La música es el alma de los pueblos
José Martí
Quizá “La Paloma” sea una de las danzas más famosas y conocidas en todo el mundo. Esta melancólica habanera escrita por el vasco Sebastián de Yradier y Salaverri, según nos cuenta Tony Évora en su libro “Orígenes de la Música Cubana,” (Alianza Editorial, Madrid, 1997), se estrenó mundialmente en La Habana, en 1855. La voz de la tiple Marietta Alboni, bajo la dirección de su propio autor, fue la primera en entonar su hermosa melodía.
Más tarde y debido a su pegadiza tonada, el público más culto y selecto de la “Perla del Caribe” la hizo suya y trascendió fronteras. Posteriormente fue cantada, ya en el año 1866, por la soprano cubana Concha Méndez en el teatro Imperial de la capital mexicana, para deleite del emperador Maximiliano I de Habsburgo y la emperatriz Carlota. Las notas de esta pequeña obra maestra habían logrado entonces su consagración definitiva, fascinando a toda esa incongruente corte austríaca del antiguo reino azteca, un año antes de que todo ese absurdo histórico se acabara por obra de la revolución de Benito Juárez.
Muy rápidamente, la letra y música de esta danza lenta llegó a despertar verdadera pasión en todo el mundo, atracción que perdura sin duda hasta nuestros días:
Cuando salí de La Habana válgame Dios
nadie me ha visto salir si no fui yo.
Una linda guachinanga que allá voló
que se vino tras de mi, que si señor.
Si a tu ventana llega una paloma
trátala con cariño que es mi persona.
Cuéntale tus amores bien de mi vida
corónala de flores que es cosa mía.
Ay chinita que si, ay, que dáme tu amor
Ay, que vente conmigo chinita, a donde vivo yo.
El subtítulo original que describe a “La Paloma,” por que no decirlo, también está lleno de una deliciosa sugestión tropical, muy caribeña: “Canción americana a dos voces con un poquito de trigueña y caramelo”.
El vasco Yradier fue un prolífico compositor nacido en 1809, en Lanciego, provincia de Álava. Sus ideas libertarias y su ansia de nuevos horizontes le sacaron del País Vasco para vivir primero en Madrid y más tarde en París, siempre alternando con la más rancia alta sociedad. Allí se cambió la inicial I por la Y de su apellido, siguiendo el consejo de sus editores y la moda de la época. Antes de regresar definitivamente a España, se embarca rumbo a América, donde trabajará tocando el piano y dirigiendo la orquesta de una compañía de ópera. Es en Cuba, isla donde residió solamente unos pocos meses pero que le permitió componer su obra cumbre, cuando entra en contacto con el ritmo de las habaneras. Yradier regresó posteriormente a su tierra natal para fallecer casi ciego a los 56 años de edad.
Una curiosidad que cuenta Évora sobre el autor de “La Paloma” se refiere a “El arreglito”, obra que publicara Yradier en París, y que luego aprovechó con cierto descaro Bizet en Carmen (1875), como botín de corsario musical, en su búsqueda de material novedoso para ambientar su famosa ópera. Se supone que el francés durante su estadía en Sevilla, investigando temas para su obra cumbre, haya escuchado habaneras de Cuba que él creyó eran nativas de España.
El musicólogo Natalio Galán afirma que la denominación de habanera surgió en el extranjero, al mencionarse el origen de este tipo de danza. Alrededor del año 1845, la banda del regimiento de San Juan de Puerto Rico interpretaba un nuevo tipo de danza, procedente de La Habana, al cual se le denominó upa o merengue. Después se le llamó danza cubana o danza habanera, desplazando a las contradanzas españolas del gusto popular. En España llegó a través del comercio de ultramar, la intensa emigración y muy especialmente durante la guerra del 98, cuando los soldados españoles no se cansaban de entonar esta hermosa melodía. El ritmo y concepto de la habanera fue posteriormente incorporado a infinidad de zarzuelas.
Desde su creación, este género de danza lenta y cadenciosa no conoció fronteras marítimas. Al Río de la Plata llegaron las habaneras en las voces de los marineros que transportaban tasajo a Cuba, una de las principales fuentes de energía para la dieta de los esclavos negros en las plantaciones azucareras de la isla. Dichas tripulaciones regresaban posteriormente al Cono Sur en buques cargados con azúcar y aguardiente. Así, tanto en los puertos de Buenos Aires como Montevideo, el ritmo de la habanera se convirtió en una de las danzas predilectas de la época y en una de las bases rítmicas del tango.
Es irónico pensar que quizá la obra más representativa de las habaneras, música que se encuentran entre las más bellas originadas en Cuba, haya sido compuesta por un español. Aunque si hacemos memoria, veremos que este no es un caso aislado: La célebre “Granada” fue compuesta por el mejicano Agustín Lara, “Barcelona” por el inglés Freddy Mercury y “Mi Buenos Aires Querido” tiene letra y música del brasileño Le Pera y el tacuaremboense Carlos Gardel.
Sin embargo, resulta aún más curioso descubrir como en esa isla caribeña, tan rica musicalmente hablando, parece como si nunca se haya tenido una visión clara del proceso de aceptación que sus ritmos tienen más allá de sus fronteras. Esta confusión llevó a que un ritmo tan embriagador, llamado danza por los cubanos, se conociera como habanera por el resto del mundo. Y ese fenómeno de confusión en la denominación musical, mezclado con intereses comerciales e incluso políticos, se repitió posteriormente con la rumba, con el mambo de Pérez Prado, con la guantanamera y más tarde con la salsa neoyorquina de los años 70.
Julio 2005
Roberto Bennett (rbennettuy@yahoo.es)
Domingo, 8 de octubre del 2006.