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Artículos o escritos interesantes: Andrés Neuman y la lucidez de lo cotidiano

Andrés Neuman
Radicado en la península ibérica– ilustra las apasionantes relaciones de las letras en nuestra lengua.


Por Francisco Véjar

Nació en Buenos Aires en 1977, pero muy pronto emigró con su familia a Andalucía. Actualmente vive en Granada, en cuya Universidad se licenció en Filología Hispánica e impartió clases de Literatura Hispanoamericana. Su primera novela, "Bariloche" (Anagrama, 1999), fue elegida entre las mejores del año por el suplemento "El Cultural", del diario El Mundo. También es autor de las novelas "La vida en las ventanas", "Una vez Argentina", y de los volúmenes de cuentos "El que espera" y "El último minuto". El 2002, con su poemario "El Tobogán", recibió el Premio Hiperión de Poesía. Este año publicó "El equilibrista" (Acantilado). Allí escribe aforismos, pensamientos y ensayos. Tanto su obra poética como narrativa, poseen lucidez, concisión y apertura hacia nuevos mundos posibles, sin prescindir de lo cotidiano. Sin duda, es uno de los autores más sobresalientes de su generación.


¿Cómo ves la narrativa actual española, con respecto a lo que se está escribiendo en Chile y en el resto de América Latina?

Lo que veo, en primer lugar, es una desconexión tremenda entre ambas orillas, con lo que se hace difícil comparar. Es como si ocurriera lo mismo que alguien dijo una vez sobre Inglaterra y Estados Unidos: nos separa el mismo idioma. Sólo que en el caso de nuestra lengua los motivos de esa distancia son otros, fundamentalmente económicos. No existe una circulación fluida de los libros y casi ninguna editorial concibe Latinoamérica y España como un solo mercado. Eso provoca una especie de provincianismo general, que nos termina obligando a pensar en la literatura en términos nacionales, cosa que me disgusta. Pero en fin, dicho esto, la narrativa escrita en España me parece mejor de lo que suele decirse (como si hubiera un cierto despecho con respecto a España) y podrían citarse bastantes nombres, algunos célebres y otro poco conocidos: Javier Marías, Enrique Vila–Matas, Justo Navarro, Eloy Tizón, Ana María Matute, Juan Marsé, José María Merino, Mercedes Abad y un largo etcétera. Generalizando mucho, tal vez los escritores latinoamericanos tiendan más a la experimentación formal, para bien y para mal (caramba, esta idea rima). Yo veo buenos escritores en ambas orillas y me gustaría que se leyeran más entre sí.


Tú hiciste una compilación del nuevo cuento en España. ¿Qué nos puedes decir al respecto? ¿Sientes que hay renovación en esa materia, y cuáles serían los autores que rescatas?

Creo que el cuento tiene una virtud a primera vista paradójica: es un género tan breve y constreñido, que su costumbre es experimentar. Quizá la brevedad nos obliga a repensar continuamente ese pequeño espacio del que uno dispone para contar algo. Esto hace que el cuento sea como Baudelaire dijo que es la modernidad, mitad nuevo y mitad eterno. Yo noto a los cuentistas españoles muy inquietos, curiosos y, por cierto, muy identificados con la tradición latinoamericana del género. En la antología a la que te refieres (que se titula Pequeñas Resistencias. Antología del nuevo cuento español, que publicó la editorial Páginas de Espuma y que ha tenido continuación en otros dos volúmenes dedicados a Centroamérica y Sudamérica), fue curioso comprobar cómo casi todos los autores españoles mencionaban como referentes a Cortázar, Borges, Arreola, Rulfo, García Márquez, etcétera. También hablaban mucho de Carver y de Cheever. Eso significa que, para los escritores españoles, el cuento es un género extranjero. Y eso me parece de lo más saludable. Hay bastantes nombres jóvenes que vale la pena leer. Entre otros muchos cuentistas excelentes están Eloy Tizón (que tiene un libro en Anagrama), Ángel Zapata (que es inencontrable fuera de España), Mercedes Abad (que está publicada en Tusquets), Hipólito G. Navarro (en Seix–Barral), Care Santos o Félix Palma (ambos en Pre–Textos).


Sé que conociste personalmente a Bolaño, ¿cómo fue esa relación de amistad?

Para mí resultó una relación asombrosa, como todo lo relacionando con Bolaño. Él fue muy cariñoso y generoso conmigo desde el principio. Lo conocí por casualidad, él estaba en el jurado del Premio Herralde de 1999 porque había ganado el año anterior, y tuve la fortuna de que le gustara mi novela Bariloche. Bolaño tendía a apoyar a los escritores jóvenes y a denostar a los autores consagrados (norma que observaba casi siempre), así que tuve suerte. A partir de nuestra primera charla adquirí la costumbre, como tantos otros amigos suyos, de compartir con él dos subgéneros literarios que a Roberto le encantaban y que practicaba con maestría: las largas conversaciones telefónicas y los e–mails agudos. Sus charlas discurrían siempre en espiral, ingeniosas, eruditas, con un sentido del humor muy peculiar, áspero y como en clave. Nos reíamos mucho. Yo no tenía ni idea de nada (y sigo igual) pero le hablaba sin pudor, por pura ignorancia. Y creo que a él le divertía ese descaro juvenil. Siempre me daba consejos sabios y originales. Se entusiasmaba con todo, nada lo dejaba indiferente. Recuerdo que una vez jugamos al ajedrez toda la noche. Visto con un poco de distancia, hoy me doy cuenta de que Roberto vivió durante años como un moribundo que se despedía. También escribió así: con la furia de las últimas oportunidades. Y con esa melancolía vitalista de los enfermos graves. Por eso siento que nos dejó a todos una doble y gran lección: la del formidable autor que escribió Los detectives, Nocturno de Chile o Llamadas telefónicas, y la del hombre agresivamente emocionado que fue.


Varias de tus narraciones transcurren en Argentina, ¿dónde plasmas las experiencias españolas?

Bueno, en realidad creo que las experiencias trascienden los lugares donde ocurren: uno puede experimentar un seísmo interior en Santiago de Chile y plasmarlo luego en un relato que suceda en Singapur. La cultura literaria española me ha influido de otras maneras: por ejemplo, mi poesía le debe mucho a la poesía española contemporánea. De todas formas, he escrito varios cuentos que suceden en España. Aunque tengo la impresión de que (exceptuando las evocaciones más concretas de mi infancia, que lógicamente se refieren a Argentina) la emigración ha ido haciendo que mi literatura suceda cada vez más en ninguna parte. Me interesan mucho los autores desplazados, extraños en su tierra, que miran su entorno como si no lo conocieran: eso pasaba con Kafka, luego pasó con Camus o Gombrowicz, y hoy sigue pasando con autores como Coeetze o Kenzaburo Oé… Ah, y quisiera añadir que, aunque fuera el más grande escritor en castellano de su siglo, ya estoy bastante harto de Borges y de los borgianos. A ver si nos dan un descanso.


En tu libro de poemas "El tobogán", XVII Premio de Poesía Hiperión, se trasunta un hablante lírico que nos devuelve la fe en el poema, que no abandona la capacidad de asombro ni su sentido profundo. ¿Percibes que en algunas partes persiste un culto al feísmo y a lo artificioso?

Caray, es usted muy amable. No sé muy bien qué decir sobre eso. La capacidad de asombro me parece el motor de la palabra, el temblor que origina todo. No puedo concebir la mirada como algo rutinario. Me acuerdo de lo que decía Oliverio Girondo: confecciónate una virginidad cada veinte minutos. Me parece un gran consejo literario. En cuanto a los artificios, es cuestión de gustos: a mí me aburren si son muy evidentes. Cuando más se parece un estilo literario a una masturbación, menos me calienta. ¿Culto al feísmo? Pienso que eso fue algo culturalmente muy necesario durante la época de las vanguardias, y que hoy deberíamos manejar con prudencia. No sea cosa de que intentando escandalizar o descubrir la pólvora nos limitemos a copiar a Tristan Tzara o Breton. O al propio Rimbaud. O, mirando más adelante, al bueno de Bukowski, al que creo que también nos convendría ya dejar tranquilo. Si siguen imitando a ese viejo guarro, acabará pareciéndose a la Gioconda: entonces nos parecerá un modelo clásico y completamente previsible. La belleza es reciclable como el papel, y eso exige utilizar el pasado y renovarlo a partes iguales.


¿Cómo haces para compatibilizar la prosa con la poesía?

Creo que la poesía y la narrativa no se oponen, sino que se alimentan mutuamente. Por simplificar, digamos que una pone el alma y la otra aporta la carne. Y ya se sabe que para llevar una vida normal hay que tener las dos cosas. Personalmente no me gusta separar tajantemente los géneros, todo pertenece a una misma curiosidad verbal. Me gustan los poemas narrativos, las narraciones líricas, las novelas fragmentarias. Me considero estéticamente promiscuo.


¿Cuáles son las influencias que operan al interior de los textos de Andrés Neuman?

¡Ni idea! Espero no llegar a averiguarlo nunca. El inconsciente hace maravillas con nosotros. Como dijo Gil de Biedma, las influencias no se eligen. Hay que merecerlas. Hay quien aspira a Donoso y se queda en Skármeta, o quien sueña con Huidobro y tiene que conformarse con Isabel Allende.


Nicanor Parra dice: "La originalidad no existe. Lo que existe es el collage. El poema no se sostiene sin el collage". ¿Qué piensas de esa afirmación?

A mí Nicanor Parra me parece, ya que antes hablábamos de eso, un feísta necesario. Dentro del ecosistema de la poesía en nuestra lengua, Parra es tan importante como Neruda o Gonzalo Rojas: donde la brillantez de unos se satura o se pasa de lista, allí Parra va y se ríe, tacha, nos recuerda lo ridículos que podemos ser. ¿La originalidad existe? No puedo contestar a esa pregunta, porque temo no ser original en mi respuesta.


¿Cuál es tu relación con la poesía chilena?

Intensa, de gran admiración. Aparte de Neruda (que aunque tiene libros históricos la verdad es que me hastía con toda su tramoya retórica) o de Huidobro (al que leí muchísimo durante mi adolescencia), admiro de todo corazón a poeta chilenos como Gonzalo Rojas, Óscar Hahn o Jorge Teiller, entre otros. Pero insisto, no me gusta demasiado dividir la poesía por países. Si por mí fuera, Issa Kobayashi, Sor Juana Inés de la Cruz, Mahmud Darwish, Shakespeare, Jorge Manrique y Nicanor Parra estarían en la misma antología: la de la palabra que enseña.


¿Qué estás escribiendo en la actualidad?

Acabo de terminar un librito de poemas y otro de cuentos. Ahora me gustaría escribir una novela, y si es posible también ser feliz y dormir hasta tarde por las mañanas.


Enviado por Mario Meléndez (mariomelendez71@yahoo.com)

Mandado el 26 de diciembre del 2005



 
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