En una ocasión vi una película donde un astronauta, en una especie de aeroplano espacial, daba la vuelta a la esfera terrestre bordeando la atmósfera. Me impresionó el ver cómo dibujaba el contorno con su vuelo alejándose del sol y entrando en la noche y cómo retornaba de nuevo hacia la parte de la órbita que el sol iba iluminando. La nave era ínfima comparada con los dos gigantes: nuestro planeta y su estrella. Y la sensación de grandeza que me produjo el observar desde fuera, desde un entorno distinto al nuestro, desde allí donde el común de los mortales no podemos llegar, el desarrollo de la noche y del día simplemente como resultado del movimiento rotatorio que parece que va tostando el planeta al sol como si estuviera en una barbacoa de esas donde la pieza de caza se ensartaba a un palo al que se le iba dando vueltas para asar de igual modo toda la carne, echando aceite y condimentos, me dio una nueva perspectiva de este fenómeno el cual se personaliza como si el dia y la noche fueran fenómenos aislados e individuales. Y no es así, es simplemente una manifestación de un tercer fenómeno físico: el movimiento de rotación.
Desde entonces la impresión abrió una caja de Pandora en mi cerebro. Menuda desgracia, porque de la caja de Pandora surge de todo. Y mientras los fantasmas que huyan del encierro sean positivos, aún se puede agradecer. Pero que surjan aspectos que hasta yo desconozco, eso da terror. Por ahora me fijo solamente en la hipersensibilización y en la hipercaptación de detalles como si necesitara beber de todo lo que la naturaleza me ofrece, no vaya a ser que me lo pierda. En dos ocasiones tuve de cara a la muerte. Pero no me dejó la huella que me marcó el ver el resultado de este fenómeno. La muerte dejó otra marca pero es algo personal e intransferible y no es necesario tratarlo más.
Me resulta fácil, entonces, subir sobre la estratosfera, sobre un escalón enorme y sentarme en un rincón. Veo una enorme cascada azul – todo es azul – que no me da miedo a pesar de su inmensidad y con el terror que tengo yo al vacío, no me da miedo que mis pies cuelguen, aunque los suelo recoger por si acaso. Y siempre hay, allá lejos, una extraña figura montada en un caballo negro, con capa azul y un turbante, con una camisa blanca como aquella que usaban los poetas románticos y con una espada en la mano. Parece estar custodiando un camino hacia la parte superior pero no sé a dónde va aquello. Y por mi parte, lo que hago es extrapolar para, en ocasiones, no implicarme entre los hombres y ver la vida de modo objetivo.
Sería encantador que me acompañaras. Pero desde la carrera del otro dia donde me atreví a cogerte de la mano con todo el descaro del mundo y a mirar partes de ti que no debería, casi mejor me callo y sólo cuento lo que veo. De todos modos, tras las descripción del párrafo anterior, mi ingreso en un sanitario mental será previsto en la próxima semana.
Aquí se encuentra mi liberación. Escucho otro tipo de silencio, otro tipo de música, siento otro tipo de estimulaciones en mi piel. Escucho también gritos, gemidos, por supuesto, risas, de todo. Pero puedo taparlo y dedicarme a reflexionar para luego actuar. Y me da la impresión de ser ciega, porque sólo veo un color azul intenso cenizo aunque puedo distinguir formas de cosas y la inmensidad.
No me da miedo, no me encuentro sola. Pero sí triste, triste, muy triste. Por estar aquí es por lo que no entiendo la capacidad del hombre para perder el tiempo en rebuscar y complicarse la vida. Aquí percibo lo ínfimo de nuestra existencia y lo mal aprovechado que tenemos todo. Aquí veo la mezquindad, el cretinismo, la división. Es como si observara un gran hormiguero o un nido de termitas más que de víboras. Es increíble que la gente no pueda extrapolar ni siquiera ante una supuesta amenaza exterior. Y veo lo inútil de la violencia gratuita, lo espantoso de la mentira, de perseguir metas que son miserables en comparación al escenario en el que estoy insertada. Dan ganas de decir al hombre de la espada que baje y ponga firmes a todos y les meta la conciencia de lo inútil de sus esfuerzos en rebajarse, matarse y aniquilarse de distintas maneras teniendo todo lo que yo estoy mirando a su alcance. El ser humano no es consciente ni de su pequeñez ni de su grandeza y de su capacidad para realizar actos más allá de lo que su vida en un pequeño planeta le permite. Me da miedo y tristeza ver que el hombre no toma conciencia.
Sería más cómodo para mí quedarme siempre ahí arriba. Pero no es útil. Y vuelvo abajo, a intentar hablar y remediar lo que se pueda. No será mucho pero algo se hará. Hacer, más que hablar.
Hubiera estado bien que hubieras podido acompañarme. Pero no lo entenderías.
Lo que sí debo decirte es que tienes alguien ahí, cerca de ti o contigo o afín a ti que se está desesperando por escribir como tú, por pensar como tú y por opinar como tú. Parece tu calco a ojos vista. Y es evidente que no te debes dar mucha cuenta. Ofrece a los demás hasta respuestas similares a las tuyas.
Y mira: personas como yo, las tienes a montón. Levantas una piedra y sacas veinticinco. Pero personas como ella, no.
Es una oportunidad muy buena a tener en cuenta. No la desaproveches e intenta mirar, abre los ojos y procura ver. Porque te lo mereces tú y se lo merece ella.
Y no quiero volver a avergonzarte cogiéndote de la mano y teniéndote que subir aquí arriba para que lo veas. No te gustará, no te sentirás cómodo, sentirás frio porque no es tu lugar y más antipatía porque no lo entenderías. No porque yo no quiera: por mí tienes aquí un sitio para extrapolar cuando lo desees. Aunque es difícil al principio porque hay que quitarse mucho bagaje de encima y el volver a bajar también se hace pesado porque sentirse liviano de ciertas cargas es muy tentador, tu sitio está ahí. Además aquí se aprenden cosas que en nuestro planeta se hacen inaceptables: se aprende a no ambicionar, a renunciar, a ponerse en el lugar del otro, a mirar por encima de lo que a nuestros sentidos les parece apetecible, lo necesario realmente. Aquí se es feliz de distinto modo: con nada. No es necesario poseer para poder alcanzar el equilibrio. Y se aprende a ver con esos ojos que todos deseamos tener para ser felices pero siempre es a costa de años de limpieza interior. Aquí todo se perdona, todo se entiende, todo se atiende, todo se sopesa y se coloca en su sitio y eso no es bueno en la tierra donde el peso baja hacia donde uno desea y no hacia donde debe de ser.
Mírate y lee, lee en tu entorno sobre todo. Y no la dejes ir, no seas tonto.
Aprende a mirar entre las nebulosas, aprensiones y tensiones traumáticas de tu cerebro, porque la luz de la felicidad brilla para todos y tú no eres la excepción. Si lo que existe arriba existe también abajo, lo que es arriba, es abajo. Así que si existe la maldad también existe la bondad y si existe la amargura, también existe la felicidad. Mal que nos pese.
Desde aquí arriba. Prepararé tu derecho a la felicidad y enviaré la señal de que ha llegado tu momento. ¿Con qué derecho? Soy nadie, estoy con nadie y nadie me otorga ese derecho excepto lo profundo que vibra en el interior de todos.
Ah, mira, hasta el de la cimitarra está de acuerdo.
Adelante pues. Suerte y a por ello.
Maria Teresa Aláez Garcia (pernelle@terra.es)
Enviado el 8 de marzo del 2008
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