“…
acarreo diario de verduras en sacos, viajes y exposición al frío y la lluvia”. Este esfuerzo cotidiano afecta, “siempre de pie, caminando y llevando una carretilla…”, su estado de salud y la capacidad física se deteriora paulatina y significativamente” (Davinson y Ketterer, 2006: 29).
Este trozo es una pequeña muestra de lo que nos plantea uno de los párrafos de una de las esforzadas historias de vida que nos presenta el libro “Culturas de Mercado, rutinas de vida”.
Este libro nos relata, más que el que hacer diario, la cruda realidad de un sinfín de personas que viven para crear día a día mejores estrategias de supervivencia y dar una mejor calidad de vida, para así mantener a familias completas.
Este trabajo está realizado de forma minuciosa principalmente por estudiantes universitarios, los que con un excelente trabajo de campo y junto a sus docentes hicieron posible la publicación de éste libro. Como resultado de su esfuerzo obtuvieron un producto ostentoso de datos y valioso en cuanto a dar a conocer una buena muestra del amplio sustrato cultural en la Región de la Araucanía.
Para algunas personas el proceso de la globalización y los avances tecnológicos han sido beneficiosos y por decirlo de alguna manera hasta han colaborado para una mejor calidad de vida, pero sin embargo muchos que no lograron adaptarse a este sistema simplemente quedaron excluidos, y esto es precisamente lo que trata indirectamente el libro, ya que los relatos que expone el texto son de personas que tratan de subsistir en un mundo cada vez más exigente, en el que el esfuerzo y la perseverancia son los principales factores en la forma de vida de muchas personas que trabajan en la Feria Aníbal Pinto de la ciudad de Temuco.
¿Uno cuantas veces se dirige a la feria a comprar infinidades de víveres para el hogar?, o ¿cuantas veces ha visto en el transporte ínter comunal o hasta en el urbano mujeres Mapuche cargadas de cajas, bolsas o “pilgüas” llenas de productos alimenticios (frutas, verduras, etc.)? Pero realmente ¿alguien se imagina o piensa en la realidad que diariamente viven éstas personas?, probablemente no, pero al leer estas páginas es posible percibir una sensación de melancolía y por un momento es posible sentir que se es parte de éstas rutinas, sin embargo las formas de vida que conllevan estas personas no son fáciles de compatibilizar, ya que no se nació en un ambiente en el que la única fuente de ingreso es la naturaleza.
Un caso particular de lo dicho anteriormente es el de Juan Tragolaf de cuarenta y seis años, que se dedica a la recolección del “camarón” de vega (Davinson y Ketterer, 2006: 39), él da a entender que el oficio de los “camarones” es traspasada de padre a hijo, pues su padre se dedicaba a esta recolección, por lo que él ayudaba y así mismo aprendía, en un sector en el que todos han hecho lo mismo.
Podemos dar cuenta como en los testimonios de las mujeres Mapuche, se repite el patrón cultural que conocemos desde hace siglos atrás, donde en el pueblo mapuche la división del trabajo estaba segmentada por una “…diferencia sexual (mujeres en labores hortícola) o por habilidades…” (Bengoa en (Davinson y Ketterer, 2006: 8), y donde la economía y el trabajo estaban basados en un sistema familiar.
En “Culturas de Mercado, rutinas de vida”, está siempre muy presente la idea de la discriminación femenina, ya que por el hecho de que en la Feria Pinto sobresale una alta presencia de mujeres, se señala que existe un “…patriarcado que si bien las halaga, denominándolas reinas del hogar, no reconoce la permanente participación femenina en los procesos productivos” (Davinson y Ketterer, 2006: 10), existiendo de esta forma una subordinación de la mujer al interior de las sociedades modernas, por lo que existe una permanente división sexual del trabajo.
En este contexto fue posible conocer el caso de Lucía Lincopan, una vendedora de cilantro, perejil y acelgas. En ella se puede apreciar una gran fuerza y valentía, ya que trabaja sola desde que su marido la abandonó hace algunos años, sin embargo debe verlo diariamente en la Feria porque el hombre atiende un puesto cercano al suyo. Cuando fue abandonada tuvo que seguir trabajando obligadamente a fin de tener una fuente de ingresos para su hogar, pues quedó a cargo de la mantención de sus dos hijos. Traslada sus productos en una carretilla de mano. No tiene un puesto dentro de la Feria, pero sin embargo relata que tiene un “…“puesto” que sólo es un lugar en calle Balmaceda; según cuenta “se lo dieron los carabineros hace tres años” “… Lucía cree que los Carabineros “se compadecieron de ella”…” (Davinson y Ketterer, 2006: 25-26). No sólo esto demuestra la perseverancia de Lucía, si no que también debe mantener un huerto productivo, regarlo, desmalezarlo periódicamente y todo lo relacionado con mantener un buen cultivo.
Si nos detenemos un momento a pensar en estas personas y en el futuro que tendrán sus hijos, nos daremos cuenta de que el capital económico que produce la actividad comercial informal que sostiene a éstas familias, es tan exiguo que no genera importantes flujos de retorno, por lo cual no es suficiente para cubrir más allá de las necesidades básicas del ser humano, es decir, “…no le permiten destinar dinero para mejorar sus condiciones de vida, ni para capitalizar en su negocio o bien ahorrar en un sistema de previsión que le garantice una jubilación para su futuro…” (Davinson y Ketterer, 2006: 28)
Entonces, pensemos un momento, al mismo tiempo de no poder acceder a un buen nivel de educación, ni a una previsión de salud, ni optar a una jubilación, ni a una gran cantidad de otros beneficios, como puede ser posible que mujeres sean capaces de acarrear diariamente grandes cantidades de verduras en sacos, estar viajando en constante exposición al frío y a la lluvia, estar siempre de pie, caminando o llevando una carretilla. Sin duda trabajar en estas condiciones laborales provoca un deterioro paulatino de su estado de salud y de su capacidad física.
Esto se transforma en un círculo vicioso en el que para las mujeres sometidas a estas condiciones, es casi, por no decir completamente imposible poder mejorar su calidad de vida actual y poder entregarles un mejor futuro de vida a las próximas generaciones, las cuales están bajo una suerte de desamparo por parte de las autoridades.
Luego de una exhaustiva lectura y análisis del texto, me es posible dejar como conclusión una pregunta abierta tanto a las autoridades como a la comunidad en general, ¿Cuál sería la posible solución y cuál es el organismo correcto para dar una solución a ésta problemática?, que si bien no la vivimos directamente, pero sin embargo nos afecta desde nuestra sensibilidad como seres humanos. El saber de personas que luchan por ganar un sustento diario tan solo para satisfacer sus necesidades básicas y por tratar de conseguir mejor calidad de vida para su familia, que no muchas veces logran conseguir.
En base a todo lo anterior dicho, está claro decir que debemos tomar conciencia de lo que sucede en nuestro entorno, y darnos cuenta que cada vez que un problema social pasa por nuestros ojos, lo pasamos inadvertido y seguimos nuestras vidas, sin preocuparnos por el sufrimiento ajeno y por hacer algo por solucionarlo.
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1Este ensayo fue desarrollado en el marco de la asignatura Instituciones Sociales de la Carrera de Servicio Social de la Universidad de La Frontera, y los insumos son parte del análisis del libro,
Culturas de mercado, rutinas de vida de Guillermo Davinson y Lucy Ketterer, (2006) Temuco: Ediciones Universidad de La Frontera.
2Alumnas de Trabajo Social, Primer año, Universidad de La Frontera.
Fuentes Bibliográficas.
- Davinson, Guillermo y Ketterer, Lucy (2006)
Culturas de Mercado, rutinas de vida. Temuco: Ediciones Universidad de La Frontera.
Claudia Nicole Domínguez Aguayo (klau_nda15@hotmail.com)
Enviado el 27 de junio del 2007