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El rincón literario: La otra cara de la moneda


El hospital, más vacío que de costumbre, impregnaba en ti esa extraña sensación de soledad. Era como un inmenso laberinto de luz del que no podías escapar, como un delicado envoltorio que no te dejaba mostrar como realmente eres.

Me gusta mi trabajo. Creo que ser periodista es mi verdadera vocación. Desde pequeñito que he querido ayudar a las personas, hacerles compañía, escuchar sus problemas y conseguir que se encuentren a gusto explicando y descubriendo una verdad posiblemente inexistente.

Mi nombre es Óscar, vivo en Kabul, Afganistán. Bueno, en realidad no es mi auténtica residencia, estoy trabajando para una revista que quiere un especial de las mujeres de aquí, de lo que pueden llegar a sentir en esta ciudad donde nadie está seguro.

En estos momentos me encuentro en el hospital, hay cientos de mujeres heridas por culpa de los Talibanes que piden agonizantemente morir. Ni tan siquiera en estos momentos pueden quitarse la “burka”, ese espantoso manto que las cubre de pies a cabeza.

Es un lugar que te produce una impotente rabia descontrolada, pero también es uno de los lugares que más información de la realidad cotidiana pueden darte. Supongo que ya sabéis que a las mujeres no les es permitido trabajar, excepto a unas pocas privilegiadas, y éstas se encuentran aquí. Son lo que siempre hemos conocido como comadronas. Intenté hace unos días hablar con una de ellas, pero se negó en rotundo. Tiene miedo de ser descubierta. Si los Talibanes tienen conocimiento de esta charla pueden hacer que desaparezca para matarla entre un espantoso silencio. Ella no aceptó pero Huma sí. Evidentemente este no es su nombre real, pero sí que intentaremos conocer su historia verdadera. Dice que no le importa lo que le pueda ocurrir, los Talibanes le cortaron las piernas y la abandonaron en medio de la nieve cuando se dirigía como había hecho durante tanto tiempo, a la escuela, a trabajar. Sí, Huma, profesora de letras tuvo que dejarlo todo para poder mantener unos segundos más a su hijo de nueve años en vida.

Su final llegó con la noticia de que su marido había muerto en la guerra, pero aún así se mantuvo con el alma fuerte por su hijo. Podía llegar a tener ilusiones.

El 28 de setiembre del 96, cuando encendió la radio y se dio cuenta de la llegada de los Talibanes, se preocupó poco a poco por pequeñeces como encontrar comida o simple pan para alimentar a Bashir, su hijo. “Tuve que venderlo todo en bazares y tiendas de segunda mano para poder llevarnos algo de comer a la boca”.

Huma y su hijo, sin dinero, tuvieron que instalarse en una pequeña habitación en casa del padre de ésta. Sólo quería que todo volviera a ser como antes. Llevar, como en nuestra cultura occidental, pantalones vaqueros y preciosos vestidos. Ropas que un día llegaron a cubrir su cuerpo. Trabajar en lo que más le gustaba, maquillarse y ponerse bonita. Hasta un rostro trabajado en colores era motivo de temor en el cuerpo de las mujeres. Aunque tuvieran la cara tapada por la “burka”, me contó Huma, que los Talibanes, si lo descubrían, podían llegar a cortarte los labios.

Recuerdo todos y cada uno de los días que fui a hablar con ella. Recuerdo su frialdad en los ojos al hablar de la muerte que la esperaba, pero recuerdo con un cariño especial cuando me habló de la muerte de Bashir. “No pude evitar que muriera de hambre. Salí a la fría calle dejando que el cuerpo de mi hijo se cubriera de nieve. Cuando su corazón dejó de latir, y sus ojos se oscurecieron para cerrarse, comprendí que con él yo también moría. El dolor pudo conmigo y sin “burka” e incumpliendo alguna de las estúpidas normas talibanas, me dirigí hacia la escuela, era el único lugar donde podía mostrarme tal y como deseaba. Los nuevos ocupantes de Kabul me vieron por la calle y empezaron a seguirme, yo corrí todo lo que pude hasta caer. Me habían cortado las piernas. Ahora estoy aquí, no me queda nadie, no hay nada por qué luchar. Me estoy muriendo y mis esperanzas mueren conmigo. Ya ves, no hay razón alguna que me impida hablar contigo”.

No puedo evitar emocionarme cuando pienso en sus palabras. Me preocupé por ella. Su alma estaba destrozada, pero parecía que físicamente iba mejorando. No sería como antes pero viviría, quizá algún día las esperanzas volverían a darle ganas de amar.

Mi trabajo ha terminado, vuelvo a casa. Estoy en el hospital para decirle adiós. Para darle las gracias por lo mucho que se ha arriesgado. Ella le ha puesto en una semana más significado a la vida, que la que jamás tuvo. Espero que la lección que ella nos ha enseñado no la olvidemos. Sólo hay que abrir un poco el corazón. No es tan difícil ¿verdad?

Ahora, Huma ya no está con nosotros, simplemente ha desaparecido.

Carolina Arqued Fernández (jesus.carol@teleline.es)






 
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