aquella tarde de primavera junto a la muralla en la que, con tu nuevo vestido, me pareciste más radiante que nunca, con el cabello dibujando la suave brisa de poniente, acariciando tus mejillas, besándote el cuello, desparramándose en oscura cascada por la espalda hasta la cintura y un sagaz mechón que viniéndose por delante quiere, por encima del vestido, acariciar tu pecho... Y me dijiste que lo estrenabas para mí. También aquellas puestas de sol de otoño que desde la puerta oeste de la muralla contemplábamos y nos hechizaba con su hermosura: Un disco rojo, casi sangre ocultándose sin prisa en el horizonte, manchado por pequeñas y alargadas nubes, que iba tiñendo el cielo azul, de amarillo y naranja hasta el negro para mostrarnos en breve el tenue brillo de nuestro lucero: Venus... Nuestras charlas sentados junto al pórtico de la iglesia de Santa María sobre nosotros, nuestras ilusiones y nuestros primeros planes de futuro… Aquel extraño enfado que me tuvo unos días sin hablarte y me hizo caer en un rio de nostalgia, de añoranza, de tristeza de amor…Tantos y tantos recuerdos, querida mía, aflorando a la vez en un malogrado intento de hacerte aparecer a mi lado.
En ocasiones pensando en ti me invento versos, y aunque llenos de faltas y faltos de metro quiero que estén siempre repletos de ternura, amor y de besos:
No se ya en cuantos torneos
he luchado y vencido
más siempre volví a mi tienda:
unas veces ileso, otras herido.
Con el dolor y la pena
de saberte lejos, mi señora.
caso de que en una de estas
hubiera de llegar mi hora,
con devoción cristiana,
con el alma encogida
cada noche recito
mi oración más querida:
Desamparado, solo estoy
soñando besar tus labios
cuando, por las noches voy
a mi lecho solitario.
Y así cada tarde,
después de cada batalla
la recito una y otra vez
mi Isabel amada.
Al tiempo que pido a Dios
que se apiade de mi alma
y no me deje morir
antes de volver a casa:
Desamparado, sólo estoy,
soñando besar tus labios
cuando, por las noches voy
a mi lecho solitario
Y porque tú eres el premio
no me aflige el sufrir.
El dolor no me duele
cuando lo sufro por ti.
Ya no me quema el fuego,
tampoco me encoje el frio
no le temo al miedo
si estás conmigo, amor mío.
Desamparado, sólo estoy,
soñando besar tus labios
cuando por las noches voy
a mi lecho solitario.
Hace unos cuantos meses que hice amistad con Ohad. Un rico judío a quien libré del ataque de unos lobos a los que con el fuego de mi antorcha, el de algunos arbustos, con mis gritos y los relinchos de mi alazán pude poner en fuga antes de que acabaran con él. Lavé y cubrí como pude sus sangrantes heridas hasta reanimarlo. Viajamos un tiempo juntos y ayudado por su sabiduría supe encontrar hiervas y otros remedios con los que apremiar la cura de sus males.
Cuando le conté mi historia, cuando le hablaba de ti me escuchaba con afectuoso gesto: -- “Es una mujer adorable, humilde y sencilla que hace girar su vida en torno a la generosidad, dulce, discreta, fuerte y luchadora… y además la más hermosa de cuantas he podido ver. ¡Qué fácil es quererla! La amo tanto, que la amo del todo. ¿Puede quererse más que cuando se quiere del todo? -- Y fue Ohad quien me introdujo en su mundo de mercaderes. Quien me hizo un préstamo para ampliar mis pertenecías y poder, así, hacer ventajosos negocios que incrementaran mis haberes. Con sus consejos aprendí a comprar a quien necesita vender y vender a quien necesita mi mercancía…Estoy seguro, Isabel, de que volveré junto a ti con riqueza más que suficiente para que ni Don Pedro ni nadie pueda interponerse entre nosotros.
En cada trato que hago estás presente y un poco más cerca amor mío. Después, al terminar el día, regreso a mis fantasías, a mis recuerdos, y una y mil veces, al cerrar los parpados aparece tu imagen, el sonido de tu voz, la voz de tu risa, la luz de tus ojos que alumbra los míos hasta que quedo dormido deseando tus caricias, rezando mi plegaria:
Desamparado, sólo estoy, soñando besar tus labios….
Adiós vida mía, sueña como lo hago yo, porque sólo los sueños te harán más llevadera la pena de nuestra separación. Sueña despierta, reza con devoción; y que tus oraciones y las mías se unan en el cielo para concedernos la gracia de envejecer juntos compartiendo nuestro amor.
Te quiero Isabel. Pronto estaré junto a ti.
Diego.
Angel Ibañez (bricostant@gmail.com)
Enviado el 24 de febrero del 2012
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