Hubiera querido no despertarme de aquél sueño. Era
consciente de que, de volver a dormirme, no podría
regresar al mismo lugar, allí donde la había vuelto a
tener entre mis brazos, por segunda vez en mis sueños.
Pero la recordaba tan nítidamente...
Era evidente que debía existir en la vida real. Me
negaba a pensar ni por un solo instante que ella no
formara parte de este mundo. No podía ser una
invención de mi mente. Y, sin embargo, aunque tan real
pareciese en mis sueños, no recordaba haberla visto
jamás en mi vida.
Siempre que soñaba, ninguna persona cómplice conmigo
en los brazos de "Morfeo", salvo conocidos y
familiares, disponía de personalidad propia, y mucho
menos físico explícito. Eran seres casi inertes,
totalmente inexpresivos.
Debía encontrarla, sin duda. Tarde o temprano se
cruzaría en mi camino. No tenía prisa, pero me negaba
siquiera a pensar en que nunca la vería fuera de mis
sueños.
Seguramente soñaría con ella de nuevo. En las dos
ocasiones, aunque violenta e inesperadamente terminara
nuestro encuentro en el último instante, antes de
despertarme, ella me había hecho saber de alguna
manera que volvería a verla, que regresaría con ella
en mis sueños.
Pero no bastaba. Ya no. Quería más, necesitaba más.
Ahora, tumbado en la cama, con el libro de todas las
noches en la mano, ese que nunca terminaba de leer, no
cesaba de recordar el encuentro en mis ensoñaciones.
Necesitaba recuperar ese momento en que ella estaba
frente a mí, mirándome con inmensa ternura, como si no
fuera a verme más. Después, juntos, abrazados,
sabiendo que aquello iba a terminar de un momento a
otro, de forma inesperada.
Los dos lo sabíamos. Claro que yo, podía entender que
eso ocurriera, porque era consciente de que estaba
soñando. Pero, ¿y ella? ¿cómo podía saberlo? ¿También
ella estaba soñando y yo formaba parte de su sueño?
Y entonces, llegaba la pasión, desbordándonos por
completo. Poco a poco, íbamos despojándonos de toda la
ropa, quitándonosla mutuamente. Y con cada prenda, un
nuevo abrazo, sintiéndonos cada vez más cerca, más uno
dentro del otro.
Interminables caricias, suspiros entrecortados,
miradas de mayúsculo deseo. Y, finalmente, una vez
totalmente desnudos, nuestros dos cuerpos frotándose
mutuamente, tocándose, y nuestras bocas fundiéndose
con un infinito beso.
Después, una vez consumado el acto, el "summum",
pequeñas lágrimas saliendo de sus mejillas, las de
ella, mientras yo las recogía con mis labios,
absorbiéndolas, y susurrándole: ¡No llores, cariño!
¡No me marcharé, no desapareceré! Esta vez no...
-¿Volverás? ¡Prométeme que volverás! ¡Yo sé que lo
harás! -me respondía ella entre lágrimas-.
Y en ese mismo instante, ¡zas! Regreso brusco a la
realidad. No podía ser todo tan injusto. No por
segunda vez ya...
Decidí levantarme, y como cada mañana, hacer un poco
de "footing" antes de ir al trabajo. Podría pensar en
ella, mientras hacía el recorrido habitual, así
incluso me parecería menos aburrido.
Y entonces fue cuando la vi, de espaldas, mirando un
escaparate. Incluso sin verla frontalmente sabía que
era ella. No podía ser, no podía creerlo. Pero era
ella, sin duda. ¿Me reconocería? Pero... ¿Cómo era
posible? Nunca la había visto en la vida real, ni
siquiera sabía si existía o si era producto de mi
mente, y ahora estaba allí, tan cerca, pero tan lejos
al mismo tiempo.
Me acerqué, y sin pensármelo dos veces, le di la
vuelta. En aquel instante habría podido caer fulminado
al suelo. ¡Dios mío, era más preciosa en la vida real
que en mis sueños!
Y mirándome con su inigualable sonrisa, me dijo:
¡Hola, cariño, te estaba esperando!
-¿Me esperabas? -Dije, totalmente sorprendido-.
-Si, cada mañana, cada día de mi vida desde que te vi
corriendo por primera vez por este mismo lugar.
Siempre he estado aquí, en este escaparate, viéndote
pasar, conformándome con eso, porque nada más podía
hacer. Nunca supe como conocerte, ninguna excusa para
poder hacerlo. No me atrevía. Y un día decidí que como
fuera debía soñarte y robarte de tus sueños, para que
estuvieses conmigo. Cada mañana tu me mirabas al pasar
por aquí, por este mismo lugar, me mirabas, pero en
realidad no me veías, porque nunca, a pesar de verme
cientos de veces, me saludaste ni una sola vez.
Y ahora, por fin has reparado en mí, cariño. Me siento
inmensamente feliz...
Así conocí a la mujer que hoy comparte mi vida. A
veces, nunca vemos las cosas que hay a nuestro
alrededor como realmente son, sino como las queremos
ver. Y yo, hasta aquel momento, nunca había sabido ver
con claridad como era la vida. Porque la vida es
hermosa, hay que aprender a valorarla y vivirla
intensamente, pero con respeto. Es el mejor regalo que
Dios nos ha dado, y lo primero que debemos aprender es
saber ver su lado positivo, ese que muchas veces nunca
nos damos cuenta de que existe, y que no solo forma
parte de nuestros sueños...
Francisco Arsis Caerols (mark66b@yahoo.es)
8 de junio del 2004
Sobre el autor:
Francisco Arsis nació en Alcoy (Alicante) en 1966, y actualmente reside en la ciudad de Almansa, provincia de Albacete. Aunque es funcionario, su interés por la Literatura y la cultura en general le empujó desde muy pequeño a escribir, decantándose pronto por los cuentos y relatos cortos. En 1998 logró ser finalista en el 4º Certamen Literario de relatos breves organizados por "Libros Diez" en la propia ciudad de ALmansa, con el relato "Claro de Luna", lo que definitivamente le animó a seguir escribiendo con asiduidad. Ha publicado sus relatos en prensa y medios digitales, con gran éxito de público.
Con la reciente publicación de su libro "Aventura en el pasado", novela de corte histórico y fantástico, el autor inicia así su incursión en un género que siempre le resultó especialmente atractivo y que por fin ha decidido abordar.
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